Es posible que les desconcierte, pero esta conversación versa primordialmente sobre el humor, éste que no sólo te hace reír sino que plantea cuestiones esenciales de otro modo difíciles de abordar. Se duele el escritor de que el respetable le tome por un señor serio y de ceja arisca cuando él siempre quiso ser novelista para mofarse de la vida. Lo dijo La Rochefoucauld: “La seriedad es la máscara que se pone el cuerpo para ocultar la putrefacción del espíritu”. Una y otra vez recurre Cercas al moralista francés: “Me gustan los moralistas franceses”, apuntilla.
Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962; Nacional de Narrativa, Planeta y otros equivalentes internacionales) puede parecer un descreído pero no lo es: cree en cosas tan hondas como el amor; en la verdad, la ética y la moral. Y aún con éstas (o por éstas), le caen a diario insultos y ataques de aquellos que en virtud de la seriedad dogmática le consideran un intelectual de izquierdas.
De izquierdas es, pero se reconoce tan intelectual como el camarero que departe opiniones detrás de la barra de este bar en el que nos encontramos Barcelona arriba: “Todo aquel ciudadano que emite una opinión pública es un intelectual en el sentido literal del término”. Y él, claro, opina, no sólo porque escriba columnas en un diario nacional, sino porque antes que escritor es ciudadano, y como tal participa de la cosa pública, que es la base de cualquier democracia: la indiferencia, mal llamada equidistancia, le parece una cobardía. Encima se la han liado, nombrándole académico de la RAE, asiento que ocupará el próximo 24 de octubre. Lo suyo no tiene remedio, asume.
-A ver si me entero, ¿el problema es que no le toman en serio o que le toman demasiado en serio?
-Demasiado en serio, y un novelista al que toman en serio no es buen novelista. A Cervantes nadie le tomó en serio, ni a Joyce, porque la novela es un género esencialmente humorístico o como mínimo irónico. No hay novela sin ironía, y los novelistas no somos gente seria.
-Siempre inventando historietas, claro.
-La gente se ha olvidado de que Kafka, por ejemplo, es un escritor cómico que cuando leyó a sus amigos La metamorfosis, estos se caían de risa: un tipo convertido en un bicho que al final lo barren… No hay nada más serio que el humor. El que va de serio es un corrupto integral (recuerden cita de La Rochefoucauld).
-Cuenta que se hizo escritor con el propósito de “no escribir en serio” y se mete hasta las cejas en la memoria republicana (que no histórica, matiza). ¿Habrá algo más serio que poner a la Historia en su sitio, hacer justicia a los hechos ocurridos?
-Claro que mis novelas tratan asuntos serios, pero no se entienden sin humor. Soldados de Salamina es un desencadenante de la mal llamada Memoria Histórica, que entonces no existía: ha de leerse como una reivindicación de la República, de la memoria democrática. Los escritores entonces no escribíamos sobre esos temas, que sonaban como algo oxidado, y cuando le di el libro a mi editora en Tusquets, Beatriz de Moura, y me dijo que iban a tirar 6.000 ejemplares, pensé que estaba loca, porque mis libros no vendían, lo que me parecía normal. Y ella añadió: lo leerá la gente mayor de 70 años y nadie más, porque la Guerra Civil como asunto está agotado. Lo que ocurría es que todo lo que se había escrito versaba sobre los vencedores, y mi héroe era un soldado republicano: a partir de entonces empezaron a publicarse novelas y hacerse películas a toneladas. Aquí desencadenó un proceso de alcance sociopolítico, hubo una Ley de Memoria Histórica; y en el mundo, fue un éxito literario.
-¿Es imposible saber la cantidad de copias vendidas?
– Imposible, hay ediciones de todo tipo en 40 lenguas. Aquí se habló de 3 millones, pero es aproximativo.
-Esto de los insultos…
-Me caen todos los días, insultos y bulos; la semana pasada me mataron por segunda vez, a través de las redes: “Ha muerto Javier Cercas, escritor”.
No suelo escribir sobre política, ni tengo redes sociales ni pienso tenerlas, son un atraso mientras no se regulen-… ¿es el precio de la independencia política? ¿Le acarrea muchos problemas su no adscripción a todo nacionalismo? También es que se fue a meter usted en la boca del lobo, impartiendo literatura española en la Universidad de Gerona, ¿nunca más?
