Susan Sontag, que tanto lo apreciaba y que tanto hizo por introducir en Estados Unidos los grandes nombres de la literatura europea y latinoamericana, definió al escritor húngaro László Krasznahorkai (70 años) como el “maestro del Apocalipsis” y a poco que te acerques a su obra es fácil apreciar ahí la gran escritura centroeuropea que tiene sus referentes más próximos en Thomas Bernhard o en Peter Handke y a los más lejanos en Dante, Milton o Marcel Proust. Ahora bien, hay que saber qué se va a leer y armarnos de tiempo, comprensión y paciencia -virtudes nada acordes con los tiempos- antes de adentrarse en cualquiera de los grandes libros de Krazsnahorkai, ya sea ‘Melancolía de la resistencia’ , ‘Tango satánico’ o el recién aparecido ‘El barón Wenckheim vuelve a casa’ (todos ellos en el sello Acantilado).
No hay que tener miedo a esas frases sin apenas puntos que se desarrollan en párrafos tan extensos como capítulos de varias páginas y sin puntos (tranquilos, que sí hay comas) o como los largos y pausados planos secuencia de su amigo el realizador Béla Tarr, que, con la ayuda del autor, ha hecho su particular versión de cuatro de sus novelas. Krasnahorkai quizá exija mucho al lector, pero este verá recompensado su esfuerzo al encontrarse con una prosa musical que arrastra y seduce y de paso se habrá hecho cientos de preguntas sobre el sentido de la vida y el incierto destino (recuerden lo del Apocalipsis) de la Humanidad.
Descubierto por VallcorbaPues bien, el Krasnahorkai que ha viajado desde la prodigiosa Budapest hasta la misteriosa Marrakech para recibir el premio Formentor poco tiene de profeta airado, aunque sus palabras, cargadas de ironía y humor hiriente, lleven a imaginarle como alguien mucho más grave de lo que es en realidad. El autor, tercera pata de esa santísima trinidad de la literatura húngara, junto al fallecido Imre Kértesz y Péter Nádas (alguien tendría que rescatarlo para nuestras librerías), se ha mostrado en la entrega del premio emocionado hasta las lágrimas agradeciendo mil veces el cariño aquí demostrado, en especial a su traductor, Adan Kovacsis -mucho valor y entrega tiene este hombre-, a las editoras francesa, norteamericana y finlandesa que junto a Sandra Ollo de Acantilado arroparon el acto. Tampoco faltó el recuerdo para el desaparecido Jaume Vallcorba, que fue quien lo descubrió para la edición en castellano.
Hay mucho humor en este hombre que bromea con los periodistas, se desvía una y mil veces de lo que se le pregunta, aunque lo que cuente sea siempre fascinante. Y lo que le apetece decir al maestro del Apocalipsis es constatar que los niños hoy son incapaces de concentrarse en la lectura de cualquier texto que supere el folio. Por eso considera que apostar por la literatura, por la verdadera literatura, es algo revolucionario “aunque los libros no van a cambiar el mundo, en realidad” y propone que “hay que mantener en secreto la literatura para que a nadie se le pueda ocurrir venderla en un supermercado, como se ha hecho con otras revoluciones”.
Se resiste a analizar sus novelas visionarias de evidente estirpe kafkiana como simbólicas respecto a los regímenes dictatoriales que le ha tocado vivir pero no rehúye su compromiso a la hora de opinar sobre el mundo, no en vano tituló una de sus novelas ‘Guerra y guerra’, parafraseando a Tolstoi. De hecho, explica, ha escrito un relato sobre dos soldados enfrentados a la muerte en el frente ucraniano relatado desde el punto de vista de uno de ellos, quien confía ciegamente en que el futuro será maravilloso, mientras su compañero apenas tiene fuerzas para responderle. El final, avisa, no es muy esperanzador.
Y sí, algunos escritores pueden convertirse en los canarios en la mina del mundo que les rodea, advirtiendo a los demás de los peligros que les acechan. Pero Krazsnahorkai es un canario especial y desesperanzado: “Yo soy un canario en la mina cuyos trinos no sirven para alertar, lo que mi literatura dice una y otra vez es: ‘demasiado tarde, demasiado tarde, tarde’”. Respecto a la Hungría de Orbán, los trinos tampoco son más alegres. También es, dice, demasiado tarde para Hungría. “Si tengo que elegir una patria esa sería la lengua húngara”.
También bromea sobre la posibilidad de que el próximo octubre le den el Nobel: «Si eso ocurre me defenderé poniendo el Premio Formentor como escudo».