Nuestra ciudad empieza a consolidarse como un polo educativo de referencia / l.o.
Hace apenas unos años, Málaga se miraba al espejo de su propio potencial sin atreverse a dar un paso adelante. Teníamos sol, teníamos mar, teníamos historia y algunas piedras que lo demostraban, pero no teníamos centros de referencia en muchos sectores que hoy consideramos ya imprescindibles.
Y entre ellos, uno de los más evidentes era el educativo. Málaga tenía universidades, sí. Tenía su Universidad de Málaga —que ha hecho y sigue haciendo una labor crucial para la ciudad—, pero faltaba un paso más. Faltaba músculo, variedad, competencia, especialización. Faltaba ambición.
Hoy, sin embargo, basta con recorrer las noticias recientes o simplemente asomarse a las calles del centro y mirar más allá de los bares o las obras de rehabilitación para darnos cuenta de que algo está cambiando. Y mucho. Nuestra ciudad, que no tenía ni en su hoja de ruta nada parecido, empieza a consolidarse como un polo educativo de referencia. Y eso hay que celebrarlo. Con palabras. Con hechos. Y con nombres propios.
Uno de esos nombres es el de MEDAC, y más concretamente el del visionario esperancista que lo impulsó: Paco Ávila. Lo que comenzó como un modesto proyecto de formación profesional terminó convirtiéndose, en pocos años, en un fenómeno educativo de primer orden. MEDAC es ya una referencia nacional en la FP, y ha demostrado que en Málaga también se puede pensar a lo grande y ejecutar mejor aún.
Junto a él, es de justicia recordar a Javier Imbroda, quien no solo creyó en el proyecto, sino que lo defendió con uñas y dientes desde su puesto en la Consejería de Educación. A ambos, Málaga les debe mucho más de lo que parece. Pero esa digestión tardará bastante hasta darnos cuenta.
Pero el salto cualitativo no termina ahí. Porque al calor de esta nueva Málaga ambiciosa y atractiva que busca tener una hostelería o comercio acorde a su ciudadanía y ahora también un especio formativo de primer orden, han llegado también las universidades y centros privados. Y lo han hecho con fuerza, con rigor, con innovación y con vocación de permanencia. La Universidad Europea, ESIC, la Universidad Alfonso X, San Telmo, ESESA o Yago School son instituciones que podrían haber elegido otras ciudades más tradicionales en el mapa universitario español, pero que han apostado por esta Málaga que ya no se conforma con ser destino turístico: ahora quiere ser destino de conocimiento.
Y como colofón a este despertar académico, la Fundación Unicaja ha dado un paso decisivo con la creación de UTAMED, una universidad online andaluza que supone un nuevo hito en la historia educativa de esta tierra. Con una vocación digital, accesible y de alta calidad, UTAMED llega para competir de tú a tú en un mercado en expansión, y para ofrecer formación a miles de estudiantes que, quizás, hasta ahora no encontraban su sitio en el sistema.
Ahora bien, cuando uno escucha a ciertos sectores políticos levantar la voz contra este tipo de iniciativas privadas, uno no puede evitar preguntarse: ¿de verdad sobra la educación? ¿Puede una ciudad —o una sociedad— permitirse el lujo de rechazar proyectos educativos solo porque no nacen del sector público? ¿Acaso no es beneficioso que existan distintas opciones, distintos enfoques, distintas metodologías?
Mi respuesta es rotunda: toda presencia educativa es una buena noticia. Siempre. Y subrayo el «siempre» porque no debería hacer falta aclararlo, pero parece que sí. El crecimiento y desarrollo de la educación privada no es una amenaza, es un complemento. No compite contra la pública, sino que la estimula.
Ojalá las administraciones públicas se esfuercen cada día por mejorar la educación pública, porque es justa, necesaria y debe ser de excelencia. Pero que eso ocurra no significa que haya que poner obstáculos a las iniciativas privadas. Ni mucho menos. La convivencia de ambos modelos, bien regulada y respetuosa, es el camino. Lo ha sido en tantos países de nuestro entorno, y lo está siendo aquí, en Málaga, sin ir más lejos.
En un momento en el que aún hay zonas de nuestra ciudad que están en transformación, donde se rehabilita lo viejo y se busca un nuevo uso a lo que parecía condenado al abandono, que aparezcan instituciones académicas de calidad es un síntoma de salud social. Es el mejor indicador de que Málaga está viva. Y va a más. A mucho más.
Por eso, a quienes siguen empeñados en despreciar cualquier propuesta que no venga con el sello estatal les animo a abrir los ojos y mirar. Porque Málaga no solo se está llenando de universidades, sino también de estudiantes, de profesores, de talento. Y eso solo puede ser bueno.
Hace muy poco no teníamos nada. Hoy, somos un faro. Y mañana, si seguimos por este camino, quizás seamos un referente internacional. Pero para eso hace falta que no pongamos frenos donde deberían ir alas. Que dejemos de ver enemigos donde hay aliados. Y que entendamos, de una vez por todas, que cuando se trata de educación, el único verbo que vale es sumar.
El problema, como casi siempre, es que las ideologías —sobre todo las más rígidas y dogmáticas— se convierten en el lastre del sentido común. La realidad es mucho más sencilla de lo que algunos quieren hacernos creer: las empresas generan riqueza. Y cuando hay riqueza, hay movimiento; y cuando hay movimiento, hay empleo; y cuando hay empleo, hay sueldos; y cuando hay sueldos, hay gasto; y cuando hay gasto, hay beneficios; y así sucesivamente, en una cadena virtuosa que beneficia al conjunto de la sociedad. Es una lógica tan básica como incontestable. Y si, además, todo esto ocurre en torno a centros educativos, formativos, de investigación y de referencia nacional, entonces el impacto es doblemente positivo.
Estamos construyendo una ciudad que hace no tanto era impensable: una tierra con ambición, con vocación internacional, con cerebro, con ideas, con futuro. Y lo más importante: sin miedo. Y si no estás de acuerdo…Medac igual lo que pienses.
Viva Málaga.