Santa Marina fue decapitada por cristiana a los 15 años, en algún momento del siglo II; si hubiera renunciado a Cristo habría podido vivir en la opulencia propia de su cuna (era hija de un gobernador romano, pero fue criada por una humilde labradora cristiana). El cuerpo de la adolescente fue lanzado a un horno pero nunca su quemó y su cabeza golpeó el suelo dando tres botes, lugares donde manaron tres manantiales de agua con poderes sanadores, según la leyenda. Catorce siglos después, entre 1640 y 1650, Francisco de Zurbarán pintó a Santa Marina en su taller: delante de su proverbial fondo negro, resalta una figura de pastora acomodada, con muy cuidados complementos. No hay sufrimiento, no hay dolor; aquí el camino a la divinidad pasa por la belleza, la serenidad del gesto y la elegancia de los atuendos y atrezzos. Ése es el modus operandi de Zurbarán en su popular serie de santas, que ahora podemos ver en el Museo Carmen Thyssen Málaga, con esa Santa Marina (y una réplica) más ocho mujeres sagradas.
La recogida Sala Noble del Palacio Villalón, con su cálido y elegante techo de artesonado de madera y sus paredes de expresivo rojo, se convierte hasta el 20 de abril en una especie de capilla perfecta para acoger a una decena de santas de Francisco de Zurbarán, una hermosa procesión de jóvenes que silencian su martirio para mostrar la belleza íntima pero suntuosa de su fe.
Algunas de las obras de la exposición de Francisco Zurbarán en el Museo Thyssen de Málaga / Álex Zea
Oficiales y aprendicesDe las diez piezas que componen la muestra ‘Zurbarán. Santas’, dos, la citada Santa Marina y una Santa Casilda (que viene del Museo Thyssen de Madrid), son obras de Francisco de Zurbarán (Badajoz, 1598-Madrid, 1664); las ocho restantes, que han sido prestadas por el Museo de Bellas Artes de Sevilla, fueron realizadas por los oficiales y aprendices de su taller sevillano, uno de los más activos de la época y que no daba a basto para decorar el creciente número de monasterios y conventos de la capital andaluza, siempre bajo la supervisión y contando con el visto bueno del maestro.
Naturalmente, los lienzos exponen «altibajos en la calidad», asegura Lourdes Moreno, directora artística del Museo Carmen Thyssen Málaga, pero todos ellos expresan la particular iconografía del artista: depuración de los atributos místicos, atención a cierto canon de belleza femenina (pelo moreno, ojos grandes, cara ovalada, mejillas sonrosadas) e hincapié en las ropas y atuendos, con el habitual toque mágico del creador para reflejar, de manera simple pero volumétrica, de los tejidos (recordemos que el padre de Zurbarán era un comerciante textil, así que desde niño el artista se familiarizó con todos los secretos de los paños y telas).
Dos personas contemplan una obra de la exposición de Francisco Zurbarán en el Museo Thyssen de Málaga / Álex Zea
Contempladas estas nueve santas en la Sala Noble del Thyssen Málaga, como en silenciosa procesión, se refuerza la hipotética intención de Zurbarán al pintarlas: dotar a estas mujeres, divinizadas tras el martirio, de una segunda vida terrenal, disfrutando de la sencilla opulencia de unos atuendos espléndidos y el sosiego de una vida tranquila, de devoción.
VersionesQuizás por su lejanía con el tenebrismo y sufriente escorzo habituales al divulgarse estas escenas, ea peculiar visión del cacereño de las santas gustó, y mucho, en su época: el propio maestro y los oficiales y aprendices de su taller las replicaron y versionaron incansablemente, por la alta demanda de una numerosa clientela de establecimientos religiosos o asistenciales, tanto en Andalucía como en América, y especialmente en el período de madurez del artista.