-Yo no me metí en ninguna boca del lobo, entonces no tenía la repercusión que tengo ahora. No suelo escribir sobre política, ni tengo redes sociales ni pienso tenerlas, son un atraso mientras no se regulen; pero el problema, en el caso de Cataluña, es que nadie decía nada y el único tonto que hablaba era yo, porque resulta que además de escritor soy un ciudadano y la política es de la polis, o sea de todos. Y esto para un escritor es muy malo, lo sé: pierdo lectores a chorros. Pero renunciar a tu ciudadanía por tus novelas es egoísta y cobarde; te conviertes en un idiota, que etimológicamente significa el que se desentiende de lo público.
-Se declara convencido de que el mal es intrínseco a la naturaleza humana, ¿quiénes serían hoy los justos del poema de Borges?
-No lo sabemos, la virtud es secreta o no es; en cuanto se exhibe, deja de serlo. Los aparentes buenos son los peores malos, y viceversa. La mayoría de mis libros trata sobre un tema tan antiguo como la literatura: ¿qué es un héroe?, aquel que goza de excelencia moral, o sea los justos. Te cuento una cosa: mi mujer fue nombrada heredera única por una tía suya sin descendencia, pero ella consideró que había sido un error, que no era correcto, y la repartió a partes iguales con sus tres primas. El notario, que llevaba 50 años en el oficio, dijo que nunca había visto hacer nada semejante. Por eso me gusta mi mujer: su belleza es la trasposición de su bondad. Eso es un justo, y hay muy pocos.
-¿Da cierto vértigo ocupar el sillón de un colega aún caliente? Parece que fue ayer cuando Marías nos dejó…
-Los honores ni se piden ni se rechazan ni se exhiben. Apenas conocí a Marías. Pero jamás se me había pasado por la cabeza ingresar en la Academia, me lo dieron todo hecho y renunciar a ello hubiera sido soberbio: quien rechaza un elogio o un honor es porque quiere dos.
Jamás se me había pasado por la cabeza ingresar en la Academia, me lo dieron todo hecho y renunciar a ello hubiera sido soberbio: quien rechaza un elogio o un honor es porque quiere dos-¿Tendrá que resignarse y empezar a sentirse un intelectual o prefiere la sombra del Quijote?
-No tiene remedio: ser académico no va a empeorar la idea falsa sobre mí, ya está hecha. Pero ni soy político ni serio ni nada, soy un emigrante extremeño en Cataluña, un ciudadano normal y corriente que interviene en el debate público.
-¿Serían la ironía y la heterodoxia versus petulancia y ortodoxia lo que separa al novelista del intelectual?
-El sustantivo intelectual nace a finales del XIX con el debate en torno al caso Dreyfus. Designa a aquel que ha adquirido cierta notoriedad en su profesión pero que no se limita a ello sino que interviene en el debate público. De modo que o todos nos consideramos intelectuales o yo tampoco me considero. Además, la única parte positiva de las redes es que nunca antes tanta gente había intervenido en lo público.
-¿La novela sería la pregunta y la intelectualidad, la repuesta?
-El novelista formula una pregunta, de la manera más compleja posible, y no da respuesta clara y unívoca, como mucho sería ambigua, contradictoria, poliédrica y esencialmente irónica. Y ¿qué es la ironía?: la contradicción entre locura y lucidez, la paradoja, don Quijote, “rey de los hidalgos y señor de los tristes” (Rubén Darío). Con la novela moderna, Cervantes crea un arma de destrucción masiva contra la visión totalitaria del mundo; en una novela nunca se dice ni sí ni no, se dice sí y no al tiempo, por eso los fanáticos quieren destruirlas, son peligrosas. Pero un ciudadano sí ha de posicionarse, ante una violación, ante la invasión de Ucrania… porque si no lo hace se convierte en cómplice de la barbarie: son los “ignavi” que Dante condena, almas que en vida no hicieron ni el bien ni el mal porque eligieron la cobardía. Los que callaron, y no sus fanáticos seguidores, propiciaron la barbarie de Hitler. Es decir, entre el novelista y el ciudadano hay una tensión permanente, y es importante que el primero socave al segundo: mis novelas ponen en cuestión mis convicciones más arraigadas. Por eso la literatura es dinamita, y el poder le tiene miedo.
