Manuel tiene 27 años y es cocinero. Comparte piso con dos personas más en Russafa: «Pago 300 euros por la habitación, pero porque es de renta antigua, eso es algo rarísimo en el barrio. Las habitaciones están ya por 500 o 600 euros», critica.
Él es uno de los tantos jóvenes que estos días están apoyando la acampada por la vivienda anclada en la plaza del Ayuntamiento de Valencia y que seguirá, como mínimo, hasta el domingo. Pararse a preguntar significa recopilar dramas inmobiliarios cuyas principales víctimas son los jóvenes. Aunque no siempre.
Una mujer mayor se acerca a dos de los jóvenes acampados para decirles que les apoya, y de paso contarles su problema. Es vecina del centro toda la vida, y ahora está pasando un infierno desde que pusieron un Airbnb ilegal en su finca. «Se pasan el día entero bailando y de fiesta, no nos dejan vivir y ya estamos hartos de subir a pedirles que paren, pero cada semana son turistas distintos. Vienen de fiesta y no les importa la gente de aquí», cuenta la jubilada que se apoya en un bastón y se va tras dar ánimos a los acampados.
Valencia. VLC. Acampada por la vivienda en la plaza del Ayuntamiento / / Miguel Ángel Montesinos
Más apartamentos, menos panaderíasNacho es otro de los que ha plantado su tienda ahí. Tiene veintipocos años y, como todos los de su generación, comparte piso, aunque dice que «mi situación no es tan preocupante como la de muchos de aquí». Sí que le preocupa, y mucho, la pérdida de identidad de su barrio, Benicalap (obrero y periférico) para convertirlo en un gigantesco hotel horizontal.
«El quiosco al que iba de pequeño para comprar los petardos en fallas ahora es un guardamaletas, en la panadería han plantado 4 o 5 Airbnb, igual que donde había una zapatería. Ya hasta los carteles son en inglés, cada vez hay más cosas para turistas y menos para los vecinos», lamenta. «Ya no es solo el centro o la zona de playa, la turistificación está afectando a los barrios más humildes. Aprovechan cada centímetro de suelo para especular con él».
«Ni nos planteamos poder tener una casa»»Yo creo que le pasa a muchos de mi generación, que ni nos planteamos poder tener una casa o vivir solos. Lo máximo a lo que podemos aspirar es a poder vivir en una habitación», explica Manuel. Su horizonte vital, pese a tener un trabajo a jornada completa sigue siendo ese: compartir piso.
Acampada por la Vivienda en la plaza del Ayuntamiento de València. / Miguel Ángel Montesinos
Eva tiene 29 años, es autónoma y vive con su pareja en el barrio de la Petxina. Paga 840 euros de alquiler, una ‘ganga’ teniendo en cuenta que los pisos cuestan entre 1.300 y 1.500. «Entre los dos hacemos lo que podemos para pagar el piso, la luz, el agua, el gas y la comida», lamenta.
«Hace un par de años pagaba 500 euros en otro piso, mi casero decidió subirlo a 840 euros. Por eso decidimos empezar a vivir juntos», cuenta Eva. A los precios de la vivienda cabe añadir la turistificación de la zona. «Todo se está llenando de locales para turistas. Donde antes había una ferretería o una panadería, ahora lo que hay es un piso turístico, y lo peor es que son pisos turísticos sin regular».
Esto, además de menguar el comercio, afecta a los vecinos del barrio, obligados a marcharse para la entrada de turistas. «En mi propio bloque de pisos tengo casos de personas que han tenido que irse porque no pueden permitirse el alquiler», denuncia.
Topar los preciosUna de las demandas de la acampada es, precisamente, que el Gobierno valenciano apruebe un tope a los alquileres para frenar la subida de precios. «El alquiler debería ser según la renta mínima de cada barrio y que la gente no pague más del 30 % de lo que gana en tener un techo. El artículo 47 de la Constitución está para cumplirlo, para tener una vivienda digna y para todos».
Valencia. VLC. Acampada por la vivienda en la plaza del Ayuntamiento / Miguel Ángel Montesinos
Eva reconoce que depende de su pareja para seguir pagando un alquiler en la ciudad. «Si no me tendría que ir a una habitación en un piso compartido, como cuando era estudiante, porque no podría permitirme en ningún barrio de Valencia actualmente pagarme un piso yo sola».
Ángela tiene 26 años y está terminando de estudiar la carrera de psicología. Ha vuelto a Alcoi a vivir a casa de sus padres. «Mi hermana sí que está buscando un piso y casi todos son compartidos. Un piso para tí solo de 1.300 euros es imposible que te lo puedas permitir si cobras mil y algo. Se te come todo el sueldo, no te daría ni para pagar la luz», reivindica.
Pero este sólo es el primer obstáculo para acceder a un alquiler en una zona tan tensionada como Valencia. «En la mayoría de los pisos te piden 3 meses de fianza y que presentes una nómina acorde con el alquiler. Al final sólo puede acceder a una vivienda una persona que tenga unos ingresos altísimos», reivindica.
Esta es la situación de la mayoría de jóvenes que, o bien están acampados, o acuden a ayudar cuando pueden para que el asentamiento siga vivo. Alquileres imposibles, sueldos de miseria y un horizonte deprimente, donde los planes de futuro pasan por las cuatro paredes de un piso compartido. Ser pobres pese a tener trabajo.