Es habitual encontrarnos con numerosos comentarios durante estos días sobre la industria cinematográfica patria pues la gran fiesta del cine español tenía lugar ayer, sábado.
La gran gala de los Goya resulta algo entrañable para muchos ciudadanos pues, de una manera u otra, contemplamos irremediablemente la pasarela de actores, actrices y personalidades variadas en un entorno quizá cada día más hostil e impostado.
El cine español es complicado. Supongo que como todo en nuestro país. Y la realidad y el impacto de este acto deja siempre un sabor extraño a muchos de nosotros. Las vestimentas imposibles, los trajes con camiseta y tenis y la ridiculez confundida con glamour conviven perfectamente en un espacio en el que, a Dios gracias, en ocasiones acuden grandes profesionales del cine -en su ámbito global- pero que son nacidos en España.
Lo curioso de todo es que, si lo que se pretende emular es una de esas galas extraordinarias como los Óscars o los Globos de oro, el resultado dista muchísimo de asemejarse. Y ahí, y esto sí que es español, solemos hacer un ridículo espantoso.
Dicho esto y sin entrar a analizar el otro gran evento del cine español como es el Festival de Málaga, resulta curioso como esta industria ha servido durante muchísimos años de eje vertebrador a través del cual canalizar la ira, odio y diferencias políticas entre convecinos.
Y tanto es así que, para un sector de la sociedad, el cine español es intocable en el sentido peyorativo de la palabra. Rehúyen del él. No lo quieren ver, nunca mejor dicho, ni de lejos. Es algo malo. De rojos. De chupópteros del sistema y con el único objetivo de manipular a la población con trasfondos comunistas.
Este tipo de razonamientos no se sostienen. No tienen justificación alguna y carecen de sentido. ¿Quiere decir esto que no exista dentro de esta industria nada de lo anteriormente mencionado? Nada más lejos de la realidad. Pues existe. Por supuesto. Y lo encontramos habitualmente. Pero la generalización es tan injusta como poco útil pues muchas personas desaprovechan un material excelente que en muchos casos se limita por el mero hecho de salir de aquí.
Aún recuerdo la época del boicot a los productos catalanes y no sé por qué razón suelo reconocer en aquellos protagonistas a muchos de los que rechazan nuestro cine. Y es que qué más dará el origen si se trata de algo bueno.
Pues así está la vida. De trinchera a trinchera en un mundo, el de las artes y la cultura, contaminado en innumerables casos por intereses e interesados que con sus acciones destruyen el patrimonio cinematográfico español.
Cierto es que la industria española ha tenido momentos duros. Etapas con una calidad baja, falta de financiación y un público que abrazaba ese cine novedoso en la transición entre el éxito de Sor Citroën y los primeros largometrajes incomprendidos -o incomprensibles- de Juanma Bajo Ulloa and co.
Sea como fuere, es evidente que, entre tener o no tener una industria cinematográfica potente siempre será mejor lo primero. Pero aún existe una corriente que rechaza el cine español por sus convicciones políticas conservadoras. Y es una pena. Porque si lo rechazas por malo resultaría bastante más sensato que hacerlo por limitaciones autoimpuestas.
Aún así, el cine nacional tiene una asignatura pendiente y es eliminar la caspa que algunos retienen en sus hombros en forma de soflamas caducas y fuera por completo de la realidad.
Hasta hace muy poco, al aludir a esos conceptos de caduco, uno imaginaba siempre al típico personaje contando sus miserias ultraconservadoras pero, la situación actual -a Dios gracias- ubica en ese mismo balcón de tontos a perfiles como el de Eduardo Casanova que escupe continuamente hacia todo aquello que no sea ni piense como él sin saber que está consiguiendo un efecto opuesto al esperado.
Por eso quizá esté llegando el momento de reclamar a esa gran masa de gente normal que no peque de ingenua y disfrute, ahonde y conozca todo lo bueno que el cine español tiene y que ha conseguido cautivar durante generaciones a tantísimas personas.
Por el camino quedarán los rezagados -que acabarán acudiendo a consumirlo- así como aquellos negacionistas que seguirán en su atalaya sin saber lo que se están perdiendo. Eso sí, series de Netflix sí consumen. Aunque sean dirigidas y producidas en España. Cosas extrañísimas que suceden en nuestra querida España.
Por eso, mientras otros se dedican a amargar y amargarse la vida, a mí que me esperen sentado, pues estaré disfrutando de Berlanga y su verdugo, de Viridiana y Buñuel, de Amenábar con su Tesis, de Fernando Fernán Gómez allá por donde interpretaba, de la belleza de Saura, de La Lengua de las mariposas de Cuerda, de la oscuridad de León de Aranoa, de la crudeza de Bollaín, de Benito Zambrano y el cine andaluz, de El Día de la bestia por Navidad, de Pilar Miró, deEl Crack de Garci, del color hecho cine de Almodóvar, de Antonio Banderas en el papel de su vida en Dolor y gloria, de Penélope Cruz en Madres Paralelas y de Javier Bardem en Los lunes al sol.
En el camino siempre hay piedras, boquetes y socavones. Pero el camino sigue. Y avanza vayas a donde vayas. Por eso quizá sea bueno disfrutar y defender el buen cine. Sea español o de Sebastopol. Y cuando escuches a alguien rajar diciendo que el cine español tiene un problema porque está politizado, habrá que preguntarse bien: ¿Quién tiene el problema, el cine o tú?
Viva Málaga.