El tradicional festejo de Semana Santa rendía homenaje a uno de los grandes embajadores universales de la tauromaquia, en un festejo cargado de detalles y que, en el ruedo, presentaba la comparecencia de los toreros Cayetano, Juan Ortega y Pablo Aguado ante astados de la ganadería de Álvaro Núñez.
El ruedo estaba decorado con reproducciones de obras relacionadas con la tauromaquia de artistas plásticos como Eugenio Chicano, Paco Hernández, Celia Berrocal, Leonardo Fernández, Daniel Parra, Fernando Núñez, Humberto Parra, Alberto Rodríguez, Balcris, Paco Calderón, María del Carmen Heredia Melero, Fuensanta Giménez González, María Fernández ‘Marinetta’, Jesús Calzada o el niño Ismael Castaño, ganador del concurso de pintura que convocó la empresa Lances de Futuro. Especial relevancia tenía la aportación de Loren Pallatier, con la inclusión de diferentes creaciones realizadas para Picassianas anteriores.
Esta corrida extraordinaria contaba con una banda sonora inigualable gracias a la Orquesta Sinfónica Provincial de Málaga, dirigida por Ángel López Carreño y acompañada por el Coro de la Academia Lírica de 16 voces bajo la dirección de Luis María Pacetti. El repertorio estuvo conformado por pasodobles y conocidas piezas musicales nacionales; sin faltar referencias cofrades.
También se cuidó la vestimenta de los toreros, de modo que por ejemplo Cayetano Rivera llegaba en un Cadillac Serie 62, un modelo similar al que tenía Pablo Ruiz Picasso, luciendo un colorido traje de torear diseñado por el pintor Domingo Zapata; mientras que Ortega, que llegaba a pie desde la plaza de la Merced tras vestirse en la Casa Natal, portaba como detalle un pañuelo de la Virgen de los Dolores de la Archicofradía de la Expiración en el bolsillo izquierdo de su chaquetilla. Aguado, por su parte, hacía el paseíllo con un capote de inspiración picassiana.
El diestro Juan Ortega recorre a pie y vestido de luces el camino que va desde la Casa Natal de Picasso hasta la plaza de La Malagueta. Álvaro Cabrera
Gran ambiente en la plaza al llegar las 6 de la tarde. Casi lleno por parte de una afición ávida de toros, y que no disfrutaba de este festejo del Sábado Santo desde 2017. Ya solo faltaba que las reses de Núñez, que debutaban en el ruedo malagueño, dieran el juego para que los toreros pudieran honrar a Picasso con ese arte que le enamoró por siempre de esta fiesta cuando era un niño. Seguro que una faena como la que nos regaló Juan Ortega en el quinto de la tarde fue la que terminó de enamorar al genio de la plaza de la Merced cuando acudía a los toros de la mano de su padre.
Pero vayamos por parte. El jabonero que abría plaza, primero del lote de Cayetano, salía suelto con el capote y no quería pelea con el caballo. Pese a todo, se le castigaba con exceso. Parecía que no iba a servir, y fue Juan Ortega en un quite el que nos descubría la clase que atesoraba por chicuelinas y sobre todo con una media verónica de ensueño. Confió su matador en él, brindaba al público, y arrancaba una faena en la que tanto toro como torero fueron a más. El conjunto fue ganando en ajuste y acople, aunque sin llegar a la excelencia. Y emborronado con la espada.
Tras haber quedado nuevamente inédito con el capote en el segundo de su lote, y después de brindar a Zapata, quiso Cayetano apretar para que no se le fuera la tarde malagueña sin pena ni gloria. Se sentó en el estribo para esperar al oponente, y ya erguido el toro vio presa en él y a punto estuvo de llevárselo por delante. No se amedrentó, sino todo lo contrario, y llegaron dos encorajadas tandas al natural en las que se encontró el sincronismo entre las partes. A los sones de la Concha Flamenca, un pasodoble que recuerda a Goyesca de Ronda, se vivió una faena más vibrante que pulcra. Como la estocada en los bajos. Con todo, hubo quien pidió dos orejas que hubieran sido de locos. Una y…
Cayetano, durante uno de los toros de su lote. Álvaro Cabrera.
Elegancia en su máxima expresión La clase y la disposición de Juan Ortega, que ya habíamos apreciado en el quite al primero de la tarde, volvía a florecer en el primero de su lote. Volvió a no hacer cosas buenas el de Núñez en los primeros tercios, pero la trincherilla en la primera tanda fue para enmarcar. La despaciosidad, el ceremonial que le quiere dar a su toreo quedaba patente ante un toro sin opciones por rebrincado y con un peligro sordo evidente.
A las primeras que un toro le metió la cara en el capote, Ortega demostró que es un privilegiado del temple. Es casi imposible mecer con ese compás el percal a la verónica. En el Álvaro Núñez estaba cogido con alfileres en cuanto a fuerza se refiere, a lo que se unió una inoportuna costalada que le mermó más aún. Tocaba cuidarlo para después exigirle. Las ilusiones estaban intactas cuando ofrecía su montera a José María de Luna, director de la Casa Natal Pablo Ruiz Picasso, en el brindis. En esta jornada de luto de Sábado Santo, nos regresaba a la gloria del Domingo de Ramos con una acompasada faena a los sones de la marcha ‘María Santísima del Amparo’, en los que sus acordes por malagueñas se fusionaban con los olés más de verdad de la tarde. Bien colocado, con gusto exquisito y una torería única en el escalafón. El mejor homenaje posible a Picasso. Y una estocada en todo lo alto para pasear dos orejas y salir con todos los honores por la Puerta Grande ‘Manolo Segura’.
Corrida Picassiana
Plaza de toros de La MalaguetaSe lidiaron toros de Álvaro Núñez, correctos de presentación, con buen fondo de nobleza pero con complicaciones y por momentos deslucidos.Cayetano: dos pinchazos, media estocada y dos descabellos (silencio tras aviso) y estocada baja (oreja).Juan Ortega: estocada caída (ovación) y estocada (dos orejas).Pablo Aguado: estocada tendida (oreja tras aviso) y pinchazo y estocada (silencio).La plaza casi se llenó en tarde primaveral. Oreja a Pablo Aguado La primera parte de la corrida terminaba con un astado que le correspondía a Pablo Aguado y que seguía el guión que habían marcado sus hermanos. Suelto de salida, sin fijeza en los engaños, pero con un fondo bueno por el que había que apostar. Sin terminar de entregarse nunca, repetía con la cara a media altura cada vez que el diestro le presentaba la muleta. Firme el matador, se empeñó en lograr someterlo, y no desistió hasta que logró meterlo en el canasto en unas tandas de derechazos muy meritorias. Pese a que la estocada cayó tendida, lo que motivó que el burel se levantara por dos veces antes de su muerte, finalmente el público determinó con sus pañuelos que su labor era merecedora de una oreja, petición a la que accedió la presidencia.
En el sexto y último, tras la catarsis provocada por Juan Ortega en el anterior, pareció como si la afición ya se hubiera quedado también vacía de emociones. Más, y sobre todo mejor, era ya muy complicado. Pese a lo que se siguió con atención la labor de un Pablo Aguado que a los compases de ‘Suspiros de España’ dejó algún detalle más que estimable en el toreo en redondo en un conjunto que, debido al aplomado astado que tenía delante, no alcanzó la magnitud que todos hubiéramos deseado. No quitó interés a una buena tarde de toros, con un torero que era procesionado hasta las calles malagueñas. Juan Ortega es su nombre.