Hay una escena particularmente conmovedora en la estupenda película ‘I’m a cyborg, but that’s ok’ (Park Chan-wook, 2006), en la que una joven escucha la radio; del aparato surge una voz: «Es hora de meditar. Levántate y escucha el zumbido del frigorífico en mitad de la noche. En una fría mañana de invierno… Siente el sonido de la caldera, ha estado funcionando toda la noche. Nos conmueven hasta las lágrimas porque tienen un propósito de existencia. Piensa también por ejemplo en el santo y hermoso corazón de amor del faro…». Y la chica suspira: «Si yo también tuviera un solo propósito en la existencia».
Quizás algún momento así vivió Kai Landre (Barcelona, 2000), un joven músico al que los cinco sentidos humanos se le quedaron cortos: le fue implantado uno cíborg, tecnológico, que llamó ‘Cosmic Sense’ y que captura las partículas subatómicas de la atmósfera con las cuales traduce en notas musicales, y las utiliza para componer. El cineasta malagueño Miguel Morillo acompañó a Kai (nombre real, Màrius Caralt) en su aventura de autoconocimiento y exploración durante cinco años y el resultado, el documental ‘Cyborg Generation’ se estrena hoy, tras su paso por varios festivales, en Filmin.
«Kai es un ser muy especial, hipnótico y, sobre todo, muy sensible y vulnerable», nos comenta Morillo. «Durante estos cinco años nuestra amistad se ha estrechado tanto y hemos llegado a un nivel tal de complicidad, que creo que en gran parte, esto ha sido la clave para alcanzar el alto nivel de intimidad que puede observarse en la película», abunda. Como, por ejemplo, en la escena en la que junto a su hermana, Meritxell, recuerda los episodios de bullying y homofobia que sufrió en su infancia y que determinaron su transformación de niño alegre y extrovertido en otro triste y en una eterna búsqueda de refugio. Y lo encontró en el espacio, en sus sonidos mágicos y balsámicos.
Morillo acompañó al joven músico barcelonés desde el momento en que decidió que se le implantara el sentido cibernético, asistiendo a sus charlas con otros activistas de la causa cíborg en nuestro país (como Neil Harbisson y Moon Ribas) y escuchando sus miedos. El realizador no sabía cómo terminaría aquel work in progress, ¿se acabaría operando o se echaría para atrás? «Fue muy complicado trabajar en medio de esa incertidumbre, pero el gran reto de realizar un documental de estas características es precisamente esa incertidumbre. En general la no ficción tiene esa naturaleza, necesitas ir reescribiendo la historia según se van desarrollando los hechos o la historia que quieres documentar».
HíbridoEn su seminal ‘Manifiesto cíborg’ (1983), Donna Haraway asegura que desde el siglo XX el ser humano es, básicamente, un híbrido: el cíborg tumba la división entre lo humano y lo animal, animal-humano y máquina y lo físico y no físico; en definitiva, las líneas entre lo natural y lo artificial son ambiguas. ¿Podríamos vivir sin teléfono móvil? De momento es un dispositivo externo pero, ¿no sería más práctico y coherente con nuestra actual forma de vida, aprehenderlo físicamente, interiorizarlo, implementarlo en nuestro cuerpo? La causa cíborg quizás sea percibida por la sociedad como un fenómeno lejano y raro pero llegará a la plaza pública, como, por ejemplo, lo ha terminado haciendo la transexualidad, que antes habitaba exclusivamente en los márgenes de las conversaciones sociales. «Yo he intentado aportar mi granito de arena a este asunto y creo que muchos artistas están trabajando la relación entre el humano y la tecnología precisamente porque es uno de los grandes temas que ocupan la realidad de nuestro tiempo».
Mientras llega ese momento, personas como Kai lo arriesgan todo embarcándose en operaciones realizadas en condiciones difusas, sin supervisión ni legislación. «Eso es muy similar a lo que ocurría con los transexuales a finales de los 70, cuando muchas personas arriesgaban su vida en intervenciones ilegales en busca de su propia identidad. Espero que pronto puedan legislarse fórmulas que protejan y amparen las voluntades de cualquier persona que busque autodeterminar su propia identidad», reivindica el malagueño.
El director malagueño Miguel Morillo / M. M.
‘Cyborg generation’ aborda, desde el yo de Kai Landre, dos grandes derivadas del hecho cíborg. Por un lado, luchar contra el prejuicio según el cual los cíborgs son frikis y esquizos, enajenados y alienados. Kai, al contrario, manifiesta en un momento del documental que su gran miedo al afrontar la implementación de su sexto sentido es que éste le aleje del mundo. «Personas como Kai o Neil Harbisson han utilizado la tecnología para ampliar su percepción y para estar más conectados con la realidad», concede Miguel Morillo.
La otra gran consecuencia del movimiento cíborg tiene más que ver con la religión y cómo modela nuestra esencia personal y social. Piénselo: el ser híbrido, humano-tecnológico, rompe con el dogma de que el ser humano es perfecto en sí mismo como creación de Dios. «Creo que desde un punto de vista católico o de cualquier religión creacionista, dotarte con un sentido no otorgado por tu creador es ir en contra de Dios, supone una herejía», reflexiona el realizador.
Ojalá pronto puedan legislarse fórmulas para amparar la autodeterminación de la identidadInevitable preguntarle a Miguel Morillo por su relación personal con la tecnología. «Como la mayoría, tengo una relación compleja con la tecnología y mi opinión sobre ella es fluctuante. Creo que es indiscutible que es una gran herramienta para el ser humano pero también tiene una gran parte negativa», responde. O sea que no entra en sus planes inmediatos implantarse un sentido cíborg… «De momento ya estoy lo suficientemente ocupado en ser yo mismo y en entenderme sin necesidad de implantar ningún órgano cibernético en mi cuerpo. Así que no entra en mis planes, al menos de momento».