La más letal de las guerras sobre Gaza cumple dos meses. El ‘nuevo’ Israel, el nacido después de su propio 9/11, ya suma dos meses. En los últimos 61 días, el desgarro de dos pueblos se ha contado a través de cifras inabarcables. Centenares de muertos a ambos bandos, destrucción incalculable en el enclave palestino, miles de heridos, pero, sobre todo, millones de vidas cambiadas más allá de las fronteras de la Línea Verde. Ya van 61 días, menos siete de tregua, en que los bombardeos israelíes se han cebado con la población civil de Gaza con el horizonte final de derrotar al Hamás, que arrasó con 1.200 vidas y la sensación de seguridad e imbatibilidad del militarizado Estado hebreo. A medida que pasan las horas, que el goteo de muertes civiles palestinas se hace incesante, más lejanos quedan aquellos primeros mensajes de los líderes de Occidente apoyando incondicionalmente a Israel. Sin mostrar demasiado interés en prorrogar el alto el fuego, las autoridades israelíes se enfrentan ahora al aumento de la presión internacional.
Tras más 16.000 muertos en el enclave, según los datos del Ministerio de Sanidad gazatí, y la destrucción de gran parte de su infraestructura civil, Washington ha endurecido sus palabras contra su gran aliado. Pero Israel hace oídos sordos hasta a las advertencias del presidente estadounidense, Joe Biden. Horas después de que el secretario de Estado, Antony Blinken, abandonara suelo israelí en su tercera visita al país desde que empezó el conflicto, tanto su socio como Hamás daban por terminado el primer y único alto el fuego en dos meses de guerra acusándose mutuamente de violarlo. Mientras las autoridades estadounidenses empiezan a centrar su mirada en las «devastadoras» imágenes que llegan desde Gaza, en palabras de la vicepresidenta Kamala Harris, también exigen contención a Israel. Este ha respondido dando el pistoletazo de salida a una operación terrestre en el sur, en aquellas mismas zonas donde pedía que la población civil se refugiara.
«Venganza» contra Gaza Dos meses de conflicto y una tregua fallida han permitido ver a la comunidad internacional, aquella misma que se volcó en pregonar el «derecho a defenderse de Israel» tras las masacres sufridas el 7 de octubre, que los líderes políticos y militares israelíes no se están esforzando en minimizar las bajas civiles palestinas tanto como presumen ante sus aliados estadounidenses. La «venganza» anunciada por el primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, no es sólo contra Hamás, pues afecta directamente a la población de Gaza. Desde el primer día de ofensiva, los 2,3 millones de palestinos del enclave han sido sometidos a un asedio total que impedía la entrada de agua, comida, medicinas, o combustible. Gracias a la presión de Estados Unidos, varios centenares de camiones con ayuda humanitaria han accedido al enclave, pero las organizaciones sobre el terreno han denunciado que son una «gota en el océano» de la catástrofe que se vive en Gaza.
Más allá de la destrucción generalizada a lo largo y ancho de los 365 kilómetros cuadrados del enclave, Israel ha conseguido liberar a alrededor de un centenar de los al menos 239 rehenes que Hamás secuestró el 7 de octubre. A día de hoy, un total de 138 cautivos siguen en manos de esta y otras milicias palestinas presentes en Gaza. A cambio, las autoridades penitenciarias israelíes excarcelaron a unas 240 mujeres y menores palestinos que estaban en sus prisiones. Dos tercios de los liberados estaban siendo retenidos sin cargos. A su vez, la agresiva campaña de arrestos en la Cisjordania ocupada ha llegado a duplicar los reclusos en sus cárceles, alcanzando la cifra de 8.000 detenidos. Allí, en los territorios palestinos, no ha habido respiro ni lo habrá. Desde el 7 de octubre, más de 260 palestinos han sido asesinados por los colonos radicales y los soldados israelíes, y las expulsiones y la desposesión están a la orden del día.
Reclamos en Dubái Durante estos dos meses, la población en Gaza ha muerto a un ritmo sin precedentes en este siglo. En el pequeño enclave palestino, la ofensiva por tierra, mar y aire de Israel ha matado a más civiles que los ataques liderados por Estados Unidos en Irak, Siria y Afganistán, también ampliamente criticados por grupos de derechos humanos. Miles de muertos más tarde parece que los líderes occidentales empiezan a escuchar a sus calles, volcadas en denunciar el «genocidio» que Israel estaría perpetrando contra el pueblo palestino. Pero, tras el colapso de la tregua el pasado viernes, no hay un horizonte claro para el final de la violencia. El Ejército israelí está empujando a la población de Gaza hasta la frontera con Egipto, cumpliendo con el objetivo oculto de los sectores más radicales de eliminar la presencia palestina en el enclave.
Por ello, muchos líderes europeos empiezan a señalarle a su aliado que su propósito de acabar con Hamás no es realizable con los constantes bombardeos. La cumbre del clima que se está realizando estos días en Dubái ha permitido que algunos así lo expresen. El presidente francés, Emmanuel Macron, ha declarado que la «destrucción total» de la milicia significaría que «la guerra durará 10 años». «Esta situación exige mayores esfuerzos para conseguir un alto el fuego duradero», liberar a todos los rehenes, permitir la muy necesitada ayuda dentro de Gaza, y asegurar la seguridad de Israel, ha declarado. También, durante esta cita internacional, los funcionarios estadounidenses han compartido opiniones similares, presionando para que la intensidad de los bombardeos respete las vidas civiles.
Israel sigue a la suya. Ni tan siquiera la presión de los familiares de los rehenes para que se retome la tregua con tal de que liberen a sus seres queridos afecta al Gobierno de Netanyahu. Hace unos días, retiró a su equipo negociador del Mossad presente en Qatar y no hay confirmada ninguna intención de retornar a la mesa de diálogo. El conflicto se enquista, mientras Gaza va perdiendo a su pueblo, desaparecido, aniquilado, inerte bajo los escombros. Los llamamientos de la comunidad internacional suenan con cada vez más fuerza, pero la artillería israelí emite sonidos más altos. A su paso, acallan las voces de los palestinos, condenados a la guerra perpetua.