Con la quiebra del Silicon Valley Bank (SVB), inicio de la tormenta bancaria, seguida por el derrumbe de Credit Suisse (CS), la liquidez fue el detonante que puso el foco en los depósitos –producto favorito de la mayoría de los ahorradores, debido a que su riesgo es reducido– evidenciando nervios en las entidades financieras, al agudizarse los temores sobre sus posiciones.
En ambos casos, las claves fueron: la velocidad de salida de los depósitos y la forma en que se saldó el desmoronamiento. En el caso de SVB, colapso sin paliativos; en el de CS, vendiéndose a un competidor.
Ante la incertidumbre generada por aumento de la volatilidad y miedo en el mercado, los inversores más cautelosos llevan semanas analizando la liquidez de los grandes bancos, es decir, su capacidad de supervivencia a fugas de depósitos.
Con los tipos de interés negativos se esfumaron los depósitos a plazo y, tras la normalización, entidades pequeñas y digitales los han recuperado, en tanto que la gran banca –más atenta a su cuenta de resultados que a reclamaciones perentorias de clientes disgustados– se resiste a remunerar los depósitos, arguyendo su consistente posición de liquidez.
Una primera fuga de depósitos se produjo, desde los bancos más pequeños hacia aquellos más grandes, en busca de una teórica mayor seguridad. El «fly to quality» –»salto a la calidad»– implica una estrategia defensiva de inversores que desarman posiciones de activos de riesgo (acciones) y arman posiciones en los de cobertura (bonos del tesoro, oro y dólar).
A diferencia del SVB (donde el 95% de sus depósitos no están cubiertos por el fondo de depósitos estadounidense, que sólo asegura hasta 250.000 dólares), en la gran banca española –modelo de negocio minorista– el Fondo de Garantía de Depósitos cubre un 50% y un 60% de los depósitos y garantiza hasta 100.000 euros, por titular y entidad, lo que tranquiliza a los clientes y, llegado el caso, puede atemperar rápidos movimientos masivos.
En España, la rentabilidad media de los depósitos –el ahorro más conservador de las familias– está muy lejos de la del resto de la UE. Según datos del Banco Central Europeo (BCE), en nuestro país, el promedio del coste de los depósitos a minoristas está en el 0,21%, mientras que en otros países de la UE es del 1,8%.
Aunque el Banco de España (BdE), en sus revisiones, no está detectando problemas de liquidez, ni una salida extraordinaria de depósitos, el descenso del volumen se debe al impulso bancario –trasvase de la liquidez que acumulan los clientes en cuentas y depósitos– hacia fondos de inversión. Y concluye el BdE, la posición de la gran banca española es de fortaleza, frente a un posible contagio.
En un escenario de elevada inflación, algunas familias –en sólo dos meses han salido 18.000 millones de los hogares– tienen que echar mano de los ahorros para afrontar la subida de precios, amortizar la hipoteca o hacer frente a otros gastos.
Los más combativos han ido buscando alternativas como refugio. Al tratarse de dinero en efectivo y valores seguros –letras o bonos a corto plazo– los renacidos Fondos Monetarios (fondos de inversión que invierten en activos de renta fija, a muy corto plazo, de gran liquidez y con riesgo reducido) están considerados una forma segura de invertir.
La Reserva Federal estadounidense, dando liquidez –a cambio de poner sus bonos como colateral, con un acuerdo de recompra obligatoria– los ha favorecido, en aras de facilitar la financiación de la banca durante un año, y evitar colapsos como el de SVB.
Después de que los episodios sucesivos (SVB, CS, Deutsche Bank) se cebaran en Bolsa con los bancos europeos –con desplomes que llegaron al 12% en algunos casos– la crisis tiene que ver con la confianza de los inversores en el sector financiero. En sólo una semana, las principales entidades europeas llegaron a perder unos 50.000 millones de euros de capitalización bursátil. Siguiendo la doctrina Biden: «Los accionistas no serán protegidos; así es como funciona el capitalismo», en ningún momento los bancos centrales se han planteado un rescate a los accionistas.
El Banco Central Europeo (BCE) insiste en que es imprescindible que los bancos españoles trasladen la política monetaria a los ciudadanos. Dicho de otro modo, que las entidades dejen de arrastrar los pies, empiecen a remunerar el pasivo e incluyan los depósitos en su oferta.
Si en apenas seis meses el BCE ha llevado los tipos del cero al 3,5%, con el consiguiente impacto en el crédito y las hipotecas, parecería razonable que también el ahorro disfrutara de algún rédito. Los ciudadanos con menos poder adquisitivo están lejos de encontrar ofertas de depósitos en la gran banca tradicional.
El ahorro se está dirigiendo a valores de renta fija a corto plazo. Con rendimientos de hasta un 3% anual está provocando que los ahorradores acudan en tromba a las subastas de Letras del Tesoro en el Banco de España.
De este modo, las retiradas de depósitos van al Tesoro Público, puesto que al elevar los bancos centrales los tipos de interés –de forma tan rápida e intensa– los depositarios sacan el dinero que no les rinde y lo dejan a buen recaudo y con un interés, ahora ya no desdeñable, en bonos del tesoro.
Aunque todavía no han entrado en la guerra del pasivo, las grandes entidades están lanzando nuevos productos de inversión, como alternativa a las Letras del Tesoro. Financieros e instituciones públicas comparten un objetivo común: proteger la liquidez –dinero que tiene disponible un banco para hacer frente a su negocio– a toda costa.
Los bancos centrales consideran que las ratios de solvencia y liquidez de los bancos son mucho mejores que en la crisis de 2008, pero imponen especial vigilancia de la liquidez porque, si no se hace, puede desembocar en un problema de solvencia.
La correlación perversa es una caída, rápida y voluminosa, en la cotización bursátil de una entidad, que alimenta inmediatamente la fuga de depósitos, hasta llevarse a la entidad por delante.
En SVB, las autoridades americanas reaccionaron tarde y, el día de autos, la fuga de depósitos fue de 37.200 millones de euros. En el caso de CS, víctima de esa correlación perversa, la caída (35.400 millones de euros en una semana) no se debió a una debilidad de sus activos, ya que estos tenían buena calidad, sino a su modelo de negocio. «Una transacción fea, que nadie quería, pero era necesaria». El desplome en Bolsa de Deutsche Bank, última muestra del nerviosismo.
Entonces ¿en qué quedamos? ¿-estamos o no inmersos en otra crisis financiera?
Todos los datos y los mensajes de supervisores y reguladores apuntan a que no. Unos y otros insisten en que no hay problema de solvencia ni de liquidez. Nadie quiere dar sensación de debilidad, a la vista del golpe que una crisis de confianza puede asestar. Pero lo que nadie se atreve a negar es la existencia de un miedo cerval a la fuga de depósitos, algo muy difícil de aguantar.
De momento, los grandes bancos españoles reconocen que se acerca el momento de ofrecer rentabilidad por el ahorro de los particulares, si bien no parecen demasiado forzados a cambiar de estrategia y sacrificar sus márgenes.
Cuando se decidan, es previsible que la vuelta a remunerar los depósitos será lenta, primará la captación de clientes a los que colocar otros productos, vendrá acompañada de letra pequeña e intentará compensar al máximo la erosión que sufrirá el margen.