En nuestros barrios siguen abriendo supermercados que venden productos supuestamente de kilómetro cero.
En 2014, la oenegé Oxfam lanzó un informe que empezó a hacerse viral y que sigue vigente 10 años más tarde. Diez multinacionales tienen el control casi absoluto del mercado de la alimentación y las bebidas mundial. Se trata de Mondelez, Associated British Foods, Coca Cola, Nestle, Pepsico, Mars, Danone, General Mills, Kellog’s y Unilever.
Todas ellas tienen una larga historia de crecimiento en que se han mezclado las operaciones corporativas, comprando marcas y empresas en mercados locales, con el lanzamiento de productos propios desde cero. Su poder es extraordinario en todos los niveles de la cadena de valor: desde la compra de materias primas y su vinculación con los proveedores hasta su relación con los clientes, que incluye a los mayoristas y a las cadenas de distribución al por menor. Son, además, compañías muy deseadas para atraer inversión productiva. Generan empleo y negocios.
En 2023 sumaron unas ventas agregadas de alrededor de 430.000 millones de euros. Por capitalización, las tres líderes son Coca-Cola, que ocupa la posición 35 a nivel mundial con un valor de 260.000 millones; Nestlé, en la 46 (215.000 millones), y Pepsico (210.000 millones), en la 51. El fabricante de Lay’s y el gazpacho Alvalle, con sede en el estado de Nueva York, tiene como CEO a un español: Ramón Laguarta (Barcelona, 1963). Parte de la distribución internacional de Coca-Cola depende de la embotelladora Cobega, controlada por diversas familias españolas y presidida por Sol Daurella, que ocupa el máximo cargo ejecutivo en Coca-Cola Iberian partners. La suiza Nestlé ha sido históricamente cantera de ejecutivos españoles que han alcanzado posiciones de relieve en la sede de Vevey. De origen belga, Bernard Meunier, vicepresidente responsable de estrategia de esta multinacional, fue responsable de la filial española hace 15 años.
Por el tipo de negocio y su cercanía al consumidor, estos monstruos de la alimentación son objeto continuado de escrutinio. En un lado de la balanza se analiza el valor nutritivo de sus productos. En muchas de ellas, sus principales ventas se realizan en Estados Unidos. En ese país la obesidad alcanza a una tercera parte de la población y en algunos estados se restringe ya la venta de grandes envases de bebidas carbonatadas. Según la World Health Organization, en 2022, una de cada 8 personas en el mundo eran obesas. Desde 1990, la obesidad se ha duplicado. Unos 2.500 millones de personas adultas tienen sobrepreso. Está demostrado que en lugares tan remotos como la Polinesia hay un antes y un después del aterrizaje de productos envasados extremadamente calóricos y de restaurantes de comida rápida en su población.
Equilibrar la libertad de cada ciudadano para que coma lo que quiera con la necesidad de que tenga la mejor información a la hora de consumir va parejo con la necesidad de que estas multinacionales intenten mejorar el valor nutritivo de sus productos o, simplemente, eliminar de su cartera los más tóxicos. De las administraciones públicas, que nos representan, depende el grado de intervencionismo que debe ejecutarse. El debate está abierto mientras en nuestros barrios siguen implantándose supermercados que venden productos supuestamente de kilómetro cero y crece en abundancia ¡y en precio! la oferta de verduras y frutas.
El futuro camino de las grandes multinacionales del sector de la alimentación y de las bebidas no solo dependerá de su capacidad de vender mejores productos y pensar más en la salud y la responsabilidad del consumidor, también depende de a quién compran. Es el otro lado de la balanza.
Natàlia Ríos, jefa de redacción de ‘activos’, cuenta en el número de esta semana cómo Nestle interactúa en Costa de Marfil con uno de sus grandes proveedores: los recolectores de cacao. La multinacional suiza quiere olvidarse de problemas pasados (hace 50 años apenas se tenía en cuenta el trabajo en origen de los agricultores en los países del entonces conocido como tercer mundo) para intentar ayudar y facilitar la vida de aquellos que permiten que en casa podamos disfrutar de un buen chocolate. El precio del cacao, que se ha disparado el 108% este año, está batiendo récords históricos debido a la nueva demanda procedente de países que empiezan a consumirlo como China. Actuar ahora desde el mercado es necesario para impedir que acabe convirtiéndose en un producto de lujo. Un peligro que también puede sufrir el café, cuyo precio ha aumentado este año el 50%.
Pensar en el consumidor desde un punto de vista de responsabilidad social y tratar mejor al proveedor, esté en la comarca de al lado o en un país lejano, son retos a los que deben hacer frente aquellas empresas que monopolizan mercados en los que no todo vale para ganar dinero a final de año. Que no sea solo un lavado de imagen.