El Museo Ruso siempre ha sido el hermano poco agraciado de la familia museística municipal. El proyecto fue anunciado a bombo y platillo y se dispusieron todos los empeños imaginables para que llegara a buen término pero siempre habitó en la sombra de su hermano francés, el Centre Pompidou Málaga. Ensayemos alguna explicación: no venía amparado por ninguna marca cultural de ésas que suenan (tampoco eran fondos del Hermitage, el arca rusa), estaba emplazado en una zona de la ciudad, menos glamourosa y atendida que el mimado Centro… Y, a ver, mucho de mala pata tuvo desde siempre: la invasión de Ucrania, en febrero de 2022, impidió que se pudieran seguir alquilando fondos estatales rusos. Por cierto, una de las exposiciones que tenía en cartel entonces se titulaba Guerra y paz. ¿Cómo se dirá «vaya tela» en ruso? Pero es que el cenizo venía desde el día 0. La Colección de San Petersburgo en Málaga se inauguró sin celebración ni fastos oficiales: el día anterior a un copiloto de un vuelo comercial se le ocurrió suicidarse en plena tarea, llevándose consigo a 149 personas más.
Ahora, puede que ni llegue a cumplir los 10 años de su apertura, que deberían festejarse en apenas un par de meses: la concejala de Cultura del Ayuntamiento, Mariana Pineda, ha abierto un proceso de reflexión y diálogo para abordar en profundidad una «posible nueva redefinición» de la pinacoteca de La Tabacalera. «Todo está abierto», aseveró en la Ser.
AperturaPermítanme la disquisición personal. Crecí muy cerca de Tabacalera pero cuando por ahí no estaba ni La Térmica, ni siquiera el Parque del Oeste (bueno, ahora está pero con una mitad alquilada para hacer brillantes negocios), así que era fácil sentirse ciudadano de tercera cuando la única institución cultural que tenía a mano era un quiosco. Viví, sentí la apertura del Museo Ruso como una vindicación, la satisfacción de una deuda que se tenía conmigo y con los vecinos, aunque, en realidad, ni yo ni ellos sentíamos que existiera tal impago (qué poco creíamos merecer entonces, ¿verdad?). Luego, claro, el arte: exposiciones infinitas, opulentas e inabarcables, con apellidos reconocibles (Malevich, Chagall) pero muchos otros por conocer y apuntar en la lista de descubrimientos.
Puede que ni llegue a cumplir los 10 años de su apertura, que deberían festejarse en apenas un par de meses / GREGORIO MARRERO
Las cosas en el Ruso funcionaban razonablemente bien, las exposiciones gustaban y se había diseñado una programación de actividades complementarias cómplice con los vecinos de Huelin. Pero estalló la invasión de Ucrania y todo cambió. La Agencia Pública para la gestión de la Casa Natal de Pablo Picasso y otros equipamientos museísticos, entonces comandada por José María Luna, supo redireccionar sus esfuerzos y cuajar unas muestras meritorias (lógicamente, sin la pasmosa suntuosidad de los primeros años), driblando los vetados fondos estatales e indagando en colecciones privadas, personales e institucionales de arte ruso, de todo el mundo.
Volvamos de nuevo hacia atrás, por favor. Verán, no sé si se acuerdan de que andábamos todos muy preocupados cuando se inauguraron el Pompidou y el Ruso con el concepto de museos franquicia: instituciones de personalidad alquilada, pop-ups del arte a medio plazo, sin sabor ni olor. Recordemos que, en principio, el centro francés iba a estar entre nosotros sólo cinco años prorrogables y la Colección San Petersburgo, diez años también con opción a prórroga. A Luna se le llevaban los demonios cuando alguien le sugería que sus nuevos centros artísticos se acercaran a esa descripción, esgrimiendo que sí, usaban las marcas culturales de esas instituciones pero desde un gran nivel de autonomía y un espacio amplio para el movimiento propio. A mí, en realidad, lo que más me preocupaba de que aquellos museos abandonaran Málaga y dejaran sus paredes deshabitadas era que permitiría comprobar, a las claras, si aquellas experiencias nos habrían instruido como gestores y espectadores culturales tanto como para llenar el Cubo y la Tabacalera de creación que merece la pena.
Las cosas en el Ruso funcionaban razonablemente bien, las exposiciones gustaban y se había diseñado una programación de actividades complementarias cómplice con los vecinos de Huelin. / L.O.
