Iluminación de Navidad en la calle Larios. / L. O.
Cuando llega diciembre, Málaga se transforma en un espectáculo que la posiciona como una de las capitales navideñas más atractivas de España. Las luces de Navidad se convierten en el eje central de esta metamorfosis, con calle Larios como foco principal y, por extensión, como emblema del ambiente festivo nacional. Es una realidad innegable que multitudes se sumergen en este entorno, atraídas por la fantasía de la iluminación, los espectáculos musicales y un ambiente que parece salido de un cuento navideño con Mariah Carey recién salida de tapear en Lo Güeno.
Sin embargo, más allá del fervor popular, se alza una corriente crítica que, año tras año, cuestiona esta ya tradición lumínica. Para ellos, las luces no son más que un derroche económico, un atentado ecológico o una manifestación superficial de consumismo o de una fiesta religiosa que no debería imponerse al resto. Aquí solamente se puede imponer lo que ellos, por imposición, consideren. Este enfrentamiento entre la atracción masiva y la oposición minoritaria revela un dilema interesante sobre cómo entendemos y vivimos el espacio público, los gustos colectivos y las dinámicas culturales de nuestra ciudad.
Es innegable que el despliegue navideño en Málaga ha alcanzado un nivel difícil de igualar. Desde el espectáculo lumínico de calle Larios, con sus diseños de gran acogida entre la ciudadanía, hasta el videomapping en la Catedral o los eventos en puntos no céntricos de la ciudad como el Jardín Botánico de La Concepción y el Parque del Oeste, la ciudad ofrece una experiencia inmersiva que atrae a visitantes de todos lados.
Para los malagueños, este evento es casi un ritual. Familias enteras, grupos de amigos y parejas acuden con entusiasmo a presenciar el encendido de las luces, a hacer fotos para las redes sociales y a disfrutar del ambiente. Y de paso, a comprar y gastar. En muchos casos, invitan a gentes de otras ciudades, y hay quienes, orgullosos de su tierra, convierten este recorrido en una tradición navideña que refuerza el vínculo entre lo local y lo global. En Navidad, te tienes que venir a Málaga.
No hay duda de que el atractivo es real: las cifras hablan por sí solas. La afluencia de personas en Málaga durante la Navidad ha crecido exponencialmente en los últimos años, y los comercios locales reportan un aumento significativo en sus ventas gracias a este fenómeno.
En paralelo, hay una corriente que se opone frontalmente a este despliegue. Los argumentos son diversos: desde la contaminación lumínica y el gasto energético hasta la masificación del centro y el supuesto vaciamiento cultural que, según sus detractores, promueven estas iniciativas. Las redes sociales se llenan de críticas, y algunos colectivos organizan actos simbólicos o campañas para boicotear o concienciar sobre el impacto negativo de este tipo de eventos.
Lo llamativo es que esta oposición, aunque legítima en sus planteamientos, representa a una minoría que contrasta enormemente con el entusiasmo generalizado. Si contásemos a todas las personas que participan cada año en el fenómeno navideño malagueño, los números superan con creces a los votos de aquellos que critican el evento.
Este dilema no es exclusivo de Málaga. Representa un conflicto universal entre lo popular y lo minoritario, entre las tradiciones masivas y las corrientes críticas que buscan repensar nuestras prácticas culturales. Lo que sucede con las luces de Navidad es una muestra de cómo la sociedad se enfrenta a sus propias contradicciones: por un lado, la mayoría disfruta de un evento que considera atractivo y enriquecedor; por otro, existe un sector que interpreta ese mismo fenómeno como una muestra de decadencia o banalidad.
Pero hay algo en este caso que lo hace particularmente interesante. A pesar de su rechazo, los críticos no han logrado frenar el fenómeno, ni siquiera reducirlo. Las luces de Navidad no solo persisten, sino que cada año se amplían y se reinventan. Y esto, a su vez, nos lleva a reflexionar sobre el verdadero impacto de las corrientes anti-todo: ¿pueden realmente cambiar algo o son simplemente una reacción inevitable al éxito masivo?
Personalmente, no soy un entusiasta de las luces de Navidad. No me atrae la idea de sumergirme en una masa de gente con móviles en mano, pero entiendo el magnetismo del evento y su capacidad para conectar a las personas en torno a algo tan simple y, a la vez, tan poderoso como unas luces. Es un fenómeno cultural que, nos guste o no, tiene un impacto positivo en la economía local, fomenta el turismo y crea un ambiente único. Y si encima la empresa que monta estas cosas es andaluza…ya ni hablamos.
Al final, el debate sobre las luces de Navidad en Málaga es más que un simple enfrentamiento entre quienes las disfrutan y quienes las critican. Es una oportunidad para reflexionar sobre cómo entendemos nuestras tradiciones, nuestras ciudades y nuestra relación con el espacio público. Porque, aunque las opiniones sean diversas, lo cierto es que cada diciembre, Málaga se ilumina, y con ella, el entusiasmo e incluso ilusión de miles de personas que, al menos por unas semanas, encuentran en las luces un motivo para celebrar.
Y hay gente que protesta por ello. Y se enfada. Y les molesta. Obviamente, ellos sí que tienen pocas luces. n