Almasa Salihović tenía una muñeca sin ojo, su favorita, que hoy hace 30 años, mientras huía junto a su madre, quiso entregar a un soldado para salvar la vida. «El soldado sostenía un cuchillo en una mano y un fusil en la otra. Y dijo: ‘¡Entréguenme todo el oro, la plata, el dinero, cualquier cosa de valor que tengan encima!’. Entonces, me levanté y grité: ‘Por favor, llévese mi muñeca, es lo único que tengo'», recuerda de aquellos días terribles, en los que murió su hermano y tuvo que huir junto a miles de personas aterrorizadas por la brutalidad de las guerrillas serbias. «Nos insultaban y escupían».
Esta es, aún hoy, cuando ya han pasado tres décadas, la cicatriz indeleble que Salihović guarda del horror que, siendo niña, vio y vivió en el enclave de Srebrenica, en el este de Bosnia y Herzegovina, durante uno de los episodios más atroces de las guerras surgidas en los años 90 por la desintegración de Yugoslavia. Allí donde, entre el 11 y el 15 de julio de 1995, las fuerzas lideradas por el general Ratko Mladic entraron en una zona considerada segura para refugiados, arrancaron a hombres y jóvenes musulmanes de sus esposas y madres, los persiguieron y luego los ejecutaron sumariamente en el pueblo de Potocari, arrojándolos después a fosas comunes, ante la inacción de los batallones holandeses de los cascos azules de la ONU.
Sefika Mustafic, de 72 años, posa con una fotografía de familiares víctimas del genocidio de Srebrenica en su casa cerca de Potocari, en Bosnia. / ARMIN DURGUT / AP
La historia de Salihović —como la de centenares de niños supervivientes bosnios— y del genocidio de Srebrenica —así calificado por tribunales de la ONU—, sigue proyectando una larga sombra en Bosnia y Herzegovina y en toda la comunidad internacional, en la que es considerada la mayor masacre en suelo europeo tras la Segunda Guerra Mundial. Y es también, hasta hoy, un fiel —y desoído— reflejo histórico de adónde puede llevar el odio generado por los conflictos bélicos. Lo que vieron esos ojos pequeños, que nunca olvidaron y arrastran hasta la actualidad.
Así lo corrobora Jasminko Halilovic, fundador y director de la Fundación Museo de la Infancia en la Guerra de Sarajevo: «Treinta años después, el genocidio de Srebrenica sigue siendo un trauma definitorio para quienes eran niños en ese momento, la mayoría de los cuales vivieron una violencia extrema y la pérdida de múltiples —a veces decenas— de familiares. Las consecuencias han sido profundas y duraderas para toda la vida». Por eso, «muchos supervivientes luchan con problemas de salud mental», e incluso aquellos que «han logrado formar familias, continuar sus estudios y contribuir a sus comunidades, cargan con cicatrices invisibles».
Reconciliación difícilDesde entonces, Europa intentó reconciliarse con este violento pasado. Pero muchos, demasiados, han sido los obstáculos para lograr una justicia plena para muertos y supervivientes. Empezando por las disputas sobre la verdad histórica, e incluso las cifras. De hecho, de acuerdo con datos oficiales, 8.372 personas fueron asesinadas en Srebrenica en una semana ese julio de 1995, de los cuales 694 eran niños. Pero los datos sobre los desaparecidos siguen siendo imprecisos y aún hay centenares de personas cuyo ADN no fue encontrado —o no pudo ser analizado— por la Comisión Internacional sobre Personas Desaparecidas (ICMP), uno de los principales organismos que, durante todos estos años, se ha encargado de la identificación de restos; con la dificultad de la incógnita del número de cuerpos exhumados por sus verdugos y colocados después en lugares desconocidos para intentar cancelar pruebas y evitar así posibles consecuencias penales.
El líder serbobosnio Radovan Karadzic escucha al general Ratko Mladic durante un encuentro en Pale, Bosnia, el 5 de agosto de 1993. / EFE
También las responsabilidades han sido difusas. En 2019, el Mecanismo para los Tribunales Penales Internacionales condenó a cadena perpetua al considerado ideólogo del genocidio de Srebrenica y jefe político de Mladič, Radovan Karadzic. Y en 2021, el propio Mladic, el ejecutor, también vio confirmarse el mismo castigo, en un fallo de la misma corte (una estructura judicial encargada de cerrar los juicios de los Balcanes después del cierre, en 2017, del Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia). Pero aun así la retórica negacionista ha persistido en parte de la población serbia. Tanto que, hace tan solo un año, el actual presidente serbio, Aleksandar Vucic, protestó enérgicamente cuando la Asamblea General de la ONU anunció su decisión de establecer el 11 de julio como Día Internacional de Reflexión y Conmemoración del Genocidio de Srebrenica.
Culpa holandesaHalilovic es tajante sobre esto. Aún hoy, «el negacionismo es sistemático, promovido tanto por los líderes políticos serbobosnios como por los líderes políticos y altos funcionarios del Gobierno de la vecina Serbia. Sigue siendo un obstáculo importante para la construcción de una paz sostenible en la región», aún lastrada por unas divisiones étnicas que contribuyen a impedir tam. Todo ello con el daño «mantiene abiertas las heridas, ya que los supervivientes deben lidiar no solo con el dolor personal, sino también con la lucha por el reconocimiento de la verdad histórica», añade Halilovic.
Marcha por la Paz en recuerdo de la masacre de Srebrenica, este martes en Nezuk, Bosnia. / ARMIN DURGUT / AP
Incluso la inacción de las negligentes tropas holandesas —que debían proteger a los civiles, pero acabaron sin impedir la masacre— ha sido objeto de controversia, en otra página muy oscura de la historia de la acción humanitaria. Reflejo de ello fue la decisión del Gobierno de Países Bajos, en 2022, de pedir disculpas a los cerca de 850 soldados enviados en 1995 a Srebrenica, con el argumento de que aquella se había convertido «en una misión imposible» por la falta de apoyo militar de otras fuerzas aliadas occidentales, en palabras del entonces primer ministro, Mark Rutte. «Todos os dejaron solos», añadió Rutte, en un acto en el que los veteranos también recibieron una Medalla de Honor de Defensa y que se celebró después de sentencias anteriores que sí habían reconocido la responsabilidad de aquellos soldados.
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