Los venezolanos acuden este domingo a las urnas impulsados por el deseo de cambio, el cansancio social y también el temor al cierre de una era abierta en 1998 con la irrupción de Hugo Chávez. Nicolás Maduro, en el poder desde 2013, intenta retenerlo después de una década de conflicto interno devastador. Si bien compite contra otros nueve candidatos, la mayoría son testimoniales. El exdiplomático Edmundo González Urrutia es el representante de las principales fuerzas opositoras y ha contado desde el comienzo de la campaña con el aval de la dirigente inhabilitada María Corina Machado. Tanto Maduro como González Urrutia llegan a esta instancia confiados en la victoria electoral. Oficialismo y oposición también han convocado los fantasmas de una crisis de proporciones si los resultados del escrutinio nocturno no coinciden con sus expectativas. La comunidad internacional está atenta al desenlace.
Maduro fue elegido en 2013 por dos puntos de diferencia frente a un Henrique Capriles Radonski que nunca los resultados electorales. En 2018, y tras años de enfrentamientos en las calles que dejaron decenas de muertes, compitió casi en soledad. La oposición le dio la espalda a la contienda y Venezuela escaló su conflicto interno. Esta vez, las reglas de juego han sido distintas. La oposición decidió participar esta vez de los comicios a sabiendas de las desventajas y la inhabilitación de Machado. Las urnas revelarán si se impuso el anhelo de pasar de página o Maduro logró convencer a los desencantados de que esta vez las promesas de prosperidad no quedarán en una nueva frase hueca.
La participación electoral será clave. 21 millones de personas están llamadas a las urnas, según el Consejo Nacional Electoral (CNE). Sin embargo, un cuarto de ellas ha abandonado el país y no han sido habilitadas para sufragar, partiendo de una tasa de abstención del 25%. Las posibilidades de victoria del Partido Socialista Unido (PSVU) se incrementarán si aumenta la abstención. Por el contrario, el enojo colectivo con años de privaciones, que también han afectado a antiguos chavistas, podría cambiar la historia.
El PIB venezolano se derrumbó casi un 80% a lo largo de la disputa política. A partir de 2021, la economía recuperó la senda del crecimiento con inversiones en el sector petrolero de empresas extranjeras y un proceso de dolarización que redujo sustancialmente el coste de la vida. El crecimiento previsto para este año es del 4%, sin modificar el cuadro de enorme desigualdad social.
Maduro presenta estos datos como credenciales: se refiere a Venezuela como país de «emprendedores», palabra de jerga neoliberal, mezclada con retórica revolucionaria, y señala la dinamización del consumo. Los analistas no se ponen de acuerdo sobre los efectos de estas mejoras en las urnas. El madurismo puso a su vez en funcionamiento su maquinaria estatal para retener voluntades y advertir sobre las consecuencias de una derrota: ser una versión venezolana de la Argentina de Javier Milei.
«Le sugiero que gane las primarias, está fuera de ranquin para debatir conmigo, lo lamento mucho. Me llamó ladrón, pero no la voy a ofender, águila no caza mosca», le dijo Hugo Chávez a María Corina Machado en 2012, después de que la diputada asegurara que «robar es expropiar» y que «el tiempo se le acabó» al Gobierno. Doce años más tarde, Machado ha dejado de ser un personaje lateral y estridente. Atrás queda el tiempo en que la dirigente derechista reclamó a EEUU que redoblara las sanciones económicas contra Caracas e, incluso, dijo que apoyaría una intervención militar externa para derrocar a Maduro.
La líder de Vente Venezuela alteró su discurso. Ganó por abrumadora mayoría las primarias opositoras que había despreciado como mecanismo de selección de un candidato. Fue inhabilitada para participar de la contienda, pero, contra todos los pronósticos, no se inclinó hacia el boicot del proceso. Respaldó a González Urrutia, suplantó su rictus iracundo, siempre al borde del enojo, por una sonrisa y una mirada ocasionalmente compasiva con el dolor colectivo. Devino un fenómeno de masas del antimadurismo y su importancia puede volver ahora.
Una victoria de Maduro podría reanimar las migraciones hacia fuera del país, algo que preocupa mucho a la región. El Gobierno ha tenido roces inéditos con vecinos progresistas, como Gustavo Petro, Luiz Inácio Lula da Salva y Gabriel Boric. La advertencia presidencial de un «baño de sangre» si la oposición desconoce el escrutinio provocó distanciamientos indisimulables. El Palacio de Miraflores retomó las conversaciones con EEUU, en plena campaña electoral. Las interpretaciones fueron divergentes. Unos vieron un reconocimiento implícito de Washington de que el madurismo permanecerá en el Palacio de Miraflores. Otros señalaron lo contrario: que se ha pactado una transición sin sobresaltos ni castigos.
En el plano económico, los inversores internacionales prefieren que gane la oposición pero están preparados para alargar la era Maduro. La necesidad de petróleo es más fuerte que las simpatías. Venezuela tiene una deuda externa de unos 160.000 millones de dólares, que se ha comprometido a pagar. La producción de la estatal PDVSA se recupera después de que EEUU suavizara las sanciones. El pragmatismo puede encontrar un obstáculo si Donald Trump vuelve a la Casa Blanca. Si vence González Urrutia, no solo se modificarán el mapa interno y las relaciones con Washington. La Venezuela madurista es un sostén importante de Cuba, Nicaragua, China, Rusia e Irán.
Maduro ha repetido que sus adversarios no reconocerán su triunfo y descarta otro resultado que no sea el favorable. La oposición se aferra al recuento de sus propias actas y considera, simétricamente, que ha ganado de antemano porque eso indica el termómetro social. Algunas experiencias latinoamericanas son recuperadas por estas horas. El 5 de octubre de1988, el general Augusto Pinochet fue derrotado en el plebiscito con el que buscaba eternizarse. La Junta Militar se quebró cuando el dictador se negaba a aceptar el veredicto popular. La oposición chilena había aceptado reglas de juego desfavorables, igual que hoy en Venezuela.
En la Nicaragua de 1990, Daniel Ortega, el candidato del Frente Sandinista de Liberación cayó el 25 de febrero ante Violeta Chamorro por 14 puntos de distancia, fruto de un agotamiento social por la guerra civil, apoyada desde Washington, pero también con el propio partido. El general Humberto Ortega permaneció al frente del Ejército, garante de una transición pactada.
En el Perú de Alberto Fujimori tuvo lugar algo distinto. El autócrata creía en abril de 2000 tener la segunda reelección asegurada y un ignoto Alejadro Toledo la puso en entredicho y sublevó a parte del país. Si bien Fujimori se «autoeligió», meses después tuvo que huir del país.
¿Venezuela se mirará al espejo de algunos de estos antecedentes? Llamó poderosamente la atención a los analistas el último programa televisivo de Diosdado Cabello antes de los comicios. «Siempre hay traidores, pero nosotros no vamos a traicionar a este pueblo. Cuando escuchen a alguien que comienza a tener un discurso raro, exquisito, para alejarse de la candela, ponerse por encima del bien y el mal, tengan cuidado. Los tibios son así, pero una revolución es ardiente, dinamismo constante». No faltaron aquellos que lo escucharon como una muestra de malestar por las declaraciones de Nicolás Maduro Guerra a ‘El País’ .»Si perdemos, entregamos y seremos oposición», dijo el hijo del presidente.