Como cualquier madridista confeso (me gusta decir penitente, porque les sufro) sigo en un proceso de duelo sin futurible fecha de caducidad. Luka Modric cuelga su brazalete de capitán en el Real Madrid, desenfundando su indumentaria blanca tras 12 años de victorias, incontables trofeos y sueños cumplidos que nos permitieron despertar de las pesadillas que nos perturban fuera de los terrenos de juego. «42 millones para tapar verguenzas», reían los sinverguenzas que se han quedado sin sitio donde taparse. Un titular que robo para el otro fútbol con escobas, de los magos que sí necesitan varita.
Porque estimados alumnos, ya tenemos nuevo trio de oro. Tres niños para encabezar la producción más grande de HBO, o así lo prometen los filtrados sets de rodaje que han requerido ampliar los estudios Warner Bros al norte de Londres.
Cualquiera entiende «grande» como el fajo necesario para edificar un mundo mágico desde 0 (relativamente), yo como un problema en momentáneo armisticio en el péndulo de saltar por lo aires. No somos lo mismo, pero sufriremos lo mismo: a una creadora que presume de una nueva adaptación «más fiel a los libros» en la misma proporción que su transfobia o su hipocresia. «Más fiel a los libros», una causa honorable por la que la serie tendrá que pasar el peaje de calcar las 3 primeras entregas durante 6 años hasta que haya resquicio a un cambio sustancial. «Más fiel a los libros», cuando J. K. Rowling ya participó activamente en la redacción de los guione, aseguró estar satisfecho con el resultado y elogió el trabajo del guionista regular, Steve Kloves. «Más fiel a los libros», para los sangres sucias que no hablamos parsel o el idioma terf, se traduce como «trampantojo mediático donde vuelca sus vendettas personales contra los que le llevan obligadamente la contraria». En concreto, al trio original; ya el trio de marginados, Daniel Racliffe, Emma Watson y Rupert Grint, por el simple y humano hecho de defender una comunidad expuesta al escarmiento de alguien que vendió millones y pensó que compró el mundo. Sus libros, sus historias, inspirados como extensión de la imaginación y espacio a los que no encuentran el suyo propio, se revelan ahora como un capricho donde volcar su ideología.
A esta señora le podría estar cobrando facturas hasta mañana y no me quedaría satisfecho. Si fuera director del grupo editorial, comprometería las portadas a un parafraseado del principio, «Una adaptación para tapar verguenzas».
Pero veo a estos niños y me siento culpable de que sean chivos expiatorios de los adultos. Tanto tiempo he sentido que interpretarán unos papeles que nos les pertenecen hasta que he aprendido a no combatir el odio con las mismas armas.
Tendré que hacerle caso a Arturo González-Campos en lo que argumenta en su nuevo libro: «Las obras, como los hijos, no deberían pagar los pecados de los padres». También a mi nostalgia, que llama a mi puerta gritando una oportunidad por el hecho de volver a donde fui feliz.
No es fácil. Muchos de los que despedimos a Modric fuimos los huérfanos emocionales que vimos marchar ese tren de Hogwarts junto a Racliffe, Emna y Rupert. Y los que nos siguieron en edad no llegaron tarde: engullen las películas como han asistido atónitos a los pase con el exterior del croata. Tres niños epítomes de una generación que aguarda a la repetición de lo irrepetible.