El idilio que viven Pedro Almodóvar y la Mostra de Venecia sigue viento en popa. Recuérdese que en 2019 el festival concedió al manchego un León de Oro honorífico, que doce meses después él llegó a la ciudad en plena pandemia para presentar el corto ‘La voz humana’ (2020), su primera ficción rodada en inglés, y que dos años después presentó aquí su vigesimosegundo largometraje, ‘Madres paralelas’ (2022), gracias al que Penélope Cruz se acabó llevando la Coppa Volpi a la Mejor Actriz. Y, ahora, Almodóvar ha vuelto a escoger el certamen italiano para estrenar mundialmente ‘La habitación de al lado’, que es su primer largometraje rodado íntegramente en la lengua anglosajona y con el que, además de competir en este festival, aspira a llegar lo más lejos posible en el camino tapizado de alfombras rojas que lleva hasta los Oscar.
“Para mí ha sido como enfrentarme por primera vez a un género nuevo, algo parecido a hacer una película de ciencia-ficción”, ha explicado este lunes el director en la Mostra acerca del cambio de idioma. “Necesitaba sentir el reclamo nacesario para animarme a dar el paso, y lo encontré en las páginas del libro de Sigrid”, ha añadido en referencia a ‘Cuál es tu tormento’, el libro de la autora estadounidense Sigrid Nunez en el que ‘La habitación de al lado’ se inspira para contar una historia que se resume así: dos viejas amigas se reencuentran tras muchos años sin saber la una de la otra; Martha -encarnada por Tilda Swinton, que ya trabajó con Almodóvar en ‘La voz humana’- afronta un cáncer terminal, y le pide a Ingrid (Julianne Moore), que la acompañe en sus días finales.
Basándose en esa premisa, la nueva película habla del renacimiento de una amistad pero, sobre todo, lo hace de dos formas opuestas de ver la muerte, a un lado el miedo y al otro la aceptación, y de las valiosas lecciones sobre la vida que aprendemos incluso cuando la estamos perdiendo. Asimismo, y esto es algo que el propio director ha explicitado durante su encuentro con la prensa -sí, Almodóvar ha hecho ‘spoiler’ de su propia película-, es un alegato “a favor de la eutanasia”.
Por eso, resulta inevitable conectarla estrechamente con otra de las obras más recientes del director, ‘Dolor y gloria’ (2019): si aquella funcionaba a modo de testamento artístico, esta es una elegía entonada por un hombre que a los 74 años, confiesa, siente que cada nuevo día es uno menos que le queda por vivir. “Me cuesta entender que algo vivo tenga que morir, y sé que en ese sentido soy como un niño, muy inmaduro”, reconoce. “La muerte nos rodea permanentemente, la vemos cada día en las noticias, pero sigo sin hacerme a la idea de ella”.
En cualquier caso, ‘La habitación de al lado’ es una película genuinamente ‘almodovariana’ por varios otros motivos. Primero, reafirma la voluntad literaria de su cine, que se explicita sobre todo en la enfática forma de hablar de sus personajes. Segundo, reitera la proclividad del director a dejar claros sus referentes: es una película que verbaliza su parentesco con ‘Los muertos’ -tanto la novela de James Joyce como la sublime adaptación cinematográfica de John Huston-, que explora las posibilidades narrativas y expresivas de los ventanales como lo hacía el cine de Douglas Sirk, y que parece inspirarse en las mejores obras de Ingmar Bergman cuando trata de transmitir emociones a través de primerísimos planos de los rostros de las actrices. Tercero, da continuidad al tipo de contención dramática que Almodóvar viene practicando en sus largometrajes desde ‘Julieta’ (2016), y la complementa con un comedimiento a nivel estético -los interiores de las estancias están decorados con colores menos chillones que de costumbre, las composiciones llaman menos la atención sobre sí mismas- que evoca el que practicó en ‘La piel que habito’ (2011).
El problema es que esa falta de sentimentalismos y esa relativa austeridad formal no impiden que ‘La habitación de al lado’ sea un engranaje al que le sobran piezas. Mientras permanece centrada exclusivamente en la relación entre sus dos protagonistas la película resulta magnética, y por tanto resulta lamentable que el director, tal vez por miedo a acabar haciendo una obra demasiado radical -como ‘Persona’ (1966) o como ‘Sonata de otoño’ (1978), dos títulos de Bergman que en todo caso trae a la mente-, se empeñe en adornar ese eje narrativo con postizos, ocurrencias y distracciones.
Su metraje abusa de ‘flashbacks’ que se muestran incómodos conviviendo con el resto del relato, de escenas del todo innecesarias en las que se abre e inmediatamente se cierra una reflexión sobre la dictadura de la corrección política, y de personajes secundarios que insisten en sugerir que la muerte de Martha es una metáfora de la muerte del planeta a causa del cambio climático y de la inacción de sus habitantes. Para bien o para mal, esa interpretación alegórica de ‘La habitación de al lado’ es precisamente la que Almodóvar parece promover. Hoy la ha definido como “una respuesta a los discursos del odio que estamos oyendo cada día en España y en todo el mundo”, y como una llamada a la compasión hacia, por ejemplo, “todos esos niños sin acompañamiento que luchan por llegar a nuestras fronteras y que según la derecha española deberían ser tratados como invasores; me parece un discurso injusto, delirante y estúpido”.
La otra película aspirante al León de Oro presentada hoy es ‘Vermiglio’, el hipnótico cuarto largometraje de la italiana Maura Delpero. Transcurre en un pueblo situado entre las montañas Dolomitas a lo largo del último año de la Segunda Guerra Mundial, observante del efecto que cada estación tiene sobre el imponente paisaje, y fija su mirada en una familia numerosa que, a causa de la llegada de un soldado desertor, pierde la paz en el preciso momento en que el mundo encuentra la suya. Diluyendo la frontera entre documental y ficción, evocando el registro metafórico de autores compatriotas como Ermanno Olmi, Delpero construye el drama de su historia -basado en el aislamiento, en las estrecheces económicas, en un fervor religioso desubicado, en los prejuicios culturales- sobre constantes elipsis narrativas que a menudo relegan los acontecimientos al fuera de campo, y dejando que las consecuencias de estos se nos insinúen en silencio, tan sutiles como rotundas.