Lo que al principio parecía ciencia ficción se ha hecho realidad. El mundo está saliéndose de sus ejes de gravedad y se encamina a una nueva civilización marcada por la IA. ¿Cómo conviviremos como especie con una ‘otredad’ artificial? Sobre ello escribe José María Lassalle en su nuevo ensayo, ‘Civilización artificial’ (Arpa), donde reflexiona cómo afrontar la «encrucijada Frankenstein». Cuando los avances tecnológicos consigan poner en circulación una réplica más eficiente del cerebro humano, ¿cómo nos relacionaremos con ella? ¿De arriba a abajo? ¿De tú a tú?
-En el ensayo pronostica la llegada de la “IA fuerte” en el año 2050, un futuro marcado por las IA-cracias y la disputa entre dos modelos: uno basado en el “calvinismo de silicio” americano y otro, el chino, con una perspectiva confuciana que mezcla despotismo y consumismo.
-Los chinos se han propuesto desarrollar una conciencia sintética que compita con la humana y alcanzar la hegemonía política mundial en esa fecha. Los norteamericanos también. La diferencia entre ambos es que en Estados Unidos esa carrera está movida por el egoísmo de los líderes de las GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft) frente al modelo chino, donde el conocimiento está monopolizado por el estado y el mandarinato intelectual que es el Partido Comunista.
-¿Quién va por delante?
-China, por la capacidad de disciplinar el esfuerzo en innovación. Porque para los chinos el conocimiento es el poder, mientras que para los norteamericanos el conocimiento es poder. Identificar el conocimiento con el poder y no como una herramienta del poder les da a los chinos una ventaja competitiva en una sociedad acostumbrada a obedecer, mientras que la norteamericana está acostumbrada a obedecer a través del consumo. No sé si China será capaz de mantener durante los próximos 20 o 30 años esa ventaja.
-Afirma que esta carrera es igual de trascendente que la que disputaron Estados Unidos y la Unión Soviética por la bomba nuclear, con la diferencia de que puedes acumular ojivas nucleares y no usarlas, mientras que la IA no se concibe como algo que pueda no ser usado.
-La IA, tal y como está diseñada desde hace 75 años, es una voluntad de poder que lo que busca es que en las decisiones que se tomen vinculadas a ella no haya defectos, imperfecciones ni errores. Tanto en el ámbito de las empresas que compiten en bienes y servicios como en los ejércitos, tal y como estamos viendo con las armas autónomas que se están poniendo a prueba en Gaza o Ucrania. La IA también sirve para salvaguardar un orden político que no se ve alterado porque la paz social es respetada, ya sea en los supermercados de Estados Unidos o en la movilidad en las grandes ciudades chinas.
-¿Y Europa?
-Europa es el campo de batalla, la pieza más buscada, y eso es lo que en el fondo se dilucida en Ucrania. Europa es el espacio más deseado por una superpotencia: un territorio de 500 millones de ciudadanos con una capacidad global de interpretación del mundo y unos niveles de renta, educación y complejidad cultural que siguen siendo inéditos en el planeta.
José María Lassalle, en su casa de Madrid. / David Castro
-Existe una poderosa corriente antipantallas preocupada por su efecto en la infancia. Pero si nos espera un futuro configurado por la IA y le damos la espalda a la tecnología, la brecha digital podría convertirse en falla, ¿no?
-Tengo dos hijas de diez años a las que he mantenido apartadas prudencialmente de las pantallas. Hace poco las llevé a ver una obra de Calderón de la Barca y durante dos horas se vieron absorbidas por la magia del barroco, algo que no hubieran podido hacer si no hubieran crecido distanciadas de las pantallas. En la medida que seamos capaces de emanciparnos de ellas y refugiarnos en el cuerpo y la corporeidad del libro, tendremos una ventaja competitiva sobre la IA. Quien esté ahí tendrá una oportunidad de no ser sustituido por ella y liderar lo que la IA nos pueda ofrecer.
-También reivindica la culpa.
-La culpa es comprender el daño moral y es lo que alimenta la responsabilidad. Por eso no creo que sea suficiente la ética cívica para controlar los riesgos de la IA. La identidad humana se está transformando. El ser humano puede realmente abrirse a la experiencia de ser un creador con mayúsculas, un ‘homo deus’. Hemos de trabajar para que las máquinas nos necesiten más de lo que las necesitaremos a ellas.
-El año pasado una orden ejecutiva atribuyó al inquilino de la Casa Blanca el estatus de ‘AI Commander in Chief’. ¿Qué pasará si gana Trump?
-Tendremos un problema sobre un problema. Solo si continúa Biden se podrá impulsar una legislación que aplique el control sobre los monopolios de las grandes tecnológicas. Quien controle el dato y lo hegemonice va a tener una capacidad de poder monetizable con una influencia política extraordinaria. La salvaguarda de la competencia se ha hecho absolutamente imprescindible.
-¿Tan difícil es regular? En su ensayo habla del resurgir del movimiento ‘antitrust’ liderado por Lina Khan, la joven presidenta de la Federal Trade Commission.
-Para regular las grandes corporaciones tecnológicas hace falta una arquitectura legal compleja. Cuando el capitalismo industrial puso de manifiesto que los monopolios sobre el acero, el petróleo, los ferrocarriles y la banca comprometían la democracia, la democracia se defendió aprobando las leyes antimonopolio. Eso fue a finales del siglo XIX. Ahora tenemos que estar a la altura del mismo reto. El consumo de los bienes y servicios que ofrecen las grandes tecnológicas no perjudica al consumidor, lo beneficia, pero lo perjudica como ciudadano. Y eso hay que armarlo en términos legales muy bien. Están batallando el derecho y la técnica. Es un debate absolutamente terrible, distópico, pero fascinante al mismo tiempo, porque es un reto para la libertad.