En la primera temporada empezó a explotar su perfil de ‘señora de…’, mostrando sin tapujos (presumiendo, vamos) lo bien que se vive siendo la novia de Cristiano a cambio de ser un ama de casa perfecta y una madre entregada a sus hasta entonces cuatro hijos. Aunque ya hiciera sus pinitos profesionales. Mostrar sin reparos tanto lujo y que lo contara en plan: ‘yo, flipo, tía’, la hacían arrebatadora. Y ahí empezó el fenómeno. En la segunda, ya venía más crecida, más diva, y es que, tras el éxito del ‘reality’, en los eventos de nivel las estrellas internacionales se rendían a sus pies. Aunque también ofrecía su parte más frágil al compartir un hecho trágico que ni todo el dinero del mundo puede minimizar: la pérdida de uno de sus hijos al nacer. En esta tercera temporada que estrena Netflix el miércoles, 18, Georgina Rodríguez ya es la estrella en que se ha sabido convertir y los seis episodios exploran nuevas facetas de esta Cenicienta del siglo XXI que cambió la calabaza por el Lamborghini, en un hechizo que parece continuar.
Georgina Rodríguez, paseando en moto de agua en ‘Soy Georgina’. / Netflix
Y es que Georgina logra provocar rechazo y adicción por partes iguales (su figura rd digna de estudio por parte de psicólogos y sociólogos), pero nunca indiferencia. Quien no la soporta, o no ve su ‘reality’ o lo hace refunfuñando (que ya son ganas de sufrir), pero al resto le resulta hipnótica su presencia y su forma de narrar. Y estos últimos comprobarán en esta temporada que Georgina (como reza el título) ya es Georgina y punto. Ya no habla de su pasado, porque ya nos lo sabemos (o eso creemos) y lo que importa ahora su presente. Y aunque ella es la estrella indiscutible, para contrarrestar esa imagen del padre ausente que se podía desprender de anteriores episodios, hay una mayor presencia de un Ronaldo entregado (a ratitos) a sus hijos y a su mujer.
La persona más famosaPrecisamente en una de esas escenas familiares con los siete entorno a la mesa es cuando el futbolista le pregunta a los niños quién es la persona más famosa que conocen y uno de ellos suelta: “¡Mamá!”. Aunque, ante la cara de perplejidad de él y la de indisimulado orgullo de ella, otra hija lo acaba arreglando: “¡Papá!”. (No obstante, la próxima estrella será la pequeña Alana, que apunta maneras con su gran personalidad y desparpajo. Al tiempo). No obstante, por si no quedara claro quién es el ‘jefe’, en estos nuevos episodios son muchas las visitas a los estadios a ver lo importante que es el patriarca, que sigue siendo el mejor goleador del mundo y una estrella que idolatrar en el altar que le han montado en Riad (Arabia Saudí) en forma de Museo de Cristiano Ronaldo.
Georgina Rodríguez, con Cristiano Ronaldo y su hija Bella. / Netflix
Porque, con su fichaje por el Al-Nassr, ahora ese es su hogar. En la primera entrega les vimos en sus residencias de Madrid y Turín; en la segunda, mudados a Manchester, y ahora, en su mansión de Riad, un marco este que no podía ser más ideal para gente de su nivel. Así en esta temporada, que, a modo de las aventuras de Tintín, se podría titular ‘Georgina en el Imperio del Lujo Obsceno’, vemos cómo ir el fin de semana a la playa en familia es instalarse en un impresionante ‘resort’ flotante en el Mar Rojo (“el mayor lujo para nosotros es estar con los niños en la naturaleza”, asegura), que en Navidad les monte una pista de hielo en el jardín (“Georgilandia”) o celebrar su 30º cumpleaños en Las Maldivas con la prole (sus hijos y su equipo). Pero es que Georgina nos ha habituado a que esto sea normal y disfrutemos adentrándonos en un mundo al que nunca más nos van a invitar. Capítulo aparte son los maravillosos paisajes mostrados, como el desierto de Al-Ula, de una belleza difícil de describir.
Modelo e ídoloNo obstante, como modelo e ‘influencer’ ‘top’ que ya es (tiene 28 millones de seguidores en Instagram), su mundo no acaba aquí. La vemos acudir a París, para un desfile de Loewe, con una elegantísima gabardina de napa de la firma y una pinza en el pelo de esas que venden en el súper. “Soy incapaz de viajar sin mi pinza”, asegura (y en el Carrefour ya están aumentando el ‘stock’). Cuidadosa con su imagen, el mimetismo con las mujeres ricachonas de Arabia Saudí está muy logrado. Con el pelo más oscuro, unas enormes cejas trazadas, gafas de sol enormes y jerséis de cuello alto podría pasar por una de ellas.
Aunque no pierde su esencia sexi y por eso no duda en acudir a unos premios en Riad con un escote de lo más descarado, provocando una escena de lo más chocante: mujeres vestidas con túnicas negras de pies a cabeza (y con velo alguna de ellas) agolpándose para hacerse un ‘selfie’ con ella. Y es que el ‘reality’ no para de mostrar cómo la idolatran unos y otros, por lo que entre tanto peloteo vil es un acierto que su agente, Ramon Jordana, le esté echando constantemente pullitas. Un contrapunto necesario que humaniza el asunto.
Además de sus éxitos profesionales (que si portadas de ‘Vogue’, que si un vídeo con Sebastián Yatra, que si su debut como modelo de pasarela), que la encumbran más y más, la ‘influencer’ nos regala también impagables ‘momentos choni’ o situaciones en las que se ríe de sí misma. Como cuando se suelta la faja y se pone las chanclas Adidas ( ya no se pone chándal con ribete) que la hacen entrañable. O cuando muestra cómo recibe clases de inglés mientras le hacen la manicura y la pedicura y uno descubre que, aunque no llega a ser un Mario Vaquerizo, tendrá que seguir haciéndose más las uñas.
Sin olvidar cuando se entrega con gula al jamón (costumbre que no abandona ni en Arabia Saudí) y al vino tinto. No faltan (no podían faltar) esos momentos que la convierten en la nueva ‘princesa del pueblo’, como cuando visita a una niña con cáncer, invita a una sesión de fotos a la hija del chófer de una amiga o cuando acude (en Rolls Royce blanco y con un traje de punto blanco celestial) a la Iglesia para darle a Dios las gracias, que por generoso no será.
Como ella es la protagonista y la narradora de su propio cuento, aprovecha para exaltar a su príncipe azul (“Ronaldo es el compañero de mi vida, mi confidente, mi alma gemela”) antes de poner el broche final: “Hasta aquí todos los sueños que se han convertido en realidad. Siento que nuestra vida pronto va a cambiar, pero mientras tanto seguiré caminado de vuestra mano y en la misma dirección hacia un futuro brillante”. Lo que viene a ser: fueron felices y comieron perdices (o mejor jamón). Y colorín colorado, este cuento no se ha acabado. Epílogo: por cierto, ¿la veremos teñida de rubia a lo Bad Gyal?