Ensayos de la Orquesta Filarmónica de Málaga / L.O.
El Teatro Cervantes se vistió de gala en el arranque de la Temporada de Abono de la Orquesta Filarmónica de Málaga, que inauguró su ciclo con un ambiente visiblemente festivo y una respuesta de público que llenó por completo el coliseo malagueño. En el escenario, la OFM, junto al Coro de Ópera de Málaga -bajo la dirección del maestro Pablo Guzmán Palma- y las voces solistas de la soprano Ainhoa Arteta y el tenor Josep Bros, todos bajo la batuta del director titular, José María Moreno, dieron comienzo a una nueva edición que promete contrastes, regresos y, por qué no decirlo, también algunas sombras.
Por delante quedan catorce programas, de los cuales ocho serán asumidos por batutas invitadas, entre las que destacan la esperada vuelta del maestro Maximiliano Valdés y el regreso del director vasco Juanjo Mena, una de las figuras españolas más reconocidas en el ámbito internacional. La oferta, a priori, combina repertorios diversos y la presencia de nuevos solistas, si bien no todos ellos cuentan con una trayectoria suficientemente conocida por el público malagueño.
El programa inaugural, de carácter ameno y tono celebratorio —coherente con el ambiente de reencuentro que se vivió en la sala—, habría encontrado quizá un contexto más adecuado en fechas festivas, como el concierto de Navidad o el tradicional de Año Nuevo. Incluso podría haberse concebido como un “abono cero”. La elección para abrir la temporada responde, sin embargo, a otros criterios menos artísticos y más complacientes, lo que revela nuevamente imposiciones programáticas, falta de criterio y escasa ambición artística.
A poco que se repase la programación completa, salta a la vista la densidad de los programas confiados a las batutas invitadas y la presencia reiterada de la voz como protagonista. Una apuesta que, aun siendo atractiva para el público, corre el riesgo de reducir la orquesta a un papel secundario, mangoneada y arrastrada por el fango, cuando no directamente obviada y utilizada para alimentar egos e ingerencias. Para el melómano, resulta doloroso contemplar este progresivo deterioro.
La vuelta al Cervantes del Coro de Ópera de Málaga -tras la forzada ausencia en la Temporada Lírica- fue sin duda el acontecimiento más significativo de la noche, aunque no exento de oportunidades desaprovechadas. Conscientes de la relevancia de la cita, sus integrantes ofrecieron un trabajo muy cuidado, fruto de una preparación intensa que se hizo notar desde el primer número, Donna non vidi mai. A continuación, interpretaron Din don suona vespro de Ruggero Leoncavallo, sin duda el fragmento coral más redondo de la velada. Ya en la segunda parte, abordaron con solvencia el Coro de románticos de Amadeo Vives, para culminar con el emblemático Va, pensiero de Nabucco de Giuseppe Verdi, recibido con un entusiasmo generalizado.
El coro, ahora bajo la dirección titular de Pablo Guzmán, mostró cohesión, empaste y una musicalidad notable, confirmando el buen trabajo de su nuevo maestro y dejando una excelente impresión en su regreso al coliseo.
La presencia de Ainhoa Arteta siempre garantiza expectación entre el público malagueño. Su carisma y su solidez interpretativa fueron bien recibidos, más aún cuando compartió escenario con el tenor Josep Bros, otro artista de larga trayectoria y fidelidad al repertorio lírico. Ambos ofrecieron una primera parte algo contenida por los tempi marcados desde el podio, que limitaron en parte la espontaneidad de su línea de canto. En la segunda mitad, sin embargo, ambos alcanzaron un nivel más brillante y expresivo.
Arteta y Bros son intérpretes de oficio, cantantes que saben habitar el escenario, y así lo demostraron en el dúo Gia nella notte densa del Otello verdiano, que cerró la primera parte, así como en las arias solistas: Sola, perduta, abbandonata, de Manon Lescaut de Puccini, en el caso de la soprano, y Tutto parea sorridere, del Il corsaro verdiano, en el del tenor.
En la segunda parte, Bros ofreció una bellísima versión de la romanza Bella enamorada, de Reveriano Soutullo y Juan Vert, interpretada con elegancia y naturalidad, mientras que Arteta rubricó su actuación con No corté más que una rosa, del maestro Pablo Sorozábal, en una versión sólida, emotiva y bien proyectada.
El público respondió con entusiasmo, aunque el brillo de los solistas no consiguió disimular del todo la falta de coherencia en el diseño del programa. La sensación general fue la de una velada con momentos de calidad, pero también de ocasiones perdidas, en un contexto institucional que parece confundir el éxito de taquilla con el verdadero pulso artístico. ¿Queda alguien a quien seguir tomando el pelo?
Para muchos melómanos, como el que suscribe, la recién inaugurada temporada de abono de la OFM se reduce hoy a ocho programas de altura, frente a un resto previsible y sin una línea interpretativa definida. Las temporadas anteriores lo confirman: hay talento, hay orquesta, pero falta dirección artística, proyecto y ambición. Y eso, en una ciudad que ama la música como Málaga, resulta sencillamente imperdonable por no hablar del daño que se inflige a una institución como la Filarmónica de Málaga. Muy triste.