La obra y legado de Manuel Vicent son inabarcables. El escritor valenciano recibió este fin de semana el Premio a la trayectoria en castellano de la Feria del Libro de Valencia, una oportunidad para encontrarse con una mirada y una voz propias que resulta un lujo -y una necesidad- atender. Recibe el galardón emocionado y contento de que los suyos le reconozcan el trabajo, forjado en la ambivalencia vital de ser “un valenciano en Madrid y un madrileño en Valencia”. Viviendo a caballo entre ambas ciudades, Manuel Vicent asegura que, de haber retrasado su mudanza a la capital en los años 60, “hubiera escrito mi obra en valenciano”.
No lo hizo, pero sus textos, en todos los géneros y formatos, destilan esencia mediterránea. De ahí que le duela especialmente lo que está pasando en València. La dana ha sido “una tragedia brutal” con 228 víctimas “que podrían haber salvado sus vidas”. “Existe el misterio sobre dónde estaba este señor aquella tarde, ni siquiera Agatha Christie lo puede resolver”, señala, en referencia a Carlos Mazón y las incógnitas por despejar de la tarde del 29 de octubre.
El escritor continúa con su reflexión. Cree que lo que ha pasado «da para una telenovela», donde se combinan «muestras de heroicismo de personas anónimas con la cobardía que se vio en otros, a lo que se suma una naturaleza que no perdona, que cada cierto tiempo va al notario y exige su territorio”. «Es una tragedia de la que no se si aprenderemos», lamenta.
La memoria de dos catástrofesEn este sentido, una catástrofe le lleva a otra: a la riada de 1957 que arrasó València y que vivió en primera persona. «Tiempo después se vendían ‘los libros de la riada’, que eran ejemplares manchados de barro. Compré El otoño de la Edad Media, de Johan Huizinga (1919), que todavía conservo en la biblioteca», confiesa. Cree que entonces sí se tomó nota de lo ocurrido, con el ejemplo claro de la construcción del Plan Sur para desviar el cauce del Túria y sacarlo de la ciudad.
Un lugar que nunca ha sacado de sí mismo. El domingo, durante la entrega del premio -que recibió junto a Bibiana Collado y Raquel Ricart en diferentes categorías-, Vicent se emocionó también por el lugar donde estaba recibiendo el premio, en el Jardín de Viveros, ya que se crió en la calle Alboraia. Reconoció que su marcha a la capital respondía a que en València, en los años 60, «no había un caldo cultural que me gustara», y nació poco después de haberse mudado, cuando comenzó un movimiento de recuperación de la lengua donde participaron grandes amigos y coétaneos de la época.
Bibiana Collado, Manuel Vicent y Raquel Ricart el domingo, en la entrega de premios de la Fira del Llibre. / FLL
Rompió a escribir en Madrid y se percibe de sus palabras una ligera frustración por no haber participado en esa corriente, pero le consuela lo que le dijo Joan Fuster: «Aunque escribiera en castellano, mi esencia está en valenciano», y Vicent asegura que la lengua propia se encuentra en sus textos en cada interlineado, «porque el sonido interior de mi castellano es en valenciano».
«Vivimos un apocalipsis de fin de semana»La catástrofe de la dana se ha producido en un contexto general «embarrullado», donde la confusión es total. Considera que el «enemigo número uno» son las redes sociales, el eje de un mundo digital «que no sabemos a dónde va a llevarnos». «Vivimos una prehistoria todo el rato, pero es la primera vez que somos testigos de cómo la historia está cambiando: antes, las personas del Renacimiento no eran conscientes de ese movimiento, que solo se veía con 400 años de retrospectiva. Ahora, la historia cambia en directo, la hierba crece bajo nuestros pies», indica.
Vicent siente que esa incertidumbre sobre qué pasará la semana siguiente ha adormecido a la población, la continua urgencia y la sensación de vivir «un apocalipsis de fin de semana». «Hablan de la Tercera Guerra Mundial como si fuera una excursión a Fuente de la Teja, vemos el exterminio de la población gazatí y la gente no reacciona, aparta la vista, y es algo terrible», lamenta.
