Europa no puede seguir soñando con que, tal vez, la administración Donald Trump no le será tan hostil como temía. Un mes después del regreso a la Casa Blanca del presidente republicano, Washington no ha mandado más que señales negativas al bloque comunitario, además de arengas más propias de un rival que de un aliado. En cuestión de tres días se han derrumbado incluso las esperanzas de un trato al menos cordial. Primero fue el ‘ajuste de cuentas’ lanzado el viernes desde la Conferencia de Seguridad de Múnich (MSC) por el vicepresidente J.D. Vance, acusando a Europa de socavar la democracia. Le siguió el sábado la advertencia del enviado de Trump para Ucrania, el general Keith Kellogg, de que no habrá un lugar para Europa en las negociaciones directas entre Kiev y Moscú que impulsa Washington. Trump está más predispuesto a hablar con Vladímir Putin, como ya hizo, que a hacerlo con los aliados europeos de la OTAN. El domingo, al cierre del foro internacional de la capital bávara, París confirmó la convocatoria de una cumbre este lunes entre los ‘principales socios’ europeos para afrontar la política de seguridad europea.
La iniciativa parte del presidente Emmanuel Macron, reconocido impulsor de todo lo que signifique avanzar hacia una política de Defensa propia. Según su ministro de Exteriores, Jean Noël Barrot, será un encuentro ‘informal’, algo que, afirma, se produce de forma regular a escala comunitaria. Pedro Sánchez se cuenta entre los jefes de Gobierno que viajarán a Múnich esta semana.
Tan rutinaria no parece que vaya a ser. Por lo pronto, ha anunciado su asistencia el canciller alemán Olaf Scholz, en la recta final hasta las elecciones generales alemanas del domingo siguiente, 23 de febrero. También acudirán, según la agencia Reuters, Reino Unido, Polonia, Italia, España y Dinamarca, que representará a todos los países nórdicos y bálticos, así como el presidente del Consejo Europeo, el presidente de la Comisión Europea y el secretario general de la OTAN. Es decir, prácticamente todo el flanco este de la OTAN, principales interesados en reforzarse frente a Rusia y en tener una voz en el plan para el fin de la guerra que Trump quiere manejar sin contar con Europa. Dinamarca precisa mostrar la máxima cohesión, frente al propósito de Trump de hacerse con el control de Groenlandia, territorio autónomo danés.
Ucrania es el tema prioritario y también el planteamiento presentado ante la MSC de Múnich por su presidente, Volodímir Zelenski, según el cual Europa no tendrá garantizada su seguridad mientras no se dote de un ejército propio. Ni ahora, ni tampoco de prosperar la iniciativa para poner fin a la guerra.
Recelos polacos e ímpetu ultraderechistaLa idea de un ejército propio topa con el rechazo de Polonia, país que ejerce la presidencia de turno del Consejo Europeo. «No puede haber un ejército unificado europeo. Hay que ir con mucho cuidado con ese término. Puede dar lugar a interpretaciones equívocas”, afirmó desde Múnich el ministro de Asuntos Exteriores, Radoslaw Sikorski. El jefe de la diplomacia polaca se había avanzado al Elíseo al informar el sábado de la preparación de esa cumbre a través de su cuenta en X, lo que París no confirmó hasta el domingo.
Los recelos polacos se atribuyen a que Varsovia teme que la creación de un ejército propio invite aún más a EEUU a desentenderse de Europa. También a los desniveles entre las aportaciones de los distintos socios europeos en materia de Defensa. Varsovia destina ya alrededor del 4% de su PIB a Defensa y se propone orientarse al 5%, lo que le convertiría en ‘alumno ejemplar’ de EEUU. En la misma dinámica se encuentran los tres estados bálticos, Estonia, Letonia y Lituania. Pero no Alemania, que en 2024 cumplió por primera vez con el objetivo declarado del 2%. Otros aliados, como España, están por debajo de ese umbral.
Hay un tercer elemento a tener en cuenta, a ojos de Varsovia, como es la creciente influencia a escala europea de partidos ultraconservadores o ultraderechistas. Este es el caso de Hungría, gobernada por el Fidesz de Víktor Orbán, máximo aliado en Europa de Putin y, a la vez, representante entre el trumpismo del bloque comunitario. Son partidos euroescépticos, como el neerlandés Partido de la Libertad de Geert Wilders o su equivalente austríaco FPÖ de Herbert Kickl.