Miércoles y jueves. Dos días seguidos viendo en directo (por las webs de los periódicos, por las radios, por las teles) el desastre, el tsunami de agua y de viento que ha taladrado la provincia de la Valencia y también de Albacete. Dos días alucinando con la violencia de las arremetidas del agua, con las pilas de coches amontonados como si fueran de hojalata, con la caída de puentes y muros quebrados como si fueran pajaritas de papel. Dos días viendo con los ojos como platos cómo sube el número de muertos a una cifra inasumible. También alucina uno con las declaraciones de un jefe de la oposición irresponsable. Y con las opiniones de tanto tertuliano pagado de sí mismo, que lo mismo nos explica por la mañana la política fiscal que aplicará Kamala Harris si gana al demonio, que nos dice por la tarde y en otra cadena lo que habría que hacer en un pis pás para resolver catástrofes como esta. Alucinamos, en fin, al ver la provincia de Valencia convertida en la New Orleans del Katrina, con ciudadanos como nosotros caminando kilómetros para conseguir un kilo de arroz o de macarrones, mientras radios, teles, periódicos y webs damos todas las noticias que podemos. Pero qué más da si los que más necesitan esa información no pueden acceder a ella por falta de luz, y no tienen ni agua para usar el retrete, cuatro días más tarde. Esto también es estado del bienestar, y resulta que lo tenemos hecho una mierda. O sea, como en New Orleans.
Lunes. Movistar empieza a descargar los capítulos de la miniserie Querer, de actualidad total por el caso Errejón. En este caso, el núcleo irradiador es una mujer que tras treinta años de matrimonio denuncia a su marido por haberle obligado a tener sexo sin su consentimiento. ¿Qué sucede, una vez soltada la bomba atómica en el salón de casa? Pues eso es lo que explica la serie, con unas interpretaciones insuperables donde la protagonista, Nagore Aramburu, se sale en cada frase y en cada toma. Dirigida por Alauda Ruiz de Azúa, directora de Cinco Lobitos -donde dio un repaso a los mil flecos sueltos que tiene maternidad- todo lo que muestra tiene sentido, todo lo que se dice ayuda a pensar, sin eslóganes forzados ni militancias uniformadas ni impuestas.
Viernes. Todo lo contrario que La habitación de al lado, la última de Almodóvar. Insustancial de principio a fin, todo sobra. A lo cinco minutos de salir uno ya se ha olvidado incluso del nombre de las protagonistas, y mira que es difícil. «Quise reflejar la épica del rostro femenino», declaró el cineasta en el inicio de la promoción. «Mi película es un grito contra los discursos imperantes del odio», ha repetido en varias entrevistas. ¿En España, en Estados Unidos, en el mundo? ¿En todos los planetas del universo, Pedro? Grandilocuente como siempre, que a estas alturas trate de explicarnos lo que es la eutanasia con frases de diálogos que parecen dirigidos a niños de cinco años da un poco de rubor. Toda la hondura y saber pesimista y reconcentrado y pretencioso que quiere transmitir en sus últimas ¿ocho, diez películas? no hay quien lo aguante, la verdad. Mucho daríamos lo que fuera porque recuperara una mínima parte de la inconsciencia, desparpajo y diversión que tuvo y que ayudaron a situar a España en la modernidad cultural. En uno de los pasajes, John Turturro (que uno no sabe qué narices pinta en la película) dice a cuenta de no sé qué: «¡Todo esto es culpa del neoliberalismo!». Coño, como Errejón…
Martes. Empiezo El mejor libro del mundo, de Manuel Vilas. Divertido, sin dobleces y con cotilleos del mundillo literario, es una especie de dietario de este escritor que, dice, era un muerto de hambre que no se podía ganar la vida escribiendo, hasta que pegó un pelotazo totalmente inesperado con Ordesa y le dio un cambio a su vida de ochocientos grados, mínimo. Con la excusa de cumplir sesenta años reflexiona sobre eso, pero también (y sobre todo) sobre la muerte, los padres, el dinero, las envidias. De manera irónica y también directa, de manera divertida, y también seria. Vilas es un must.