«Las violaciones se están utilizando como arma de guerra, muy por encima de cualquier otro país en el que trabajamos», explica a EL PERIÓDICO la jefa de comunicación en ONU Mujeres, Paloma Escudero, que se encuentra en Sudán con motivo del trágico segundo aniversario de la guerra civil en el país. Mientras los enfrentamientos se recrudecen, la violencia contra la mujer se ha casi triplicado este 2024 con respecto al anterior, según la agencia de Naciones Unidas para la igualdad de género. Las cifras oficiales reflejan un aumento del 288% y, aún así, se calcula que el aumento es mucho mayor ya que muchos casos siguen sin denunciarse debido al miedo y a la falta de acceso a los servicios.
Las mujeres y las niñas son las más impactadas a todos los niveles del conflicto: representan tres cuartas partes de la población que se ha visto obligada (y ha conseguido) huir del país. «Las mujeres de Sudán están sufriendo las formas más graves de violencia, en particular violencia sexual, mientras se las excluye sistemáticamente de los procesos de paz», ha declarado Anna Mutavati, directora Regional de ONU Mujeres para África Oriental y Meridional.
Sin lugar seguro»Llegan en un estado de salud lamentable», afirma Escudero sobre las que consiguen pedir ayuda a organizaciones humanitarias como en la que ellas trabajan. Desde lesiones físicas sin curar que se produjeron hace meses, y para las que ya puede haberse hecho un daño irreparable, hasta unos elevados índices de contagio de VIH, sumado a la malnutrición, la sed y el agotamiento.
«Es bastante común que las mujeres sufran violencia sexual por parte de actores armados y traficantes de personas durante su travesía hasta que consiguen llegar a un lugar teóricamente seguro», explica a este diario desde El Cairo, un supuesto lugar seguro, el responsable de relaciones externas del Alto Comisionado para los Refugiados de la ONU (ACNUR) en Egipto, Jaime Giménez.
A diario llegan a puestos de ACNUR mujeres que antes dirigían pequeños negocios en Jartum y que han pasado a depender de la ayuda humanitaria. Cuando se detecta que han sufrido violencia de género, se activa un protocolo de violencia de género, que en el último año se ha puesto en marcha hasta 12 millones de veces, empezando por atención médica de urgencia, reubicación de la vivienda en caso de que conviva con su agresor y continuando con el acompañamiento psicosocial necesario.
Pero cuando atraviesan las fronteras, no siempre están a salvo. Ni siquiera en Egipto, el país que más refugiados sudaneses acoge y el más estable de los vecinos de Sudán. «En un país desconocido, a menudo sin maridos ni ninguna red de apoyo, otros hombres en situación de poder, como el casero que les alquila una habitación, se aprovechan de ellas», apunta. Su inestabilidad económica aumenta el riesgo de explotación. «Hay mujeres que no tienen otra forma de sobrevivir y recurren al trabajo sexual, y hay familias que ofrecen a sus hijas para casarse para obtener una fuente de ingresos», añade Giménez.
Mayor vulnerabilidadTambién la crisis por hambruna les golpea más fuerte. Abrirse paso en las colas de reparto de comida puede ser difícil para una mujer sola. «Nos encontramos con mujeres que no salen de casa a los repartos de comida por el estigma de un embarazo por violación», explica Escudero, por lo que desde ONU mujeres se están buscando fórmulas adaptadas al contexto para hacerles llegar la comida, como que una familia pueda pedir para más miembros y ayudar a sus vecinos.
Incluso en familias con hombres a las que sí llega la ayuda, las mujeres suelen ser las últimas y las que menos comen en los hogares debido a las arraigadas normas sociales. Lo mismo sucede con el agua: el 80% de las mujeres desplazadas no tiene acceso a agua potable, a menudo por motivos de seguridad y por las largas distancias – que son ellas las que recorren para abastecer a sus familias.
Acceso a la saludEl acceso a la atención sanitaria es casi inexistente: el 80% de los hospitales de las zonas de conflicto no están operativos, lo que contribuye a un aumento de las tasas de mortalidad materna. El trabajo con mujeres también es imprescindible para llegar a los más pequeños. Elena Sobrino, pediatra de Médicos Sin Fronteras en Sudán, supervisa las actuaciones en la región de River Nile, que se extiende alrededor del río Nilo. «Vinimos aquí por una epidemia de cólera en diciembre de 2024 y cuando estuvo controlada, consideramos que teníamos que quedarnos», explica Sobrino a este diario. «En esta región hay más de un millón de desplazados internos por lo que el hospital ha visto aumentado el número de pacientes», añade. Desde el equipo de pediatría, tratan de llegar a madres e hijos menores de 5 años, que llegan con malnutrición severa.
Su primer objetivo es salvar vidas, luego vendrá todo lo demás. «Las mujeres sudanesas merecen no sólo sobrevivir, sino tener la dignidad de reconstruirse y prosperar», ha concluido Mutavati, directora de ONU Mujeres en la región.