Para realizar su primer largo documental, ‘The Act of Killing’ (2012), Joshua Oppenheimer reclutó a varios individuos para hacerles rememorar y recrear los incontables asesinatos que habían cometido contra sus compatriotas, vecinos e incluso familiares tras el golpe de estado de 1965 en Indonesia. Tanto aquella película como su secuela, ‘The Look of Silence’ (2014), eran retratos demoledores de la impunidad de gente corriente involucrada en actos atroces, y ese tema también es explorado en el primer largo de ficción del estadounidense, ‘The End’, aunque de forma muy distinta.
También presentada hoy a concurso en el festival de San Sebastián, la película es un musical apocalíptico sobre la acomodada vida que lleva una familia absurdamente rica dentro de un búnker, décadas después de que sus propias acciones hayan acabado con el resto de la humanidad. De vez en cuando estas personas, encarnadas por actores como Tilda Swinton y Michael Shannon, dejan lo que están haciendo para empezar a cantar y bailar para expresar anhelos y deseos que, por supuesto, nunca tienen en cuenta los millones de muertes de los que son causantes o cómplices.
Es una premisa prometedora que, eso sí, de ningún modo justifica los 148 minutos de duración de una película que no se toma la molestia de desarrollar sus propias ideas. Oppenheimer acierta al evitar redenciones atropelladas y transformaciones epifánicas a un grupo de personajes adictos al autoengaño e inmunes a la empatía pero, como consecuencia sin duda involuntaria de su decisión, la narración y el drama de ‘The End’ permanecen estancados. Por eso, las canciones no se ven obligadas a expresar nada que no quede claro ya a través de la imagen y el diálogo, por lo que resultan del todo superfluas, y a eso es algo a lo que sin duda contribuye la ramplona puesta en escena que la mayoría de ellas aqueja. ¿Qué sentido tiene hacer un musical que carece justo de lo que hace que los musicales sean especiales?