Las pantallas se han convertido en ese objeto sin el que no podemos vivir, o más bien, sin el que no sabemos vivir. Esto ha traído una serie de consecuencias negativas para la sociedad, la calidad democrática y la propia salud de las personas. Por ello, Juan Carlos Blanco presenta ‘La tiranía de las naciones pantalla’, una obra en la que, no solo analiza las consecuencias derivadas de la dependencia de los dispositivos electrónicos, sino también quiénes están detrás de la situación y qué intereses tienen.
¿Por qué cree que es necesario este libro?
Ahora mismo es necesario cualquier libro, artículo o documental que ponga sobre la mesa lo que está pasando con las pantallas, cuál es nuestra relación con ellas y si vamos a seguir resignados a ser un producto de las grandes plataformas tecnológicas. Es importante llevarlo al debate público. Este libro lo que pretende es eso, que quien lo lea, al menos piense en qué está pasando, si es normal que se viole tanto nuestra privacidad, la pandemia de distracción que estamos sufriendo, que se destruyan tantos modelos de negocio. Sobre todo, lo más importante, es pensar si podemos aceptar que el uso de las plataformas alimente tantos bulos, patrañas e infamias que están dañando nuestro sistema democrático.
¿Cómo se le ocurrió el término de naciones pantallas?
Hay corporaciones como Meta, Facebook, Google o Amazon, que ya desde el punto de vista de su poder financiero y de su influencia e impacto en la vida de las personas, son más importantes que las naciones en las que vivimos. Hoy para un español o para un estadounidense es más importante su relación con Google y su relación con o su relación con Amazon que la relación con el gobierno de su país. Y lo que está pasando es que estas corporaciones se han convertido en naciones pantallas que además quieren dictar las reglas del juego. De ahí viene esta llamada a la acción contra la tiranía de las naciones pantallas, que es el nombre que le he dado al libro. Además, hay otro detalle importante, quienes controlan las plataformas pueden terminar poniendo o quitando a un presidente, mira lo que ha pasado con Elon Musk en Estados Unidos o cómo ha intentado utilizar X en las elecciones en Alemania. Estamos en un momento muy delicado en el que, o le ponemos freno a esta sed insaciable de las tecnológicas, o terminarán determinando quiénes son los presidentes del gobierno.
«Quienes controlan las plataformas pueden terminar poniendo o quitando a un presidente»¿No es curioso que algunos personajes que critican las características de las democracias liberales se aprovechen de ellas para llegar al poder?
Eso siempre ha sido así. Estos personajes utilizan los resortes, las herramientas y los recursos de un sistema democrático para hacerse con él poder y quedarse con él durante todo el tiempo que sea posible, restringiendo luego los derechos y libertades de esas propias democracias. El gran cambio es que hoy en día existen recursos inimaginables hace unos años para poder implantar esos regímenes o para llevar a la opinión pública discursos profundamente populistas que utilizan todo tipo de engaños y de campañas sucias para lograr sus objetivos. Siempre ha habido bulos, siempre ha habido infamias, pero con las redes sociales y su falta de criterios de verificación se ha llegado a una cantidad masiva de mentiras circulando por las plazas de conversación pública, que ya no son los medios, sino precisamente estos canales sociales.
En un principio las redes sociales eran concebidas como un instrumento democratizador. ¿Cómo se han convertido en un canal de bulos?
Ha sido un proceso que, además, ha pasado en muy poco tiempo.Yo digo en el libro que se nos ha caído el velo.Todos considerábamos que las redes sociales iban a ser instrumentos para la democratización social, para la ampliación de los estados de derechos universales, para la exportación de nuestros sistemas de democracia a países donde jamás los habían logrado, con ejemplos como la Primavera Árabe. En muy poco tiempo, sobre todo a partir de 2016, descubrimos que el modelo de negocio de estas plataformas, que es la venta de publicidad programática a través de la extracción masiva de millones de datos, no entendía de reglas de la democracia liberal. Aquí se trata de conseguir, como fuera, muchos datos, y para conseguir muchos datos es necesaria nuestra atención. Y para lograr nuestra atención vale cualquier tipo de contenido. Eso lo han aprovechado también muchos demagogos y oportunistas que han intentado y han conseguido instaurar regímenes iliberales, semi-totalitarios o totalitarios. Como la de Hungría o como lo que está pasando en Estados Unidos con Donald Trump. En muy poco tiempo se nos cayó el velo y nos dimos cuenta que esa supuesta herramienta para la democratización se ha convertido en una pesadilla para los demócratas.
Usted lleva mucho tiempo en el mundo de la comunicación. ¿Qué consecuencias ha tenido todo este proceso para este sector?
Yo cuento en el libro que los medios de comunicación han visto cómo se ha destrozado su modelo de negocio de la prensa industrial de los últimos doscientos años. En parte hay que hacer autocrítica y entender que los medios de comunicación tenían que adaptarse a la nueva realidad y no lo han hecho con la profundidad con la que deberían, y lo estamos pagando. Deposito parte de la responsabilidad de los ciudadanos. Desde los medios hemos cometido muchos errores, pero es que los ciudadanos han abandonado a los medios, entendiendo que las redes sociales podían lograr toda la información que quisieran y lo que se ha encontrado es que no encuentran información de calidad. Pero encuentro en todo esto una oportunidad para los medios, que después de muchos años donde caímos en el pecado de la gratuidad, ahora nos estamos dando cuenta de que necesitamos tener modelos de negocio sostenibles y fuertes que tienen que volver a depender de los ciudadanos, no de la publicidad que nos puedan dar las instituciones o las empresas.
