En aquellos años 80 que retrata Los aitas la figura paterna era muy singular, muy diferente a la actual.
Afortunadamente se ha evolucionado. Entonces muchos padres veían a sus hijos o sus hijas en este caso, los domingos, después de la partida y seguramente antes del fútbol; las tareas de estar con las niñas, cuidarlas, hacerles la comida, ayudarlas en los deberes o saber quién es su tutor era cosa de las madres. Pero, repente, descubren que puede ser maravilloso saber quiénes son sus hijas, tener una relación con ellas, conocerlas, saber que hay todo un mundo ahí por explorar y que es muy bonito. Y todo en tono de comedia tierna con reflexión.
Esta película también tiene un trasfondo político: el viaje a Alemania no es fortuito; ese lugar representa un cambio y está cuidadosamente elegido para aportar significado a la narrativa.
Creo que el mundo que parece desmoronarse en el exterior refleja, en realidad, un derrumbe interno en las personas. No solo cae un muro físico; también se derrumban barreras emocionales y culturales dentro de nosotros. Por ejemplo, ¿qué sucede si profundizo en mi relación afectiva con mis hijas? ¿Qué pasa si traspaso ese espacio tradicionalmente considerado exclusivo de las madres o las mujeres? Surge entonces la posibilidad de recorrer un camino nuevo, un universo afectivo inexplorado, donde los hombres también tienen un lugar en el ámbito de los cuidados y el afecto. Ése es el viaje que plantea la película: celebrar la caída de los muros, una propuesta especialmente relevante en un momento histórico donde, lamentablemente, algunos sectores parecen optar nuevamente por levantar esos muros.
Ahora mismo hay movimientos precisamente en contra de eso, que quieren volver a esos vínculos antiguos.
Sí, nos encontramos en una época de retroceso en ciertos aspectos, donde hay un resurgimiento del orgullo por masculinidades tóxicas o feminidades conservadoras. Se vuelve a afirmar la idea de que el lugar de las mujeres es el hogar, cuidando de los hijos. Sin embargo, la vida tiene una naturaleza cíclica: frente a los grandes cambios, a menudo reaccionamos con temor; pero esa resistencia también deja espacio para que surjan nuevas oportunidades, nuevas conversaciones y, tal vez, una nueva humanidad.
Uno de los puntos fuertes de Los aitas es que consigue conectar con el espectador de una manera muy directa.
Y con espectadores de diferentes generaciones. Por ejemplo, los de mi generación pensarán: «Hostia, pero si mi padre era así también». Los jóvenes de ahora descubrirán cómo eran los padres de entonces. Pero todos reflexionarán. Es una película que se disfruta porque es amena y encantadora, con una mirada tierna y generosa hacia sus personajes, pero, sin duda, que deja un poso en el espectador. Hay una reflexión profunda que late bajo la superficie y que conecta a cada uno con su propia experiencia: el recuerdo de un padre, un abuelo, un tío, o incluso con el momento presente.
Por coierto, ¿qué tal el trabajo con las niñas?
Trabajar con las niñas fue un auténtico regalo. Su entusiasmo, siendo su primera experiencia en un rodaje, era contagioso. Ver la ilusión y lo divertido que les resultaba todo aportó una energía especial que nos envolvió a todos. Fue conmovedor verlas disfrutar tanto en el rodaje.