-La clave de la educación (le cito) “está en la autoridad afectuosa y tolerante”. ¿Autoridad tolerante no sería un oxímoron, y una soberbia pretender que uno sabe educar?
-No, es casi un pleonasmo: creo que la única forma válida de ejercer la autoridad es con tolerancia. No podemos confundir un error intelectual con un error moral. Tú y yo podemos discrepar sobre cualquier concepto, pero no por eso tú eres una sinvergüenza.
Un ciudadano sí ha de posicionarse, ante una violación, ante la invasión de Ucrania… porque si no lo hace se convierte en cómplice de la barbarie-¿Está satisfecho de cómo educó a su hijo?
-No, pero hice lo posible. La autoridad es algo que se consigue con la razón y la experiencia, y exige tolerancia, no la confundas con imposición y mando.
-Dice que la singularidad de nuestro tiempo es que tiene género femenino por primera vez en la Historia, y me va a permitir que le rebata porque a) queda mucho para que esto sea real.
-Hombre, pero eso sobra decirlo.
-Y b) antes de la hegemonía semita del siglo III a.C. la naturaleza femenina era el centro del cosmos… Lo explica muy bien el mitólogo Joseph Campbell.
-Falso: las mujeres eran como los esclavos. Radicalmente no, no había una concepción femenina del mundo. Qué dice Aristóteles, o Esíodo, que las mujeres son inferiores a los hombres. El otro día me preguntaron qué dirá el futuro de nuestro tiempo, pues que las mujeres, y algunos hombres, reclaman igualdad de derechos: hemos puesto nombre al problema y esto nunca en la Historia había sucedido. Es la gran revolución de nuestro tiempo junto con la ecología, a la que también hemos puesto nombre.
-Sostiene que la seña de identidad española no es la envidia (que sería universal) sino la alegría trágica y la capacidad de compasión. ¿Dónde ve usted tanta compasión?
-No es verdad que los españoles seamos distintos, eso fue un eslogan y una trola: no creo en los caracteres nacionales. Pero supongo que lo dije en el contexto de la crisis de 2008, cuando aquí se vio cómo, debido a la cultura católica que sí nos define, la familia es un gran sostén. Los abuelos protegían a sus nietos e hijos con su pensión, y funcionó.
El cinismo no me gusta absolutamente nada, me asquea-Cierto es que la historia que relata en Soldados de Salamina bien pudo haber sido la historia de compasión de su propio abuelo, que usted mismo ignoraba y le contó una lectora… ¿Justicia poética, jugada del destino, cómo se quedó al descubrirlo?
-De piedra: mi abuelo falangista había salvado la vida al alcalde republicano del pueblo a punto de ser linchado. Mi abuelo, como todos los supervivientes, nunca había contado ni esto ni nada de la guerra: el que habla miente, como Enric Marco (protagonista de El Impostor); el que lo ha vivido jamás habla de ello, ni a sus propios hijos, porque es un horror que no puede revivir.
-Dice que la política ha de ser aburrida en aras del bien común, pero ¿la autoironía no era un “síntoma de decencia moral”? ¿De tan poca decencia los cree capaces?
-Cualquier excusa es buena para reírse de uno mismo, y si uno no se ríe de sí mismo no tiene derecho a reírse de nadie. Por eso a menudo en mis novelas aparece Javier Cercas haciendo el idiota.
-¿Lo suyo es más cinismo o descreimiento?; sin ánimo de insultar, eh.
-El cinismo no me gusta absolutamente nada, me asquea. Y el descreimiento… hay cosas en las que creo, por ejemplo en la verdad frente a la mentira, en el coraje frente a la cobardía, e incluso creo que el amor existe, porque lo experimento. El amor a los hijos es demoledor, y el que no lo sienta así es un cretino, o un cínico.
-Se lo pregunté para provocar. Una última: ¿le cuesta divertirse? ¿De verdad no responde usted a la imagen ceñuda que vemos en sus solapas y entrevistas?
-Estoy muy serio, ¿no? ¿Tú crees que soy un tipo serio? Soy lo menos serio del mundo, y lo que pasa es que me estoy divirtiendo constantemente, no he trabajado en mi vida, porque hacer algo que te gusta no es trabajar. Estoy a favor de la abolición del trabajo: la gente no debería dedicarse a lo que no le gusta.
‘No callar’Javier Cercas
Tusquets Editores
752 páginas. 22,90 euros