Giorgia Meloni es una superviviente. Aprende y se adapta. Triunfa en la ambigüedad. Sabe cuándo lanzarse a yugular de sus rivales o dejar que se estrellen solos, cuándo defender sus problemáticos antecedentes posfascistas o mostrar su perfil más moderado, cómo atacar sistemas neurálgicos de su país (sin casi despertar al cuarto poder) y echar marcha atrás cuando el enemigo, interno o externo que sea, la supera en fuerzas. Tanto dentro de la Unión Europea (UE), como fuera de ella. Eso mismo ha demostrado desde que, hace ahora un año, ganó unas elecciones históricas: las que la convirtieron en la líder de la coalición gubernamental más derechista en Italia desde la Segunda Guerra Mundial y en primera jefa de Gobierno mujer de su país.
Durante las primeras semanas después del voto, Italia, potencia del G7 y fundadora de la UE, asustó. Los aires impetuosos y agresivos de Meloni en los últimos años y durante la campaña electoral, la escasez de cuadros ejecutivos en su equipo, y sus recientes alianzas con otros partidos extremistas como Vox en España y el PiS polaco, así como las posiciones prorrusas de sus aliados políticos, habían alimentado ese temblor.
Pero fue entonces cuando Meloni puso en práctica sus dotes. Para apaciguar las aguas, publicitó su faceta más atlantista, dio un apoyo sin fisuras a Ucrania, y diluyó sus posturas euroescépticas, defendiendo el diálogo con la UE, la institución que decían quería destruir (tanto que su primer viaje fuera de Italia fue precisamente a Bruselas). Así aprobó su primera ley de presupuestos y, durante casi seis meses, sólo mantuvo un conflicto de calado, con Francia, por la inmigración (luego en parte reparado con un encuentro ‘vis à vis’ con el presidente francés, Emmanuel Macron). «No es tan terrible como decían», terminó por oírse en las bocas de la diplomacia europea.
Ocupar el poder Creíble o no, fue sólo a partir de la primavera pasada cuando, coadyuvada por una oposición hecha trizas, Meloni empezó a querer gobernar de verdad a su país. Desde el mundo del trabajo (le echó un terrible pulso a los sindicatos), a la justicia y la televisión pública, la política empezó a desafiar a sectores asentados del poder institucional y político de su país, encaminando reformas, aprobando medidas de calado (a menudo, a golpe de decretos ley) y ocupando cada vez más espacios sin encontrar casi resistencias.
«El caso de la RAI es muy representativo. Que se den algunos relevos en la televisión pública con los cambios de Gobierno es algo que acontece desde siempre, pero con Meloni fue brutal, un asalto masivo», afirma la periodista Susanna Turco, autora de ‘Rey Giorgia’, una de las pocas biografías sobre Meloni. «A esto hay que sumarle que Meloni también se beneficia del actual un panorama mediático. Hoy hay muchos más diarios de derecha que de izquierda, por lo que la crítica es mucho menos trascendente», explica, al añadir que esto, junto a las tácticas de Meloni, permite introducir cambios «de una forma silenciosa, engañosa, que no provoca la reacción pública, ya que no hay anticuerpos». Por eso también «Meloni gobierna como en una monarquía (absoluta), todo lo decide ella, todo gira alrededor de ella», advierte.
De ahí también el trabajo, sobre todo de sus asesores, en hacer un esfuerzo (casi sobrehumano) para asentar la idea de que Meloni es una líder «conservadora», no de «extrema derecha» y hacerlo sin dejar de hablar a su núcleo duro ultraderechista. «En Meloni convive una esencia que sigue siendo la soberanista, de la Europa de los Pueblos, y un intento de presentarse como la líder de un partido conservador», coincide Daniela Giannetti, politóloga de la Universidad de Bolonia. Eso se ve también en la relación con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. «Se necesitan mutuamente y por eso se han acercado», razona Giannetti, al añadir que, sin embargo, esto podría cambiar cara a las elecciones europeas del año que viene.
Victorias y fracasos En este escenario, Hermanos de Italia, el partido de Meloni, se mantiene hoy firmemente como la primera fuerza política de Italia. En concreto, según el barómetro de YouTrend/Agi, el primero del otoño y basado en 12 encuestas realizadas por ocho institutos diferentes, el partido de Meloni suma un 28,7%. Eso es, muy por delante de sus dos principales socios de Gobierno, la Liga (9,2%) y Forza Italia (7%), y también de sus opositores progresistas, el Partido Democrático (19,7%), el Movimiento Cinco Estrellas (16,5%), Acción (3,8%) e Italia Viva (3%).
Un favor, del cual goza Meloni, que no se ha visto por ahora resquebrajado ni por sus fracasos. ‘In primis’, la gestión migratoria, como demuestra el (por el momento ineficaz) acuerdo con el presidente tunecino, Kaïs Saïed, que no ha frenado las salidas masivas de ese país. O también las enredadas dificultades económicas de Italia, país cuyo PIB sigue creciendo de forma insuficiente (3,7% en 2022, según la última estimación de Istat), y que en estos meses tuvo grandes obstáculos para obtener el tercer tramo del plan de recuperación europeo. Todo ello sumado al tibio apoyo obtenido en la UE a la propuesta italiana de creación de un nuevo fondo europeo de soberanía para la política industrial de la región.