El Festival de Berlín celebra en 2025 su 75ª edición, pero no está para aniversarios. O, al menos, no tiene motivos para estarlo. De hecho, no resulta especialmente exagerado afirmar que, muy al contrario, se enfrenta al tipo de presión propio de una primera vez. De entrada, este año es el del debut como nueva directora del certamen de la programadora estadounidense Tricia Tuttle, que tiene ante sí el difícil reto de volver a proporcionarle la visibilidad mediática y el capacidad para atraer talento de renombre internacional que ha ido perdiendo, especialmente durante la gestión de su cabeza visible inmediatamente anterior, el italiano Carlo Chatrian.
Además, es la primera edición del festival que tiene lugar después de la polémica desatada durante la de 2024, que lo sumió en una de las crisis más graves que su dilatada historia recuerda. A causa de varios alegatos que se pronunciaron en su última ceremonia de clausura en favor del pueblo palestino y contra el genocidio cometido por Israel en Gaza, la Berlinale fue acusada de antisemitismo por numerosos estamentos políticos alemanes, entre los que destacan dos de los que depende buena parte de la financiación del certamen, el ayuntamiento de la ciudad y el ministerio de Cultura; recuérdese que este país asume el apoyo a Israel y la expiación de la culpa por el Holocausto como una cuestión de Estado. En su momento, Tuttle defendió lo sucedido en aquella gala como un ejemplo de libertad de expresión, pero a lo largo de los meses ha matizado su opinión al respecto. No le conviene morder la mano que da de comer a la organización que ahora lidera.
Recientemente, asimismo, la nueva directora ha insistido en que el festival debería hablar menos de política para centrarse en hablar de películas, a pesar de que el empeño explícito en permanecer en el lado correcto de la historia ha sido su seña de identidad desde el principio. Si lo que Tuttle pretende es fomentar el debate cinematográfico, en todo caso, sin duda se ha equivocado al elegir la película que este noche se encargará de inaugurar la muestra. Dirigida por el alemán Tom Tykwer -que, con una carrera de tres décadas a sus espaldas, sigue siendo conocido principalmente gracias a ‘Corre Lola, corre’ (1998)-, ‘Das Licht’ parece proponer una relectura de ‘Teorema’ (1968) adaptada a nuestro presente.
Ahora como entonces, una familia acomodada recibe la visita de un misterioso visitante que va seduciendo a cada uno de sus miembros gracias a lo que parece ser un poder místico; si la película de Pier Paolo Pasolini usaba esa premisa para hacer sátira de la burguesía y el creciente consumismo de la época, la de Tykwer más bien se centra en el narcisismo de la clase media progresista y su hipocresía al respecto de asuntos como el drama de los refugiados procedentes de Oriente Próximo, el cambio climático, la herencia del colonialismo y el ruinoso mundo que les estamos dejando a las nuevas generaciones.
“Durante muchos años estuve inmerso en el rodaje de la serie ‘Babylon Berlin’, que reflejaba el mundo de mis abuelos, y a pesar de todos los cambios históricos que ha habido desde entonces, hay cada vez más simetría entre ese pasado y nuestro presente”, ha afirmado hoy Tykwer. “He querido explorar cómo nos enfrentamos a estos asuntos actualmente”. El problema es que, al hacerlo, la película misma cae también en la hipocresía y el narcisismo.
En lugar de dedicarse de veras a esos asuntos, en efecto, se preocupa más por epatarnos gracias a la fotogenia y el virtuosismo que exhibe mientras finge explorarlos. A lo largo de sus injustificables 162 minutos de metraje, acumula números musicales, momentos de realismo mágico, incursiones en la realidad virtual, el tipo de diálogos floridos que ninguna persona real ha pronunciado jamás, escenas totalmente ridículas pero muy vistosas, la versión de ‘Bohemian Rhapsody’ que un niño keniata se empeña en cantar una y otra vez no se sabe muy bien por qué y varias virguerías inútiles más. Y, entretanto, convierte a la mujer siria que ocupa su centro argumental en una mera variación de lo que el cine y la literatura estadounidenses conocen como “el negro mágico”: un personaje perteneciente a una minoría racial que existe únicamente para servir a los protagonistas blancos. Tuttle ha afirmado que eligió ‘Das Licht’ porque es una película que señala la importancia de la empatía y de ponerse en la piel del otro. Ya podría Tykwer haber intentado ponerse en la piel del espectador mientras la hacía.
Contra la extrema derechaEsta mañana, durante un encuentro ante los periodistas, Tuttle ha definido la Berlinale como “un espacio de resistencia” aunque, ojo, no se refería a la resistencia que hace falta para soportar ‘Das Licht’. En realidad, hablaba de la necesidad que el festival tiene de protegerse del avance de la extrema derecha -su clausura coincidirá con la celebración de elecciones federales en Alemania, de las que se prevé un triunfo dramático del partido ultranacionalista- y de los dicursos de odio que abandera; está claro que no son buenos tiempos para dejar de hablar de hablar de política. De hecho, el asunto ha acaparado la rueda de prensa que ha servido de presentación de los miembros del jurado que repartirán los principales premios en esta 75ª edición.
“Las decisiones que Donald Trump ha tomado durante sus primeras tres semanas al frente de mi país son motivo de conmoción y preocupación, y supongo que su estrategia en buena medida se basa en ello”, ha afirmado el cineasta Todd Haynes, su presidente. “Está por ver qué tipo de oposición planteará la ciudadanía; no me cabe duda de que muchos de quienes lo votaron se sentirán engañados muy pronto”. Más duro ha sido su homólogo argentino, Rodrigo Moreno, al referirse al presidente de su país, Javier Milei. “No pasa un día sin que ataque a los gays, los educadores, los cienctíficos, los cineastas… Es una pesadilla que este fascista loco esté en el poder”.