El escritor y periodista Manuel Vicent (Castellón, 1936), uno de los columnistas más reputados del país, participa en los encuentros literarios ‘Bajo la mirada de’ este fin de semana en el espacio cultural Jesús Arencibia, en Tamaraceite, (Las Palmas de Gran Canaria) donde mañana dialoga con el escritor Luis Landero, con Mara Torres como moderadora. El sábado toman el testigo los escritores Ray Loriga, Elvira Sastre, Manuel Vilas y Juan Gómez-Jurado.
¿Cómo define su relación con el escritor Luis Landero, con quien dialogará mañana al abrigo del ciclo Bajo la mirada de?
Con Luis tengo una relación de admiración. Me he leído todas sus novelas y me parece un gran escritor. No tenemos una relación directa, pero siempre sigo sus pasos a través de su literatura.
¿Disfruta de estos encuentros metaliterarios?
Bueno, si voy un lugar bello, rodeado de amigos y gente que me cae bien, entonces me parece una aventura maravillosa.
Como orfebre del lenguaje y las posibilidades de las palabras, ¿qué línea delimita, une o distancia, en su caso, al novelista del periodista?
En mi caso, no existe esa línea. Siempre se dice que se tiene terror a la página en blanco, pero yo tengo terror a la página escrita, porque la página en blanco es un campo infinito que puede ser de todo. Pero a la hora de enfrentarme a la página en blanco, lo que yo quiero hacer es literatura. Nada más. Lo que sucede es que no es lo mismo escribir para una novela que para un artículo, porque cambia la forma. Pero mi actitud ante el folio es puramente literaria. Yo no tengo un sentido periodístico de la noticia. Para mí, el mundo se constituye con palabras.
A menudo dice, buscando las palabras, escribe más con imágenes que con el pensamiento.
Sí, porque yo no tengo un sentido muy analítico de la vida y de lo que sucede, sino que más bien tengo un sentido sintético. En vez de analizar, para mí es mucho más cómodo o me desenvuelvo mejor intentando sintetizar una sensación mediante una imagen o una metáfora. Además, yo creo que a través de las imágenes se llega más profundamente al interior del cerebro.
«Creo que a través de las imágenes se llega más profundamente al interior del cerebro» En una entrevista con ‘Jot Down’ expresó que «todo lo que nos ha pasado a lo largo de la vida no es más que un desarrollo de los primeros cinco o seis nudos que se hacen en la infancia, y la experiencia no es más que ir desatando lentamente esos nudos. ¿La escritura forma parte del proceso de desanudar?
Sin duda. Yo creo que, durante la infancia, mientras está activo el cerebro de las emociones, que es el cerebro límbico, que registra los sentimientos, los símbolos, las creencias, los miedos o los sentidos, somos pura naturaleza, hasta que esa información llega al córtex, que es la inteligencia, la percepción inteligente de las cosas. Entonces es cuando ese nudo que se forma en el cerebro límbico se va desatando lentamente, como una niebla que se levanta y te enseña los perfiles de las cosas. A partir de una edad, la inteligencia va desenrollando ese nudo que se ha formado en el cerebro inferior, el límbico, donde se alojan los primeros sabores, aromas o canciones, que la inteligencia va evaporando poco a poco para abrir paso a las preguntas sobre lo que somos y por qué, y ahí se va desatando un nudo que llega hasta el final de una vida. Creo que escribir sobre ello es una forma de regresar a esas primeras sensaciones de la niñez y de seguir haciendo esas preguntas. Y es, sobre todo, una forma de mirar el mundo.
Su última novela, ‘Retrato de una mujer moderna’ (Alfaguara, 2022), que rinde homenaje a Concha Piquer, es también un viaje de regreso al paisaje sonoro de su infancia. ¿Cómo fue el proceso de reconvertir la entrevista que le hizo en los 80 en una novela?
Cuando le hice aquella entrevista a Concha Piquer en 1981, me encontré con una mujer que era un verdadero personaje. Ya a partir de esa entrevista concebí la idea de desarrollar su vida como un personaje de novela. Pero todo lo esencial de esta novela se basa en datos y hechos reales, no hay nada inventado. Lo que sucede es que yo le he puesto una atmósfera. Digamos que Concha Piquer ha puesto el qué, y yo he puesto literariamente el cómo.
En esta novela escribe que «no se puede cantar tan bien si no se ha sufrido mucho, no se puede causar tanto placer si no se ha gozado hasta más allá de la embriaguez». ¿Cuánto hay de la Piquer y cuánto de usted en esta reflexión?
Es que eso se puede aplicar a cualquier arte, ¿no? Porque el arte es un producto de la experiencia. Y para expresar, no te digo ya en una canción, sino también en la escritura, esa experiencia del autor, se necesita haber vivido, gozado, llorado, leído, visto, tocado. Y eso se transmite y se nota si el autor o autora lo ha experimentado de primera mano. Yo tengo una imaginación limitada a las cosas que he vivido, porque, en el fondo, cualquiera que escriba en una novela un crepúsculo, siempre va a describir su crepúsculo, aunque lo atribuya a un personaje.
Desde 2004 guardo una columna suya titulada ‘Las Olas’, que empieza así: «El mar sólo es un conjunto de olas sucesivas, igual que la vida se compone de días y horas, que fluyen una detrás de otra». ¿Cuáles han sido las mejores olas de su vida?
Pues las mejores olas de mi vida son las que me han dado ocasión para que yo haya podido vencerlas y las que han demostrado que podía vencerlas, y también las que me han ayudado a llevarme a una buena bahía o a una buena playa. Una ola puede ser a la vez un enfrentamiento o un descubrimiento. Una ola te puede hacer naufragar y también te puede llevar a un puerto maravilloso.
«Una ola te puede hacer naufragar o puede llevarte a un puerto maravilloso» Como sucede en el caso de los escritores isleños, el mar navega a menudo en su literatura, incluso cuando se ha alejado de la orilla.
Claro, yo me crie de niño junto al mar y no concibo esta vida sin tener el mar presente. Y el momento en que lo perdí, que es cuando dejé de vivir en el Mediterráneo y me mudé a Madrid, lo recuperé convirtiéndolo en materia literaria, como en esa columna, que es un forma de no perderlo nunca o de convertirlo en un mar interior en el que puedes navegar continuamente.
¿La eternidad, como en las novelas, cabe en una columna?
Una frase puede ser eterna. O un verso. Y también un artículo y una novela pueden pasar a la historia. ¿Qué es pasar a la historia? Pues que alguien repita una línea tuya y que se convierta en un anónimo, por ejemplo. Tú escribes un pensamiento, una sensación, una atmósfera, y se convierte en un viento o un aire a través del tiempo que otra gente, sin saberlo, lo respira. Quizás eso sea pasar a la historia. Pero la eternidad puede caber en una palabra.