La cultura no puede ser una excusa para generar eventos de masas que no dejen una huella real en la sociedad. / L. O.
Hace unos días se presentó una nueva edición de la Noche en Blanco en Málaga, un evento que desde hace años llena las calles de la ciudad de actividades culturales y de ocio. También de gente bastante intensa, personal agarrado y familias ávidas de hacer cosas gratis en general y gratis en particular. Es algo así como un macro festival de actividades de fin de curso de un colegio, pero hecho por gente adulta. Como cada año, la propuesta pretende acercar la cultura a la ciudadanía con una programación diversa que abarca desde exposiciones y visitas a museos hasta espectáculos en la vía pública.
Sin embargo, con el paso de los años, me surge una duda que entiendo razonable: ¿se sigue manteniendo el objetivo cultural o se ha convertido en un mero espectáculo de masas?
No es la primera vez que al analizar la programación de la Noche en Blanco me encuentro con una cantidad significativa de actividades que, si bien pueden ser llamativas y atractivas para el público general, poco o nada aportan desde un punto de vista de enriquecimiento cultural. Muchas de ellas, lejos de suponer un acercamiento real al arte o al pensamiento, se enfocan en el entretenimiento puro, en la creación de una experiencia efímera que responde más a la lógica del turismo y del ocio que al propósito de elevar la cultura a la ciudadanía.
Es cierto que una ciudad como Málaga, con una apuesta decidida por la cultura y el turismo, necesita encontrar equilibrios. No se trata de menospreciar la idea de que las personas disfruten en la calle, de que haya propuestas ligeras y amables, de que el público se divierta. Alegría siempre, por su puesto. Sin embargo, la cultura no puede ser una excusa para generar eventos de masas que no dejen una huella real en la sociedad.
La cultura es algo más que un conjunto de actividades llamativas para hacer bulto en una programación. Debe haber un sentido, un propósito, un valor en lo que se ofrece.
Otro de los aspectos que sigue llamando poderosamente mi atención es la fascinación que despierta en el público el acceso gratuito a los museos y espacios culturales durante esa noche. Es curioso ver las enormes colas que se forman para entrar en lugares que, en muchos casos, pueden visitarse el resto del año por un precio casi simbólico o incluso de manera gratuita en determinadas franjas horarias. Parece como si solo en la Noche en Blanco la cultura fuese relevante, como si en el resto de los días los museos y las exposiciones no existieran. Y además, los espacios dedicados a admirar arte -por poner un ejemplo- se convierten en un McDonald’s atestado de gente, con muchísimo ruido y con un jaleo importante. Esta paradoja deja en evidencia una realidad feílla: mucha gente no valora la cultura en su vida cotidiana. En lugar de formar parte de su rutina, de su ocio habitual, se convierte en un producto ocasional, en un evento especial al que se acude casi por la obligación del momento. No hay nada de malo en ello, pero convendría preguntarnos si este tipo de eventos realmente fomentan el amor por la cultura o simplemente aprovechan la oportunidad para ofrecer un producto de consumo popular.
Es innegable que la Noche en Blanco es un evento exitoso en términos de participación y movilización ciudadana. La ciudad se llena -aunque cuando no-, la gente sale a la calle, se habla de supuesta cultura en todas partes. Pero, ¿tiene esto un impacto real en el tejido cultural de la ciudad? ¿Se traduce en una mayor asistencia a teatros, conciertos, conferencias o galerías durante el resto del año? ¿O se queda en una anécdota, en una noche en la que nos convencemos de que participamos de la vida cultural cuando en realidad lo que hacemos es sumarnos a una fiesta con una pátina de cultura?
Málaga no necesita una cultura de un solo día, sino una que permee en su sociedad, que forme parte de la vida de sus ciudadanos de manera constante. La cultura es un derecho y un privilegio, pero sobre todo es una responsabilidad de todos. Si solo la consumimos cuando es gratuita y forma parte de un evento de masas, ¿realmente estamos fomentando la cultura o simplemente disfrutando de una noche de entretenimiento con una excusa cultural?
La Noche en Blanco es una gran oportunidad para acercar el arte y el pensamiento a quienes habitualmente no se sienten atraídos por él. Pero también es un espejo que nos muestra nuestras propias contradicciones como sociedad. Si queremos que la cultura tenga un papel relevante en Málaga, no basta con organizar una gran fiesta anual de ser culturetas por fuerza. Hay que trabajar en el día a día, en la educación, en la promoción del pensamiento crítico, en la valorización de nuestras instituciones culturales y en la creación de una ciudadanía que se relacione con la cultura más allá de una noche de colas y espectáculos en la calle.
Porque la cultura es mucho más que un evento multitudinario: es el alma de una sociedad que se construye con cada visita a un museo, con cada libro leído, con cada obra de teatro disfrutada, con cada conversación enriquecedora. Y eso, lamentablemente, no se puede condensar en una sola noche por mucho que la llamemos ‘en blanco’.
Quizá la ironía más grande de todo este asunto es que, mientras la Noche en Blanco se promociona como una forma de acercar la cultura a la ciudadanía, la verdadera cultura parece querer huir despavorida ante la avalancha de flashes, selfies y hordas de personas que buscan más un espectáculo que una experiencia reflexiva. No es raro imaginar a Velázquez o a Picasso levantándose de sus lienzos y saliendo por la puerta trasera del museo, aterrados ante el estruendo de la multitud que, por una noche, ha decidido que es «amante del arte».
Porque, aceptémoslo, cuando la cultura se convierte en una excusa para la masificación, cuando la profundidad de una obra se reduce a un check en la lista de cosas por hacer esa noche, cuando un museo se transforma en el decorado perfecto para una foto que acumule likes en redes sociales, entonces quizá la cultura, la de verdad, no está siendo celebrada. Está siendo utilizada, disfrazada y, en el peor de los casos, traicionada.
Pero tampoco voy a ir yo de lo que no soy o a la gente no le importa. Así que adelante ahí con el tema. ¿A quién no le va a gustar visitar un museo tras una hora de cola y cien personas alrededor y un niño comiéndose un paquete de Risketos a tu lado?
Viva Málaga.