La esperada lluvia volvió a Málaga esta semana ahora bien,como es cada vez más habitual, lo hizo de forma torrencial, con una DANA que sorprendió a la tierra extremadamente seca.
Este fenómeno meteorológico activó en Málaga los avisos amarillo y naranja de la Aemet por fuertes precipitaciones que descargaron principalmente el martes aunque también siguió presente el miércoles.
El balance en Málaga se saldó con un fallecido, casi un centenar de rescates en el Valle del Guadalhorce y más de 400 incidencias gestionadas por el 112. En el este del país, en Valencia, hasta donde se extendió esta gota fría, las consecuencias han sido mucho más devastadoras, con más de 200 fallecidos.
«Danas y fenómenos similares siempre han existido, pero lo que ha cambiado es su frecuencia. El cambio climático ya ha llegado y viene para quedarse, nos guste o no. No es una cuestión de opiniones, es una cuestión de evidencia científica. Y sabemos que los fenómenos adversos que implica, son cada vez más frecuentes e intensos», expone el director de la Cátedra Estratégica de Seguridad, Emergencias y Catástrofes de la UMA, Jesús Miranda.
A esto añade Miranda otra serie de factores como la propia orografía del terreno, que en el caso de Málaga «alterna zonas muy montañosas con valles», así como otros agravantes como la destrucción de masa forestal, que «produce un suelo fácilmente erosionable» o la acumulación de basura en los cauces.
En el caso de la capital y municipios limítrofes, este episodio volvió a dejar estampas conocidas como es el desbordamiento del río Guadalhorce en municipios como Álora, Cártama, Alhaurín de la Torre y cuyos efectos también volvieron a involucrar a los vecinos de Campanillas, en concreto de la barriada de Santa Águeda.
Este río ha protagonizado, además de las graves inundaciones de 1989, más de una veintena de crecidas desde 1855 y, pese a que se han acometido diversas obras de prevención, sigue siendo uno de los puntos negros de las inundaciones de Málaga. De hecho, siguen pendientes intervenciones como el proyecto de protección frente a inundaciones en el río a cargo del Ministerio para la Transición Ecológica, para lo que hay contemplado un presupuesto de 36,1 millones de euros y un plazo de dos años de obra.
Vecinos de la barriada malaguena de Campanillas en 2020 limpiando las calles tras las inundaciones por el desbordamiento del río Campanillas / Álex Zea
«El impacto de una inundación depende de dos componentes del riesgo, la peligrosidad de la crecida fluvial, es decir su caudal y su velocidad, y de la vulnerabilidad de los elementos expuestos a la misma, es decir, la resistencia que tengan la población y los bienes de distinto tipo», explica la catedrática de Geografía Física de la UMA, María Jesús Perles. «La inundación asociada al Guadalhorce es mayor en caudal, pero al tratarse de una cuenca fluvial amplia y en parte regulada, tiene una velocidad de crecida más pausada, y permite, hasta cierto punto, avisar a la población del riesgo. Esto hace a la población relativamente menos vulnerable. Resulta no obstante llamativo ver, una vez más, imágenes idénticas de rescate en los mismos sitios de inundaciones recientes, como el entorno de la Estación de Cártama».
Por ello, Perles lamenta que «la empatía que producen las escenas de rescate empañan la tremenda negligencia que esconden respecto a la gestión de un riesgo sobradamente conocido en la zona».
«Es una evidencia que el mantenerse el puente de la Azucarera en las mismas condiciones que tenía cuando se inauguró el año 1868, supone un riesgo bastante alto y eso se quedó manifestado no sólo en el 89 sino cinco o seis años después y, en general, cada vez que cae un fuerte chaparrón», recalca al respecto el académico de Ciencias e ingeniero técnico industrial, Manuel Olmedo.
De hecho, esta misma semana el Ayuntamiento de Málaga ha formalizado el contrato para rehabilitar esta infraestructura sobre el Guadalhorce a la que Olmedo hace referencia. Este ingeniero apunta también al Guadalmedina como una zona vulnerable. «El riesgo que representa una avenida extraordinaria del Limonero pues debería ser atendido y además pensando en el aspecto urbanístico».
Otro de los grandes protagonistas de las inundaciones es el río Campanillas, siendo la borrasca Gloria de 2020 uno de los episodios más recientes y también más duros. Este río también sigue a la espera de que se acometan las obras de encauzamiento, valoradas en 65 millones de euros, cuyo proyecto ya advirtió el Ayuntamiento de Málaga que hay que actualizar.
«Hay un desarrollo urbanístico de la barriada de Campanillas que ocupa una parte del lecho de inundación del río. Y cuando viene mal dada, el agua va por su río o bien es conducida a través de las calles», apunta el catedrático de Geografía Física de la Universidad de Málaga, José Damián Sinoga. El académico de Ciencias e ingeniero técnico industrial Manuel Olmedo señala también al Guadalmedina como punto vulnerable.
Coches dañados por la riada de Campanillas de enero de 2020. / Álex Zea
Inundaciones «relámpago»Los arroyos de la zona Este de la capital, como Pilones, Jaboneros o Gálica, también producen siempre incidencias durante episodios de fuertes precipitaciones.
Según Perles, esto se explica porque están ubicados en «cuencas pequeñas, muy próximas a la costa, y con elevada pendiente». Esto, según la catedrática de Geografía Física, «genera avenidas muy súbitas, tremendamente rápidas, que sorprenden a la población sin avisar». Esto es lo que se conoce como «flash floods o inundación relámpago».
Estos fenómenos se han recrudecido, además, por el desarrollo urbanístico tanto en la cabecera de los ríos como en su desembocadura, como critican tanto Perles como Sinoga. «Lejos de repoblar la cabecera para conseguir que la lluvia se infiltre y baje el caudal de crecida, se ha permitido la urbanización, asfaltado y consiguiente impermeabilización de la cuenca alta. Es el equivalente a sellar las alcantarillas de una zona inundable. Una irresponsabilidad que incrementa aún más el riesgo de una zona demostradamente inundable», añade Perles.
«Se han diseñado una serie de urbanizaciones que van desde el propio Limonar hasta Torre del Mar que se colocan exactamente en la desembocadura de estos arroyos, de estos ríos y de estas ramblas», incide Sinoga. «Las desembocaduras son las zonas de inundación natural del río. Si antes había huertas y hoy urbanizaciones y calles, no nos podemos extrañar lo más mínimo de que esas zonas se inunden. Estamos desarrollando un urbanismo en zonas de riesgo»
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