Por eso, para mí resulta tan importante que el Museo Ruso siga en pie en estos momentos: no sólo supone un acto de resistencia del arte frente a la Historia atropellada de estos días sino que simboliza con orgullo la capacidad que por una vez se ha tenido en la cultura de esta ciudad para no desistir cuando venían mal dadas. Los que nos llamaban la ciudad de los museos-franquicia tuvieron que ver cómo precisamente uno de esos equipamientos supo resurgir con astucia, savoir faire e imaginación de, insisto, la peor tragedia que le puede ocurrir a un espacio museístico. No, no era una franquicia: se demostró que había un empeño real por preservar la identidad de un centro artístico más allá de las vicisitudes coyunturales. Eso se hizo aquí.
Mariana PinedaPero Mariana Pineda ha venido a pensar en grande como gran gestora de la cultura municipal. En su derecho (casi obligación) está, qué duda cabe. Para mí, acertó al desechar la fórmula público-privada del Centro de Arte Contemporáneo (CAC) de Málaga, que sólo sirvió para que Fernando Francés engordara su patrimonio personal de manera escandalosa; en cambio, me parece que ha patinado al prescindir del arquitecto del parque museístico de la ciudad, José María Luna, y su proyecto de Museo y Centro de Arte Contemporáneo (MUCAC) me parece evanescente, poco definido (aún). Veremos.
Desde fuera, la sensación es que, de alguna manera, se está dejando caer a este centro, que es un marrón, que estorba / l.o.
Ahora tiene en el punto de mira al Museo Ruso: quizás no le guste el arte ruso, quizás considere que buscar fondos en colecciones no estatales hasta que Putin y Zelensky estrechen las manos supone demasiado esfuerzo para el resultado, el caso es que ha hecho números y los de la Colección de San Petersburgo no le han parecido todo lo satisfactorios que deberían (supongo que las estadísticas del Museo Revello de Toro y el Museo del Automóvil habrán sido rutilantes).
Desde fuera, la sensación es que, de alguna manera, se está dejando caer a este centro, que es un marrón, que estorba: por ejemplo, tras los daños ocasionados por la DANA en noviembre, ¿por qué se cerró por completo tres semanas entero el recinto cuando los desperfectos se produjeron en una zona muy determinada del edificio? Pero la desidia institucional contrasta con la acogedora respuesta popular a muchas de sus iniciativas: sé que es sólo un ejemplo pero los Sábados en Familia de este mes de enero colgaron hace días el cartel de no hay billetes.
En fin, no nos vamos a poner a debatir aquí sobre cómo medir el éxito de un museo. Una de las citas más famosas de Jean Paul Getty es, en realidad, una pregunta. «¿Cómo se puede medir el éxito de un museo?». Si ni siquiera la supo responder el millonario de millonarios y uno de los coleccionistas de arte más astutos y avezados de la historia.
Inaugurar, mantenerRecuerdo un artículo en El País del presidente de la Asociación de Directores de Arte Contemporáneo de España, José María Parreño: «Resulta infinitamente más fácil encontrar apoyo político y recursos económicos para crear un nuevo centro que para garantizarla continuidad del que ya existe. La lógica de la novedad, la avidez de quien tiene los recursos por darse realidad como noticia produce, en efecto, esa tendencia a dar prioridad a las inauguraciones sobre las continuaciones. Esto es contraproducente en cualquier labor cultural, que sólo rinde frutos a medio o largo plazo». Así que si se sigue este razonamiento parece que en la Casona del Parque toca despedirse del camarada Tovarich e inaugurar, que luce más que continuar.
El Museo Ruso vino para apuntalar una brillante y ambiciosa estrategia museística pero ha terminado como un junco desvalido. / ÁLEX ZEA
¿Y qué se podría inaugurar? Se rumorea, por ejemplo, una colaboración similar de largo alcance con otro museo internacional. Si se cumple, al ver quien desmiente lo de franquicia. Aunque la cuestión es si ya a alguien siquiera le molesta o incomoda algo así.
El Museo Ruso vino para apuntalar una brillante y ambiciosa estrategia museística pero ha terminado como un junco desvalido, primero por la mala suerte y ahora por la falta de interés y el frescor de pastos más verdes; o, sigamos el cliché, como una de esas heroínas de la literatura del país, mujeres en busca de su camino abofeteadas por las pasiones y los acontecimientos sociales.
Aún el Ruso sigue entre nosotros, en Huelin, exponiendo y programando. ¿Festejará su décimo cumpleaños? Ni idea. ¿Qué vendrá? Dudo mucho que una aventura tan titánica y válida para nosotros mismos como la del Ruso, наша маленькая несчастная героиня («nuestra pequeña heroína desdichada»).
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