Dos hermanas judías, Lien y Janny Brilleslijper, fueron de las últimas personas en ver a Ana Frank con vida en Bergen Belsen, el campo nazi donde coincidieron tras ser deportadas antes a Auschwitz. Unos diez años mayores que la adolescente holandesa famosa por su diario póstumo, la ayudaron a ella y a su hermana mayor, Margot, acogiéndolas bajo sus alas, y juntas afrontaron, entre otros horrores, las temidas selecciones del doctor Mengele en las que decidía quién vivía, quién iba a las cámaras de gas y quién sería cobaya en sus espeluznantes experimentos.
Lien y Janny, que cuando los aliados llegaron el campo, en abril de 1945, pesaban 28 kilos, no pudieron evitar que las Frank murieran de tifus poco antes de la liberación. Una mañana descubrieron su camastro vacío y hallaron sus cuerpos entre las pilas de cadáveres que se amontonaban fuera de la enfermería. Las envolvieron en mantas y las llevaron a la fosa común. Pero el papel de Lien y Janny fue mucho más allá en la Holanda ocupada por los nazis. Ambas, junto a sus maridos, formaron parte activa de la Resistencia. Con su desconocida historia se topó por puro azar la abogada, periodista y escritora holandesa Roxane van Iperen.
Janny fumando un cigarrillo, 1956 / ARCHIVO PRIVADO DE LA FAMILIA BRANDES
Fue en 2012 cuando ella y su marido se mudaron con sus tres hijos pequeños a una preciosa casa aislada en el bosque, a 30 kilómetros de Ámsterdam. Se llamaba Nido Alto. Durante las reformas encontraron escondites y puertas secretas, trampillas y zulos ocultos, cabos de velas, partituras y periódicos de la Resistencia. Van Iperen, que ya había publicado un premiado debut en su país, empezó a investigar y a desenvolver un ovillo de información que le llevó a descubrir que entre 1943 y 1944, en el que ahora es su hogar, Lien y Janny Brilleslijper se habían ocultado con su familia y refugiado a numerosos judíos que, como ellos, intentaban huir de los nazis.
Nido Alto, la casa que las hermanas Brilleslijper convirtieron en refugio y que ahora habita Van Iperen. / JAN WILLEM LALDENBACK
«El papel de las dos hermanas había quedado olvidado por la historia, solo aparecía en notas a pie de página. Eran judías y eran mujeres. Los Países Bajos hemos creado una narrativa irreal sobre cómo afrontamos la ocupación nazi. Parece que todos nuestros abuelos fueron de la Resistencia. El 75% de los judíos fue deportado. No se habla de resistencia judía ni mucho menos de la resistencia de las mujeres cuando sí la hubo», explica Van Iperen de paso por Madrid.
Imagen de Ana Frank, en la casa-museo de Bergen-Belsen (Alemania). / PETER STEFFEN
La autora tuvo claro que debía contar su historia y el resultado fue el libro de no ficción ‘Las hermanas de Auschwitz’ (Planeta), que llega ahora a España tras ser un ‘best-seller’ en Holanda y vender los derechos a 40 editoriales. Recabó testimonios orales, consultó archivos y accedió a cartas, diarios y documentos personales de Lien y Janny, gracias a sus hijos. «En el museo Ana Frank están las notas que tras la guerra Janny escribió a su padre, Otto Frank, diciéndole que sus hijas no iban a volver», constata. «Pero Janny siempre se resistió a hablar de Ana, no quería alimentar el mito ni hacer de ella una heroína -asegura-. No restaba valor a su historia, pero pensaba que no dejaba de ser la de una pobre chica escondida y no creía que debiera reducirse o simplificarse en ella la historia del Holocausto en los Países Bajos porque la realidad fue mucho más compleja».
Lien, bailarina, con su esposo Eberhard, pianista, en el estudio de danza, 1939. / Archivo privado de la familia Rebling
«A diferencia de Alemania, que asumió la culpa por lo que hicieron, en mi país el tema del colaboracionismo es delicado -afirma-. La narrativa era decir ‘hicimos lo que pudimos, resistimos cuanto era posible’. Pero aún hoy hay quien reclama que los que colaboraron pidan perdón, como un anciano que antes de morir exigió la responsabilidad del ferrocarril neerlandés en la deportación de judíos».
«Janny hablaba de la persecución de judíos en los Países Bajos como una trampa para animales en forma de embudo. Y pensé en aplicar esa estructura en el libro para atrapar al lector aunque al final la lectura le resultara incómoda -relata-. La primera parte es amplia, le mantiene a distancia, explica cómo los neerlandeses piensan que están seguros y todo irá bien. En la segunda, estrecho el cerco, el lector se ve atrapado por la intimidación, la persecución y el aislamiento que sufre la familia Brilleslijper. En la tercera, entra en la parte estrecha del túnel, empieza en la estación central de Ámsterdam donde Janny ve las fauces de la bestia al abrirse las puertas del tren y entiende que si entran nunca volverán. Allí la población se dio cuenta de que era demasiado tarde para resistirse, de que ya no había vuelta atrás y de que nadie les rescataría».
En la casa de la montaña, las Brilleslijper crearon una suerte de oasis cultural de resistencia reuniendo a artistas y periodistas. No en vano, Lien era bailarina y estaba casada con Eberhard, musicólogo y pianista. Janny, comunista que ayudó a la República durante la Guerra Civil española, se casó con Bob, estudiante de Economía de izquierdas, con el que imprimía propaganda antinazi. Nido Alto se convirtió en lugar clave para la resistencia hasta que, en 1944, las hermanas fueron detenidas junto a parte de la familia. Deportadas, coincidieron en el campo de Westerbock con la familia Frank y todos acabaron en Auschwitz, donde Lena y Janny tomaron a Ana y Margot bajo su protección, animándolas contando historias, elaborando ricos menús y fantaseando sobre lo que harían si volvían a casa. Ana quería comer en un elegante restaurante.
Roxana van Iperen, autora de libro ‘Las hermanas de Auschwitz’, este jueves en Madrid. / JOSÉ LUIS ROCA
En sus últimos días, vieron a Ana demacrada y sin ropa bajo una manta llena de picaduras de piojos. No la vieron morir. Margot, también enferma de tifus, se cayó de la cama golpeándose la cabeza contra el suelo de hormigón. Ya no despertó.
Cuando llegaron los aliados a Bergen Belsen hallaron 13.000 cadáveres y 60.000 presos demacrados, de los cuales una cuarta parte murió en las semanas posteriores. De los 108.000 deportados holandeses a Auschwitz, solo sobrevivieron 5.000, entre ellos, Lien, que murió en 1988, y Janny, en 2003.