Israel tiene dos grandes ciudades, Tel Aviv y Jerusalén. Separadas lo que Madrid de Toledo o lo que Barcelona de Tarragona, una hora de coche. Sin embargo, las distancias políticas e ideológicas de sus poblaciones son enormes. Tel Aviv es la ciudad moderna, con playas paradisíacas y sede del “Silicon Wadi”, el “valle” tecnológico hebreo. Jerusalén, ciudad santa, es la capital religiosa, epicentro del judaísmo ultraortodoxo y del nacionalismo y sionismo más activista. Es, también, el centro del poder administrativo: allí está el Legislativo (el Parlamento o Knéset) y la oficina del primer ministro, Benjamin Netanyahu.
Por eso no sorprende que las durísimas protestas populares contra el nuevo Gobierno de derecha y ultraderecha surgieran y se hicieran fuertes en Tel Aviv. Decenas de miles de personas llevan semanas clamando contra la intención del Ejecutivo de Netanyahu de limitar la capacidad de control del Tribunal Supremo sobre las leyes parlamentarias. Lo consideran un golpe de Estado contra la democracia y el sistema de contrapesos de poder, especialmente teniendo en cuenta que el primer ministro tiene abiertas causas por corrupción. Las imágenes aéreas mostraban anoche el puente sobre la principal autovía desbordando de manifestantes.
Pero la ira ha desbordado a la capital «laica» del país, y se ha extendido a Jerusalén y otras ciudades. Ya cerca de la madrugada de este lunes, empezaron a producirse protestas violentas en Jerusalén. Un nutrido grupo de jóvenes intentó asaltar la vivienda del primer ministro. Este martes, unas 100.000 personas se han manifestado frente al Parlamento israelí al grito de “democracia”. Y de Tel Aviv y Jerusalén ha salido fuera de sus fronteras. La Embajada de Israel en Washington se ha sumado a la jornada de huelga, algo inédito. El cónsul general de Israel en Nueva York ha ido más lejos, y ha presentado su carta de renuncia tras conocer la decisión de Benjamín Netanyahu de echar a su ministro de Defensa por oponerse al proyecto de ley.
“La gente lo ve como el mayor reto de la sociedad israelí. Son las mayores protestas en 75 años de historia”, dice a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, del grupo Prensa Ibérica, Yael Aronoff, profesora de estudios israelíes de la Universidad de Michigan. «Cerca de medio millón de personas por todo el país. Es como si en España salieran a la calle millón y medio de personas o más de diez millones en Estados Unidos».
Protestas en Israel por la reforma judicial del Gobierno. Omri Kedem
La sociedad israelí está rota, o a punto de romperse en la visión más optimista. “Sin duda alguna, la división política dentro de la sociedad judía en Israel ha alcanzado su máximo”, opina para este diario Eitan Bronstein, documentalista y activista israelí y fundador de la asociación De-colonizer. “La división refleja la brecha socioeconómica, étnica y religiosa: grosso modo, del lado de Netanyahu están los más pobres, los judíos Mizrahim y los más religiosos, mientras que en la oposición se encuentran las clases más acomodadas, los judíos Asquenazí, los seculares, los académicos y la élite de las grandes tecnológicas y del Ejército”.
¿Tiene que ver con la causa palestina? Este intento de limitar el poder del Judicial sobre el Legislativo ha conseguido aunar a sectores normalmente dispersos de la sociedad israelí. Pero la reacción desde el lado nacionalista no se ha hecho esperar. Los ministros extremistas Itamar Ben Gvir y Bezalel Smotrich habían convocado contra-manifestaciones, con autobuses fletados para llevar a Jerusalén a los colonos israelíes de Cisjordania y de otras ciudades del país. Se temen enfrentamientos violentos, sobre todo liderados por el grupo ultraderechista La Familia, que tiene sus orígenes en el club de fútbol Beitar de Jerusalén.
El momento es crítico para la sociedad israelí. Está acostumbrada a convivir con los continuos enfrentamientos con los palestinos: guerras contra Gaza, contra Líbano o las incursiones en Cisjordania. Pero no a este nivel de división interna. Se da en paralelo a la peor ola de violencia en la Cisjordania ocupada en años. En lo que va de 2023, al menos sesenta palestinos, muchos de ellos niños, han muerto asesinados por las fuerzas israelíes, y al menos 13 israelíes han muerto a su vez asesinados por palestinos. Pero, ¿tienen algo que ver estas protestas dentro de Israel con la causa palestina? De soslayo, sí.
Israel no tiene Constitución escrita. En los ochenta, los legisladores empezaron a crear un corpus legislativo sobre los derechos de los ciudadanos. Era el Supremo el que debía velar por su cumplimiento. El Supremo dio luz verde a la ley de salida de la Gaza ocupada en 2008, y enfadó a la derecha y a los ultranacionalistas israelíes; en 2012, entró a valorar la ley que permite a los ultraortodoxos judíos no servir en el servicio militar obligatorio, para que puedan dedicarse a los estudios de la Torá, y enfadó al sector religioso; en 2020, el Supremo enfureció a los colonos con la ley que pretendía dar el visto bueno a las colonias levantadas sin permiso en los territorios palestinos ocupados. La derecha percibe que el Supremo limita su acción. Dicen que los jueces son de izquierdas y que van contra la voluntad del pueblo. Quieren despojar al Tribunal Supremo de la capacidad de anular legislación o decisiones gubernamentales consideradas ilegales. Cueste lo que cueste, incluso en términos de división interna.