Hubo un tiempo en Melilla en el que cada mañana, a eso de las seis, el pescado traído por los pequeños barcos marroquís del puertecillo vecino de Beni Ensar entraba en la ciudad recien capturado. Hoy el atún, el mero, los salmonetes, las cañaíllas, langostinos y cigalas que se toman de tapa o plato en bares y casas hace un viaje más largo, de África a la península y de la península a África de nuevo, por el candado comercial que cierra la frontera. Eso… o pasa clandestino, envuelto en plástico de embalar maletas, porteado por peones a cambio de una propina.
Es una de las surrealistas historias a que da lugar el cierre de la aduana comercial con que Marruecos asfixia a la ciudad desde que, unilateralmente, dio el cerrojazo en agosto de 2018. Ya van seis años. Los melillenses se han acostumbrado hasta el punto de que las filtraciones sobre una reapertura del paso de mercancías les ha atrapado entre la irritación del gobierno local, presidido por el popular Juan José Imbroda, y una extendida ausencia de entusiasmo. En principio, serían solo uno o unos pocos camiones los que entrarían desde Marruecos hacia territorio español, y solo productos de limpieza y mercancías producidas en la ciudad -o sea, practicamente ninguna- las que el país vecino admitiría en el sentido contrario.
Para el Gobierno de la ciudad autónoma de Melilla el asunto de las restricciones que impone Marruecos para la reapertura trasciende el plano del comercio local para convertirse en una auténtica cuestión de soberanía española sobre esa localidad africana. «Aquí no hay alegría, solo curiosidad», comenta José Luis G, en otro tiempo tendero de los almacenes de mercancías de todo tipo que salían de la carretera del Dique Sur hacia Marruecos, y hoy funcionario que decidió buscarse una nueva vida con una oposición.
José Luis es uno de esos melillenses que en un día de diario puede pasar a Beni Ensar o Nador a darse una vuelta por los mercados para aprovechar los precios bajos y comer en los restaurantes del puerto, que exhiben ampulosos estantes llenos a rebosar de pescado fresquísimo. También es de los que, en los bares de la ciudad española, ha podido consumir raciones de marisco de contrabando.
Como si fuera drogaLos asentadores de pescado de Beni Ensar lo hacen más como favor que como negocio. Bares y domicilios del lado español encargan mercancía. El pescado llega a la lonja cuando aún no ha amanecido. Rápidamente se aparta el encargo para clientes españoles, se congela, se envuelve en plástico recio, del mismo tipo que en los aeropuertos se usan para proteger maletas, y se guarda en rincones escondidos de coches o valijas, «como si fuera droga, solo que no lo es: solo es marisco», relata el funcionario.
Los peones del puerto de Beni Ensar se ganan un pequeño sobresueldo con este ocasional porte en sus propios coches. No es rentable jugársela por mandar salmonetes u otro pescado más barato, pero por llevar cigalas se paga 10 euros el kilo.
La Guardia Civil controla en la frontera la introducción no permitida de mercancía que pudiera representar algún problema sanitario. Examina las bolsas de quienes pasan a pie, o en vehículos particulares, porque está proscrita la introducción no comercial de carne o pescado en la ciudad. «Si entras con unas patatas o un poco de cebolla y pimientos del mercado de Beni Ensar, pueden dejarte… pero si te encuentran langostinos o cigalas o cangrejo… Entonces te abren expediente», explica Javier C., jubilado de las navieras que antes cubrian el intenso tráfico entre Europa y África. Es la respuesta administrativa de España al cierre que decidió Rabat hace seis veranos.