Resulta irónico que fabriquen fertilizantes a partir del salitre que se extrae de un desierto. En ocasiones, la tierra más seca esconde los recursos necesarios para que florezca la vida, aunque sea en otra parte.
Quienes fundaron las oficinas salitreras de Humberstone y Santa Laura contemplaron aquella parte del desierto de Atacama con la mirada cenital de un cóndor. Avistaron castillos invertidos bajo la arena y, valiéndose de una retorcida rama de espino, proyectaron sobre el suelo arenoso un paraíso. Pero no fue allí donde lo construyeron, sino más allá del desierto, en un lugar fuera del alcance de los habitantes de esa región de Tarapacá. Las oficinas salitreras de Humberstone y Santa Laura fueron solo los cimientos de una fortuna con mando a distancia y fecha de caducidad.
Ciudad de chapa y barroIngenieros ingleses y alemanes colonizaron la industria del salitre cuando el siglo XIX interpretaba sus últimos compases. Una ciudad de chapa y barro se levantó sobre el aún desierto peruano. En 1862 se fundó la Oficina La Palma, que posteriormente, en honor de un ingeniero químico británico, de nombre James Thomas, cambiaría su denominación por la de Humberstone. Thomas Humberstone modernizó la técnicas de extracción del mineral logrando con ello, además de una mejora de la eficiencia de la empresa para la que trabajaba, extraer la inmortalidad a su apellido.
Diez años más tarde se fundó Santa Laura a un solo kilómetro de distancia. La empresa Guillermo Wendell Nitrate Company diseñó un ingenio para explotar los vastos depósitos de caliche, la materia prima del salitre. En pocos años se convirtió en un núcleo estratégico para el comercio internacional de la sustancia química.
Resistencia, la solidaridad y el arteLos primeros obreros, conocidos como pampinos, trabajaron en ambas explotaciones en una condiciones que rozaban la esclavitud. Eran pagados mediante un sistema de fichas, una moneda que tan solo podían utilizar en las tiendas de la propia compañía que explotaba la mina. A pesar de ello, la vida se abre paso entre la desdicha y allá donde se empeña brota la resistencia, la solidaridad y el arte. Así surgió una cultura propia alrededor de las familias y, además de ayudarse mutuamente y compartir los escasos recursos, crearon un folclore propio con canciones que narraban las historias de su vida cotidiana y sus luchas. Con ellas lograron no solo ablandar la vida, también consiguieron mejoras en sus condiciones de trabajo alzando a los obreros frente a la patronal en una lucha que alumbró y apagó muchas vidas.
En 1879, Bolivia y Perú, dueños del territorio, iniciaron una guerra contra Chile por el control de la industria salitrera. Ante el crecimiento económico derivado de esta industria en el departamento boliviano de Antofagasta, Bolivia intentó aumentar sus beneficios incrementando los impuestos a las empresas chilenas que operaban en la región. La reacción de Chile fue inmediata y, al oponerse a estas medidas, avivó una hoguera que terminaría con una declaración de guerra por parte de Bolivia.
Perú, aliado de Bolivia a través de un pacto secreto de defensa mutua, decidió intervenir en apoyo de su vecino del altiplano. Sin embargo, tras la derrota en la contienda, el mapa de Perú recortó su silueta y Bolivia, que había apostado su único acceso al mar, lo perdió.
La guerra y el cobre de la tierra colorearon de sangre seca los albergues de los mineros. Impregnaron de polvo las calles y los edificios: la escuela, el teatro, la iglesia, el kiosko de música y la torre del reloj. Tras la victoria, Chile se adueñó del mapa e hizo ondear su bandera a la entrada de las oficinas salitreras, pero fue el desierto quien momificó aquel poblado incorporándolo al paisaje para restaurar su naturaleza.
Humberstone y Santa Laura palpitaron mientras fue rentable el pedregal. En los años sesenta se despoblaron de sentido para sus dueños y sus habitantes, y el arenal comenzó a suavizar los contornos angulosos abandonados por el hombre para borrar sus huellas.
Una ciudad despoblada en un desierto está abandonada dos veces. Los que han crecido en ella esconden la planicie seca en su interior. Dicen que se trata de una fuerza invisible, como un hueco árido que les agria el carácter y los vuelve inhóspitos. Aquellos que han logrado extraerlo lo describen como un fertilizante con el que brotan castillos en cualquier lugar, siempre que sea lejos de allí.