Se cumple hoy la tercera y última jornada de las maniobras del Ejército chino en el Estrecho de Formosa sin novedades ni sobresaltos, asumidos ya sus barcos y aviones de guerra en la zona como rutinarios y sujetas las partes a su papel en estas operetas cíclicas.
Los ejercicios, según Pekín, ensayan el bloqueo aéreo y marítimo de la isla y los ataques quirúrgicos a sus objetivos sensibles. «Una situación de bloqueo multidireccional y pleno alcance», ha glosado la televisión pública. Es encomiable el esfuerzo por enfatizar la amenaza. El Ejército ha colgado un video corto en su cuenta de Wechat (algo parecido a whatsapp) mostrando a un bombardero H-6 sobre presuntas aguas taiwanesas aguas. «Los misiles están en buen estado», aclara el piloto. «Activa el control del radar, fija el objetivo», contesta una voz indeterminada mientras la cámara enfoca al misil. El piloto pulsa el botón de fuego y el video se corta antes de que vuele el proyectil.
Taipéi había contado a mediodía 59 aviones y barcos de guerra chinos en la zona que se suman a los 150 del fin de semana. Unas decenas han cruzado la línea media, una frontera oficiosa fijada por Estados Unidos tras la segunda guerra mundial para evitar que comunistas y nacionalistas se mataran, y que Pekín nunca reconoció pero solía respetar. El trasiego actual revela la deteriorada salud de las relaciones en el estrecho. En las maniobras actuales, sin embargo, se ha cruzado en menos ocasiones que en las de agosto, las mayores en décadas, y que castigaron la visita a Taipei de la expresidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi. Tampoco se han lanzado esta vez misiles sobre las aguas cercanas a la isla, ni han sido aprobadas sanciones económicas relevantes, ni se han detectado ciberataques, ni Taiwán ha cerrado sus aeropuertos.
Respuesta al viaje de la presidenta taiwanesa Estas maniobras responden al viaje a Estados Unidos de la presidenta taiwanesa, Tsai Ing-wen, y su reunión con el sucesor de Pelosi, Kevin McCarthy. Su menguado volumen se explica por el tono bajo que buscó Tsai en su visita y porque, en cualquier caso, a Pekín le irrita menos que se vea con políticos estadounidenses en América que en la isla. Tsai le negó a McCarthy la cumbre en Taiwán que pretendía, canceló la semana pasada los actos de más enjundia política y recortó la presencia mediática.
No perturban estos juegos de guerra la cotidianeidad de los taiwaneses, acostumbrados al ruido cuando les gobierna el partido independentista y más inquietos por las posibles sanciones económicas chinas que por un puñado de barcos en el horizonte. Ninguna encuesta revela la creencia mayoritaria en Taiwán sobre la inminencia o inevitabilidad de una guerra que anuncian Estados Unidos y algunas voces europeas.
La jornada ha dejado a otro actor en el escenario. Es el buque destructor ‘USS Milius’, con misiles guiados, que ha llegado al Mar del Sur de China. Washington lo ha enviado a apenas una docena de millas náuticas de las islas Spratley, que China reclama suyas, después de haberle pedido calma y sosiego a Pekín durante toda la semana. Washington ha apelado a un legalismo: asegura que, bajo la ley internacional naval, los arrecifes sumergidos durante la marea alta en su estado natural no dan derecho a las aguas territoriales
En el «estado natural» está la miga porque China ha acumulado ahí la suficiente arena artificial para construir un aeropuerto y otras instalaciones. El Ejército de Liberación Nacional ha respondido que China tiene la «indiscutible soberanía» sobre las islas y denunciado al buque estadounidense de haber entrado «de forma ilegal». Estados Unidos ha defendido lo que pomposamente llama «ejercicios de libertad de navegación» y que tienen la indisimulado fin de sulfurar a China.