“Vivo en Europa -dice Alejandro G. Roemmers (Buenos Aires, 1958)- buena parte del año buscando la primavera y el verano y me reservo el invierno argentino porque me gusta mucho esquiar”. Personaje curioso el de este autor, heredero de una de las grandes fortunas de su país, la farmacéutica que lleva su apellido y de la que se ha desligado en la dirección desde hace dos décadas para dedicarse a la promoción cultural -aunque la fallida producción de una serie sobre San Francisco de Asís junto a ¡José Luis Moreno! le ha hecho llevar a este ante los tribunales por estafa-, numerosas obras de filantropía y sobre todo la escritura. Su novela ‘El regreso del joven príncipe’, una suerte de continuación de ‘El principito de Saint Exupery’, vendió millones de ejemplares.
El resto no fue tan exitoso, pero ahora intenta resarcirse con ‘El misterio del último stradivarius’ (Planeta), una novela con vocación de batir marcas en ventas que convoca en sus páginas la peste de Nápoles -fue escrita en plena pandemia-, las invasiones napoleónicas, los estrenos operísticos de Giuseppe Verdi, el estallido de la Primera Guerra Mundial en Sarajevo, los campos de concentración -en este caso, el más desconocido, la Risiera de San Sabba en Trieste- y la tristemente famosa ruta de las ratas, las redes clandestinas de escape que utilizaron muchos nazis para instalarse en Sudamérica.
El escritor Alejandro G. Roemmers. / Javier Ocaña
El hilo conductor del relato es un violín stradivarius, el último -o así lo imagina Roemmers- surgido del taller de Antonio Stradivari, el más célebre artesano lutier de todos los tiempos, con el permiso de Giuseppe Guarnieri. De mano en mano como falsa moneda, la novela nos lleva desde la construcción del instrumento en Cremona hasta tierras paraguayas, donde un coleccionista y su hija adolescente son asesinados por su posesión. El crimen, pero no la trama nazi, ocurrieron reamente en el país subtropical y fue el desencadenante de la novela que alterna el pasado del instrumento con el presente policiaco, con su obligatoria pareja de policías investigando el crimen.
Prueba de la influencia de Roemmers entre las élites liberales latinoamericanas es el prólogo que el nobel Mario Vargas Llosa escribió para este libro, probablemente su último texto, que en forma visiblemente reducida se muestra en el libro. “Quise agradecérselo pero ya se encontraba muy mal y no estaba en disposición de atenderme al teléfono”, dice el argentino.
Alejandro G. Roemmers en Cremona, Italia. / Javier Ocaña
Para la presentación de la novela, Roemmers se ha trasladado a las fuentes de su novela, la ciudad de Cremona, la cuna de Stradivari, donde la memoria del lutier sigue siendo el primer gancho turístico, con sus tiendas de instrumentos -alguna de ellas regentadas por chinos- su excelente Escuela Internacional de lutiers -recuperada por cierto por el régimen fascista- y una remozada Casa Stradivari, donde al parecer vivió el artesano con su primera esposa. Hoy se muestra un ejemplar de su creación, valorado en 20 millones de euros, con un impresionante sonido sobrenatural. Y no es suposición porque allí mismo un violinista de flequillo rebelde y estudiadas maneras te hace una demostración.
“La historia del violín me ha servido para unir una gran cantidad de valores que vienen de la tradición griega, las culturas orientales y sobre todo el cristianismo que ha desembocado en la excelencia de la arquitectura, la música y la pintura”. La mención al cristianismo no es banal para él. Lleva una cruz de oro al cuello que reconoce como una suerte de amuleto espiritual, como lo es su violín, y se precia de su amistad con el fallecido pontífice y paisano Francisco. Impulsado por el Vaticano, Roemmers organizó un partido de fútbol en Roma con futbolistas famosos a favor de la paz -se programó otro en Rusia que no se llevó a cabo- y un encuentro de jóvenes pacifistas en la Plaza de San Pedro, junto a 30 premios nobel de la Paz. “El Papa no pudo acudir por problemas y salud y al final tuve que dar yo el discurso en su nombre”.
Roemmers es heredero de una de las grandes fortunas de Argentina, la farmacéutica que lleva su apellido y de la que se ha desligado en la dirección desde hace dos décadas para dedicarse a la promoción cultural. / Javier Ocaña
Sin embargo, su amor por el Papa se contrapone al respeto que le produce Javier Milei, que llamó a Francisco “representante del maligno en la Tierra”, aunque luego se tragara sus palabras y le dedicara siete días de luto. “Argentina estaba al borde del colapso cuando llegó Milei al poder y ha estabilizado las variantes macroconómicas. Va a ser un proceso lento porque habrá mucha gente que se va a quedar sin trabajo y habrá que ayudarles a encontrar otro, formándola en otros campos”, dice más interesado en la economía global del país que en las problemáticas sociales.
El retrato de Roemmers no estaría completo si no se mencionara una causa judicial en la que todavía está inmerso, aunque fuera sobreseída en primera instancia el año pasado y que le acusa de ser el ‘capo’ de una red de trata de personas. Roemmers no se altera cuando se le menciona el caso: “Se han dicho muchos disparates sobre mí. Está clarísimo que el acusador tiene antecedentes de extorsión y es alguien agresivo y violento que intentó atropellar a otra persona. Se ha demostrado que muchos de los que testificaron contra mí actuaron porque les prometió dinero que me iba a quitar a mí. En fin, que yo jamás he hecho daño a nadie”.
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