Cuando David Camarero, director del documental ‘La Joia: Bad Gyal’, pasó al programa de edición de su ordenador los audios de Whatsapp personales, originales y hasta entonces privados entre Alba Farelo (nombre real de la artista) y Alba Blasi, mánager y mano derecha de la de Vilassar de Mar, había una hora de mensajes grabados. Son uno de los elementos principales para construir el relato de una película que retrata algo que internamente se vive de manera catastrófica -y externamente, por algunos fans, casi como una traición- como es el retraso del primer álbum de la catalana, ‘La Joia’.
Camarero había trabajado previamente con ella, por ejemplo como realizador de sus ‘shows’, y allí comprobó cosas de ella que intuía: «Que era supercurrante, que tenía control y conocimiento de todo, que es una tía superguay…». «Ahí no había documental, no había conflicto ninguno, es una tía que se esfuerza tanto que todo le sale bien», explica el director, que sí que vio la oportunidad de contar una historia a partir del retraso del disco y todas las cosas «que le iban pasando factura».
Decidió recurrir a audios de Whatsapp -el oscuro trabajo puertas hacia dentro- y ‘stories’ de Instagram -la luminosa proyección hacia fuera- para narrar, en gran parte, un filme -«el archivo contemporáneo es el material de redes»- que quería contar a través de Bad Gyal, en palabras de su director, «el paradigma de los artistas contemporáneos». Eso es que la música es la pata principal de un proyecto con otras muchas patitas, como la moda, contexto en el que la catalana llega a desear en el documental fugarse «a la montaña con un Campingaz».
El espectador, uno másLa idea de Camarero, la de ser «uno más del equipo de Alba [Farelo]», cuaja a lo largo del documental, pues él mismo, cámara en mano, persiguió a la cantante por camerinos, estudios de grabación, sastrerías, aeropuertos y, en definitiva, el mundo durante el proceso de creación del álbum. Si algo queda claro es que para ser una artista reconocida ‘internationally’, como decía Bad Gyal en una de sus canciones fundacionales, se tiene que viajar. «Viví la inestabilidad de su vida, de alguna manera me permeó», comenta Camarero, quien a lo largo del proceso, durante tres años, ha ido creando un clima de confianza básico con la artista para poder concretar el trabajo. Y no solo con ella, pues el resto del equipo también entrega su intimidad de manera generosa. Por cierto, otra cosa de las que queda es el orgullo de lograr un estatus internacional rodeada de gente de aquí, cercana. «Todos son como Alba, supertrabajadores y superperfeccionistas», valora Camarero. En este sentido, hay una escena en la que se reúne talento de casa que merece ser mencionada: en un estudio, Bad Gyal muestra a tres productores de su confianza, Merca Bae, Fake Guido y SHB, unos cambios que ha hecho en una canción. Ella, en una muestra de poder y carácter, les pide «opinión», nada de autorización, remarca para que quede claro.
Honestidad y nubesEsa cámara que llevaba Camarero, que le permitió colarse en sitios y momentos como los aburridos transportes, se convirtió en invisible. Así, pudo retratar una llamativa e icónica escena ya para los que hayan visto el documental: si lo han hecho la llamarán ‘la de los porros’. Una Bad Gyal enfurruñada y microfonada, con Camarero filmando a la nada en una gran autovía, se nubla -y hasta truena- porque ni ella ni nadie se ha acordado de coger la marihuana del hotel, que finalmente uno de los suyos encuentra en la basura de su habitación. Un momento, como poco, incómodo. «Cuando lo vio me dijo: ‘esto ha pasado y se tiene que quedar. Ahora estoy en otro momento con los porros y quiero que la gente vea cómo era antes y por qué dejé de fumar tanto'». Una anécdota que, según el realizador, «habla de la honestidad y generosidad de Alba».
En ‘La Joia: Bad Gyal’ no encontrarán, por cierto, salsa para mojar el pan de los insaciables cotilleos. «A su nivel de dedicación lo profesional y lo personal se mezcla muchísimo. Pero me interesaba su trabajo y ver cómo la frontera Bad Gyal/Alba se desdibujaba. Me daba mucho miedo meterme en la parte personal, no aportaba nada a la historia. Y yo, que haciendo la peli veía las consecuencias de lo que le pasa a una persona que está sobreexpuesta siempre, no quería exponerla más, además que ya son una familia ultraexpuesta… No quería dar carnaza», sentencia.