Alberto Rodríguez es, sin duda, uno de los grandes tras la cámara ahora mismo en el cine español. Pero el sevillano se muestra siempre comedido y modesto. «Todo ha sido muy azaroso, he tenido mucha suerte a lo largo de todo el camino», asegura el director de algunos de los grandes thrillers nacionales de los últimos años, como La isla mínima. Alguien que, por cierto, sabe que hacer cine es un «trabajo en equipo». «Por eso esta noche [se refiere a la gala de anoche, en el Teatro Cervantes] va a ser bonita también porque vendrán compañeros, que tengo la suerte de que son amigos y amigas que trabajan conmigo, y se visibilizará su trabajo».
Es usted un director de cine social e incluso político con éxito de crítica y público. ¿Cómo se consigue lograr eso?
Siempre he tenido la sensación de que las cosas que me interesan a mí le interesan también a la gente de alguna manera. Antes de preparar una película siempre pensamos en hacerla para el público, porque la primera función de una película es entretener al espectador; si no, no tendría mucho sentido. Luego lo que intento es hacer películas que además de llegar al público contengan alguna pregunta que me interesa o hablen de un tema que me llame.
¿De ahí la inquietud social de su cine?
Sí, en efecto. Pero la verdad es que lo de cine social es una clasificación que se ha retorcido de alguna manera. Yo hasta Náufrago [la película de Robert Zemeckis con Tom Hanks] creo que es cine social.
Si echamos un vistazo a su filmografía se puede ver un elemento siempre presente: sus personajes acaban siendo superados por la realidad, la realidad es algo contra lo que hay que luchar constantemente. Como en 7 vírgenes, por ejemplo, que me impactó mucho en su momento.
[Piensa unos segundos] Pues la verdad es que no lo había pensado, pero puede que tenga razón. Tiene que ver con la importancia que le doy a no bajar la guardia, a estar siempre atento. Y también con lo que decía antes, con dejar al espectador reflexionando al plantearle alguna pregunta.
Su cine también es, en cierta forma, pesimista. Sus finales no suelen ser felices, menos el de Modelo 77.
[Piensa unos segundos] Pues es un final algo incierto, desde luego, pero es el más feliz de todas mis películas, si se puede considerar así. Acabo de pensar en que tiene razón, sí.
Y luego está el número 7: 7 vírgenes, Grupo 7, Modelo 77…
El supersticioso es Rafael [Cobos, su guionista habitual]. Cuando hicimos 7 vírgenes, nunca pensamos que tendría un recorrido comercial y se convirtió en un éxito de público considerable, pero el número 7 lo decidimos dos días antes de entregar el guion. Al ponerle el número al grupo de la Policía tenía que ser el Grupo 7, y en Modelo 77 es evidente por el año».
Habla de Alberto Rodríguez, con quien lleva años trabajando en alianza. Antes ya había codirigido y coescrito con Santi Amodeo también. ¿Es que no puede trabajar solo?
Soy vago y anárquico. Necesito absolutamente la certeza y el empuje de un compañero para imponerme una cierta disciplina. Recuerdo cuando escribí el guión de El traje: me pasé un verano entero en la playa con un ordenador antediluviano y salí de allí con 500 páginas que no había manera de hacer algo con ellas. Así que tuve que llamar a Santi [Amodeo, el también realizador con el que Rodríguez debutó, al alimón, en El factor Pilgrim] para hacer de aquello una película.
Hablábamos de Modelo 77, la película que ha descubierto como grandísimo actor al malagueño Miguel Herrán.
Hay algo que es evidente: si no lo tuviera no lo habría podido hacer. hay una cosa que es evidente. Vi a muchos actores de su generación para el papel pero de partida me pareció que él era el que estaba más cerca del peresonaje. Durante una entrevista que tuvimos por Skype, en plena pandemia, sentí que Miguel entendía perfectamente la película. Y luego demostró que es un actor excelente, muy trabajador.
Los intérpretes suelen hablar muy bien de usted.
Quizás es porque les doy toda la la libertad, me me encanta trabajar con ellos y ensayar con ellos y probar todo lo que ellos quieran.
Todas las personas creativas tienen ese proyecto titánico, ese «no me puedo morir sin hacer esto». ¿Cuál es el suyo?
Ya he perdido ese el impulso, no lo tengo ni lo necesito. Con el tiempo he aprendido a no echar de menos las cosas que no se han hecho. Si se queda en el pasado por algo será.
Quizás la serie La peste pudiera ser lo más parecido, ¿no?
Fue una experiencia complicada, sí, una serie muy difícil de hacer. Hasta ese momento creo que se habían hecho pocas series con ese volumen de producción en España. 10 millones de euros de presupuesto para producir 6 horas de audiovisual ambientadas en el siglo XVI fue algo muy complejo, desde luego. A toro pasado veo que una serie se convierte en un trabajo más industrial, y en las películas hay un mayor control sobre lo que estoy haciendo, que me apetece más.
Lleva 25 años haciendo películas, así que tiene una visión panorámica del asunto: ¿de verdad el cine español se encuentra en un momento tan importante?
El año pasado resultó muy bueno pero si abrimos el campo a, por ejemplo, la última década, el resultado es mucho más irregular. Pero sí creo que nos encontramos en un momento excelente; por ejemplo, siento que hay una cierta atención internacional hacia lo que hacemos y eso demuestra que vamos por un muy buen camino.
¿Y el cine andaluz?
Hace veinticinco años la situación era realmente compleja, no se producía nada, lo que se producía tardaba mucho en salir y tenía una repercusión muy escasa… Se ha avanzado una barbaridad. Ahora se producen películas con una enorme calidad, y eso era impensable hace veinte años. El apoyo institucional que se ha dado debería ir en aumento, porque probablemente viene otra gente mejor preparada de lo que lo estábamos nosotros.
Leí en una entrevista cómo se confesaba «espectador de cine».
Procuro ver una película al día. Como a veces la vida no me da, porque tengo dos hijos, suelo ir al cine tres veces al mes, pero consumo, sobre todo, en casa. Todos los días.
La última: ¿Qué debe tener una película para que sea una buena película?
Uf, es algo muy complicado. A veces, simplemente un buen actor o una buena historia bastan.