Ya en las primeras páginas de La hija de la criada, obra que le ha valido el último Premio Planeta a Sonsoles Ónega (Madrid, 1977), el lector se percata con nitidez de que se encuentra frente a una novela de entretenimiento y destinada a un público amplio, por lo que quizá no sería del todo justo pasar el texto por el harnero de una crítica literaria estricta. Los criterios para juzgar la calidad de una hamburguesa no son los mismos que aplicamos para valorar un menú degustación de un afamado restaurante. Pero a la postre habrá que dilucidar si la hamburguesa como tal es buena o no. Allá vamos.
El nudo gordiano de la trama se nos revela ya en las primeras páginas: el señor de una acomodada familia indiana deja embarazada a la guardesa del pazo, que da a luz a una niña la misma noche que su esposa. La criada intercambia a las recién nacidas para ofrecer una mejor vida a su hija adulterina. Una vez presentados estos hechos que marcan todo el arco narrativo, se nos describen los personajes principales y su historia, y se van desgranando tanto sus peripecias vitales (principalmente infortunios) como los acontecimientos históricos que sacuden el siglo XX en España y en Cuba.
Mujeres fuertes y hombres cobardes Por un lado, la autora nos dibuja a mujeres fuertes, y por otra, a hombres cobardes y, a menudo, miserables. Desde la madre del adúltero señor, que llevaba las riendas de las empresas familiares en Cuba (y que acaba por suicidarse tras matar a una trabajadora por amancebarse con su marido), hasta su mujer, que resulta ser una emprendedora formidable y que crea una exitosa empresa conservera y luego una ballenera, pasando por la hija biológica, que deviene en una inteligentísima gestora de los negocios de la familia; todas las mujeres de ascendencia adinerada son capaces, perspicaces y enérgicas. No así las mujeres de baja estofa.
Si bien hay un claro homenaje a las honradas mujeres trabajadoras de las conserveras gallegas, los personajes femeninos que albergan cierta maldad (más allá del lugar común de las mujeres chismosas de la clase pudiente) son todos de clase baja. La criada que decide intercambiar a los bebés, la intrigante y aviesa trabajadora cubana que tiene ayuntamiento carnal con su señor, una vidente –sorprendentemente con poderes reales– que desea todo mal posible a la familia protagonista y hasta la hija ilegítima que, por determinismo genético y a pesar de haber crecido con todas las comodidades, tiene un comportamiento envidioso e irritante. Los hombres, por el contrario, además de ser débiles frente a las tentaciones de la carne, se presentan como faltos de valor e insensibles.
Los personajes femeninos que albergan cierta maldad son todos de clase baja La novela cuenta a priori con todos los ingredientes folletinescos que hacen las delicias de los lectores de evasión. A saber: desdichas en familias de alta alcurnia, amores, muertes, éxitos y fracasos empresariales, incestos, naufragios, matrimonios convenidos, viajes, un personaje central con cierta fuerza y conexión con acontecimientos históricos. Pero, si bien la abundancia de diálogos garantiza una lectura ligera y expedita, no acaba la periodista de mantener la tensión. A las pocas páginas, deja uno de sufrir por el asunto del intercambio, posiblemente por el empequeñecimiento del protagonista masculino y por las cabriolas argumentales que va dando la novela.
Sorprende además que, a medida que avanza el texto, más personajes conocen el secreto y hasta es comidilla en el pueblo, pero ni la madre ni la hija, a pesar de los indicios y de sus mentes preclaras, albergan la más mínima sospecha. Asimismo, las innumerables idas y venidas que afectan a la fortuna familiar dan lugar a un creciente desinterés. Tampoco las relaciones amorosas tienen aquí un peso emotivo real y la única que lo pretende se desarrolla, desde el germen hasta la muerte, sin profundidad, con previsibilidad y sin conmover.
El principal problema es que Ónega no acierta en medir la intensidad de los hechos y despacha en pocas líneas los momentos potencialmente emocionantes o dramáticos El principal problema es que Ónega no acierta en medir la intensidad de los hechos y puede ser morosa en unos diálogos inanes y sin propósito claro pero despachar en pocas líneas los momentos potencialmente emocionantes o dramáticos. La llanura emocional no se salva ni con los escasos momentos en los que el libro puede proyectar alguna incomodidad, como un embarazo producto del incesto (los padres desconocen que son medio hermanos) pero que la novelista zanja con mucha premura.
En definitiva, en Las hijas de la criada pasan muchas cosas, incluso a veces parece que la autora va improvisando vueltas de tuerca según avanza, pero pocas acaban por importar al lector. A pesar de sus esfuerzos por ajustar la prosa a la época y a la geografía (más en Galicia que en Cuba), los diálogos se perciben acartonados y el narrador, que destila un efluvio moralizante y conservador, es omnisciente pero a veces dice cosas como «nunca sabremos el motivo». También repite (ignoramos si como recurso o como desliz) expresiones –un tanto altisonantes– como «la verdad siempre vence a la mentira».
A modo de curiosidad, y replicando un patrón que se vio en el anterior Premio Planeta, los personajes hacen muchas cosas «para sus adentros»; en este caso, gimen, rumian, susurran, murmuran, dicen, añaden y hasta silabean [sic] «para sus adentros».
En conclusión, la hamburguesa es de buen tamaño y tiene muchos ingredientes, pero, lamentablemente, no sabea nada.
‘Las hijas de la criada’Sonsoles Ónega
Planeta
480 páginas
22,90 euros