Eurovisión no es un festival apolítico. Y quien diga lo contrario no lo conoce. Si bien nació para reunificar Europa tras la Segunda Guerra Mundial a través de la música, lo cierto es que jamás se ha mantenido al margen del contexto histórico-social que ha vertebrado al Viejo Continente desde 1956. 68 años de rencillas, pactos y alegatos que, este 2024, con la participación de Israel, se han desbocado. Esta noche se celebra una final en la que, con alta probabilidad, la música quedará ensombrecida por la tensión acumulada durante los últimos meses. En Malmö, la ciudad anfitriona, hoy tomada por los cuerpos de seguridad, el jolgorio habitual que la cita despierta se ha transformado en una tirantez feroz. ¿Evitable? Los seguidores dicen que sí.
La mecha terminó de prenderse este viernes cuando Eden Golan, la representante israelí, se clasificó para la final: hubo pitadas que la organización tapó con aplausos enlatados; la televisión belga cortó la emisión para no retransmitir su actuación; diversos periodistas fueron amedrentados por la delegación hebrea tras gritar «Palestina libre»; y, para colmo, se produjo un incidente aún investigándose que, tras el encontronazo en la rueda de prensa del jueves, ha acabado con la descalificación de Países Bajos. Todo ello en un clima de protestas y manifestaciones que ha convertido la urbe, prácticamente, en un campo de batalla.
Joost Klein, por Países Bajos, en la segunda semifinal del festival de Eurovisión. / EFE
Mientras tanto, entre vídeos provocadores y caras desconcertantes, Golan no ha parado de subir en las casas de apuestas. Actualmente, se encuentra en la segunda posición tan sólo por detrás de Croacia. En cambio, antes de interpretar Hurricane en directo, rondaba la octava plaza. Esta escalada ha coincidido, además, con la filtración del voto popular italiano en la segunda semifinal: Israel captó el 40% de los puntos, lo que pone en evidencia una movilización masiva de sus ciudadanos por Europa. Algo que, junto a la victimización de su artista, podría incluso acercarles a la victoria más política del concurso. Pues, aunque Ucrania lo hizo en 2022, por aquel entonces el sentimiento que despertó fue la solidaridad. En esta ocasión, la respuesta estaría en las antípodas.
Tras el fracaso de la Unión Europea de Radiodifusión (UER) por apaciguar los ánimos, hace tres semanas se vio obligada a emitir un comunicado en el que detallaba los seis motivos por los que la KAN, la televisión pública israelí, continuaba en la competición. “Entendemos que la gente quiera entrar en el debate y expresar sus opiniones. A todos nos han impactado las imágenes y las historias de la población afectada”, subrayaba en el mismo. Sin embargo, tras el señalamiento de distintos artistas contra la candidatura de Golan, la institución dio un paso más al frente: “Aunque apoyamos fervientemente la libertad de expresión y el derecho a expresar opinión en una sociedad democrática, nos oponemos con firmeza a toda forma de abuso, discurso de odio o acoso dirigido a nuestros artistas. Es inaceptable, puesto que no tienen ningún papel en esta decisión”.
Para enfatizar aún más su posición publicó en su página web los pilares sobre los que sustentaba su decisión. En especial, después de solicitar a Israel que modificara la letra de su canción en dos ocasiones por ser “demasiado políticas”. Desde entonces, un sector de Eurovisión amenazó con sabotear la edición. Incluso países como Islandia y Noruega se plantearon no concurrir. Sin olvidar el manifiesto que 10 artistas firmaron solicitando un «alto el fuego» en Gaza. Nada sirvió para frenar una participación que, como han puesto de manifiesto las redes sociales, nunca se puso en duda. Tal vez, como apuntan, porque la empresa que patrocina el festival, Moroccanoil, es de origen israelí.
De Rusia a ArmeniaNo es la primera vez que un país ha intentado hacer de Eurovisión un altavoz político. Desde su fundación, otros tantos han intentado mostrar su ideología a través de él. Ucrania, por ejemplo, tuvo que rehacer su apuesta de 2005 por incluir referencias a la Revolución Naranja, un movimiento civil contra la corrupción y el fraude electoral del Gobierno. Cuatro años más tarde, Georgia se retiró de la competición al negarse a cambiar su candidatura. El juego de palabras de We Don’t Want To Put In, en evidente alusión al presidente de Rusia, fue el detonante. “Nuestra canción no contiene una declaración política, así que no competiremos en Moscú”, señalaron.
En 2015, tras las acusaciones de Turquía y Azerbaiyán de negar el genocidio, Armenia retituló su Don’t Deny como Face The Shadow. Mientras que, en 2022, Moldavia se vio obligada a matizar algunas estrofas de Trenulețul por contener el histórico mensaje unionista con Rumanía. Un caso llamativo tuvo lugar en 2021, cuando la UER descalificó a Bielorrusia por esta cuestión. Tras desvelarse que Galasy ZMesta portaría la bandera nacional, los líderes de la oposición iniciaron una serie de protestas argumentando que la letra se burlaba de las recientes manifestaciones a favor de la democracia. Asimismo, esta oposición se ha extendido a temas que incluían alguna marca comercial: The Social Network Song de San Marino (2012) y Cheesecake de Bielorrusia (2014) eliminaron las menciones a Facebook y Google Maps, respectivamente.
El caso españolEspaña también se ha visto enfangada alguna vez. La edición que Gigliola Cinquetti arrasó con Non ho l’età, nuestro país llevó a los hermanos ítalo-uruguayos Tony, Nelly y Tim. Llegaron a Dinamarca con la complicada Caracola, un tema melodramático compuesto por Fina de Calderón. Quedaron en una intrascendente doceava plaza… No obstante, es una de las interpretaciones con mayor recorrido de la historia de nuestro país en el certamen. ¿La razón? La pancarta contra Franco y Salazar que sacó un activista para protestar contra las dictaduras ibéricas. En ese instante, se cortó la imagen. Este acto llevó al ente público franquista a plantear la posibilidad de retrasar la emisión 15 segundos para así controlar los contenidos. Una medida que, dada la situación actual, no es de extrañar que se tome esta noche.