Usted dijo en 2013 que la gente había dejado de aceptar los productos periodísticos tal y como se daban en ese momento, parece que no les ha costado tanto aceptar los productos que les venden las grandes tecnológicas, ¿no?
Es cierto. Primero, es gratuito. Segundo, quizás no nos estemos dando cuenta, pero el modelo de las grandes plataformas tecnológicas es un modelo depredador de nuestra atención, que funciona con sistemas que son una especie de chutes de dopamina. En un momento dado no te has dado cuenta y te has pasado dos horas en Instagram o TikTok. Es un modelo muy adictivo. Hemos confundido el entretenimiento con la información, el espectáculo con el periodismo, y el periodismo es otra cosa. En una plaza para la conversación pública como la red social, uno se puede informar, pero todos sabemos que el 90-95 % de los contenidos que nos encontramos son de fast food mediático. Si uno, en vez de consumir medios, consume redes sociales, sabe perfectamente que está menos informado de manera más superficial y es una potencial víctima de cualquier campaña de desinformación. Los periódicos, al final, no solo informan, te dan contexto, te dan poso y criterio.
¿No es una contradicción que las pantallas, que generan distracción, estén cada vez más presentes en las aulas de los centros educativos?
Hay más presencia, pero yo lo comparo con el momento en el que los periódicos pensábamos que si dábamos gratis los contenidos en internet íbamos a tener mucha audiencia, a lograr más publicidad, y al final se tiene más audiencia, pero la publicidad se la quedó directamente Google y Facebook. Nos dimos cuenta que esto era una trampa. Pues bien, en los centros educativos hemos caído en la trampa de las pantallas. Hemos pensado que las pantallas iban a proporcionar más contenidos, un mejor acceso a los contenidos educativos para los chicos y las chicas, que con ello íbamos a adaptar a un mundo nuevo y digital, donde iban a tener más posibilidades. Nos hemos encontrado con todo lo contrario, que las pantallas al final destierran su capacidad crítica, les hace pensar menos, les genera problemas de concentración. Quizás sea mejor dictar un orden de alejamiento de las pantallas de las aulas de los colegios y de los institutos.
«Quizás sea mejor dictar un orden de alejamiento de las pantallas de las aulas de los colegios y de los institutos» ¿Qué diferencias hay entre encontrarse este panorama para una persona desarrollada y para los niños que nacen con una pantalla delante?
Yo soy de una generación, la llamada del baby boom, y por tanto yo tuve la suerte de que cuando era pequeño me aburría, y como me aburría, se fomentaba mi creatividad como la cualquier otro chico de los años 70 o 80. A partir de los 90 la cosa cambia, pero sobre todo los chicos y chicas nacidos en este nuevo siglo no se aburren jamás, se han eliminado todos los tiempos muertos, ya no tienen por qué aburrirse en la cola del supermercado,en la cola del médico, y por tanto, tampoco se fomenta la creatividad ni la capacidad de pensamiento crítico. Están tan enganchados durante horas y horas a esos contenidos cortos y compulsivos que tienen muchos problemas a la hora de desengancharse de las pantallas. Pero también pienso que ya no es patrimonio de ellos, hoy también te encuentras a personas de 40, 50 y 60 años completamente enganchadas a las pantallas, con todo lo que significa, no eres capaz de mantener una conversación, de ver una película, no eres capaz de leer un libro, y cuando te pasa todo eso eres un ciudadano con menos herramientas para ser más un ciudadano y menos un consumidor.
Todo este proceso afecta también a la esfera privada, ¿está cambiando la forma de relacionarse de los seres humanos?
Sí, nos parece normal aquello que no lo es. Te voy a poner un ejemplo que he incluido en el libro porque me ha llamado la atención, pero que lo puede ver cualquiera. Un grupo de chicos jóvenes, estaban en un bar en Polonia, eran ocho. Estuvieron durante una hora tomando cerveza y los ocho estuvieron enganchados, cada uno de ellos a su pantalla del teléfono móvil. Y te puedo asegurar que apenas hubo interacciones, porque todos estaban enganchados, cada uno en su pantalla. Incluso en un momento dado la mayoría se fue a pedir una cerveza, un refresco a la barra de la terraza donde estábamos, quedaron dos y pensé, bueno, ahora no hablarán entre ellos. Pues tampoco hablaron entre ellos, cada uno seguía ensimismado en su pantalla. Se tomaron sus consumiciones y se fueron. Es algo que se ve como normal, pero a mí no me lo parece.
En el libro habla de los cinco pecados capitales de las grandes plataformas, ¿cuál es la forma de combatirlos?
Hay que informarse más, informarse mejor, y sobre todo ser más ciudadano y menos consumidor. Yo he escrito este libro porque creo que tenemos que entender que las plataformas tecnológicas no pueden actuar como un nuevo oligopolio que dicta las reglas del juego. Las reglas del juego las dictan nuestros representantes públicos, y lo que hay que hacer es poner reglas o regular con mayor firmeza, y eso lo está haciendo la Unión Europea en defensa de la privacidad. También tenemos que cambiar o mejorar nuestra relación con las pantallas, desde nuestro punto de vista personal, también con nuestros hijos, en los colegios, en los institutos, restringiendo el uso de pantallas y fomentando la capacidad de pensamiento crítico, y también, en el caso de las democracias, poniendo frenos a estas campañas de desinformación. Ahí tenemos un enrome conflicto con la que hay que lidiar, y en ese conflicto nos estamos jugando también el futuro. Todo esto, en un momento en el que la gran batalla está en ver quién va a ser el líder en el terreno de la inteligencia artificial,con todo lo bueno que eso conlleva, pero también con los peligros que se ciernen sobre nosotros por su mal uso.