A principios de los 90, los bogotanos Andrea Echeverri y Héctor Buitrago transformaron el rock latinoamericano con la banda Aterciopelados, con el disco ‘El Dorado’ y con canciones como ‘Florecita rockera’ o ‘Bolero falaz’. El próximo sábado, 24 de junio, estarán actuando en la Sala París 15.
De ‘El dorado’ vendieron un millón de copias. ¿Echan de menos los tiempos físicos o prefieren tener toda la música del mundo a un click?
Andrea: A mí sí no me gusta. Yo era de las que cuando le gustaba un disco se lo aprendía todo y era feliz. Ahora me bloqueo, hay tanta música nueva que termino yendo a la que me gustaba ya hace muchos años. También con la música uno crea lazos muy profundos y a la vez circunstanciales: lo que oían tus hermanos o tus primos, lo que escuchaste en un día importante… Son lazos que no crean los algoritmos.
Héctor: A mí siempre me ha gustado investigar qué está pasando, qué es lo nuevo, las nuevas fusiones, quién se atreve a romper fronteras. Ahora lo sigo haciendo y soy feliz en el mundo digital. Sí, ha cambiado la relación con la música, pero también era diferente cuando llegaron los Beatles y se pasó de los singles a los discos y después los discos se hicieron densos y llegó el punk… Es un hecho que la música evolucione y que también evolucionen las herramientas y que uno vaya echando mano de ellas.
¿De los ‘Sueños del 95’, como se titulaba una de sus primeras canciones, cuántos se han cumplido?
A: Los sueños del 95 eran hacer música y viajar, así que las expectativas han sido superadas totalmente.
Y sobre otra de sus canciones de entonces: ¿El bien ha germinado ya, como preveían en ‘Colombia conexión?
A: Aquí seguimos en ello. Todos teníamos mucha esperanza con Gustavo Petro pero los juegos del poder están ahí macabros últimamente. Esas canciones llevan 28 años escritas y acá sigue la cosa complicadísima.
En ‘Bolero falaz’ ya decían estar hasta la coronilla del machismo. Y ahora cantan que «cada vagina será una guillotina». ¿Todo sigue igual?
A: Muchas cosas han cambiado, obvio. Pero el abuso sexual sigue siendo parte de la cotidianidad y no solo en los países complicados, sino en todo el planeta. Y aunque haya ahora una ola feminista y todas las reivindicaciones, aún falta respeto, humanidad y sensibilidad.
Ustedes fueron unos adelantados en cantar contra ese tipo de comportamientos.
A: Aterciopelados ha sido adelantado, no solo en el tema feminista sino en el tema ambientalista o en el tema ancestral o el antibélico. Nos sentimos precursores.
Cuando ustedes llegaron a España apenas se escuchaba en las radios a los músicos colombianos. Ahora copan las listas. ¿Qué ha pasado?
H: Me atrevería a decir que fue gracias a lo que hicimos en los 90. Cuando arrancamos no había infraestructura, no había escenario, festivales, mánagers, instrumentos o lugares donde estudiar música. Pero empezamos a andar y empezó a nacer esa infraestructura que ha permitido que la música colombiana haya tenido esa circulación en el momento.
Muchos de esos artistas colombianos se dedican o se han dedicado al reguetón.
H: El reguetón es el reflejo de nosotros en este momento. Pero, aunque es la música masiva, no solo hacemos reguetón en Colombia. Los músicos renegaron del reguetón, pero todos han acabado experimentando con su ritmo. Lo negativo, que son las letras misóginas, no me gusta para nada. Pero no se puede desconocer el ritmo o las herramientas que usan para producir.
A: A mí no me gusta, pero tampoco me gusta Madonna. Todo le echan la culpa al reguetón, pero el reguetón solo es un reflejo de esta sociedad podrida y pornográfica en la que todo lo que genere dinero es bienvenido. Estamos hipersexualizados y no hay otra música que refleje mejor ese panorama como el reguetón. Estoy convencida de que una sociedad en la que se violan mujeres y niñas todo el tiempo no necesita liberarse así, sino todo lo contrario. Dudo que sea una música que rompa tabús y conquiste más libertad, pero ajá…
¿Pero es más machista el reguetón que lo que eran los Rolling Stones o los Kiss?
A: Pues es parecidito, sí. Supongo que una está vieja y ve las cosas diferentes, pero usar tu cuerpo y tu sexualidad como herramienta para construir mensaje no le veo mucho sentido.
En ‘Yo soy la antidiva’ canta que en el show business se «admiten solo cisnes».
A: Sí, hay que recordar que se puede ser antidiva y artista y que tenemos que luchar por un lugar porque los lugares masivos están para las otras, las que están en la apariencia y la sexualización.
¿Un arma para luchar son esas protesis que se pone usted sobre los pechos con forma de cabeza de muñeca o de amplificador?
A: Sí, pero eso también tiene mucho de lúdico. Yo estoy plana como una tabla, no tengo tetas, así que me pongo cosas chistosas. Porque yo no esté de acuerdo con la hipersexualización no voy a subir a un escenario vestida de monja. Soy artista y estoy convencida que con lo que te pones hay una cosa simbólica muy importante. Ahora una se va haciendo vieja y tiene que competir con esas chicas que parecen de Playboy, así que tiene que inventarse algo para seguir llamando la atención.
¿La edad y la experiencia les hace más seguros o inseguros antes la música nueva?
A: De ambas. Yo soy un ser profundamente contradictorio, y hay días que me siento como la mamá de los pollitos y otro me veo como que no pertenezco, que soy mosca en leche…
H: Uno sabe lo que es y lo que ha hecho, pero también que vienen muchos grupos a un festival y que se preocupan por hacer un show tremendo con vídeos y luces… Y claro, uno también tiene que competir de alguna manera para hacerlo acorde a los tiempos. Pero ya sabemos quiénes somos y lo que queremos, y eso nos da mucha tranquilidad.