Hace ya más de una década un ministro congolés de la construcción y la vivienda le explicaba fascinado a un periodista francés cómo China se estaba convirtiendo en el principal motor del desarrollo africano, seduciendo por el camino a sus élites y relegando a las viejas potencias coloniales del continente. “Construyeron para nosotros el estadio Alphonse Massamba, el ministerio de Exteriores y la sede de la televisión. Ahora están construyendo una presa en Imboulou. Han rehecho por completo el alcantarillado de Brazzaville. Nos construyeron un aeropuerto. Se preparan para construir la autopista de Point-Noire a Brazzaville y construyen edificios de apartamentos”, le dijo a ‘Foreign Policy’ el ministro Claude Alphonse N’Silou. “Es una situación en la que todos ganamos. Lo siento por vosotros, occidentales, los chinos son fantásticos”.
Desde entonces la huella de Pekín en el continente no ha hecho más que incrementarse. En 2009 superó a Washington como principal socio comercial de los países africanos en términos agregados, un comercio que rebasó los 250.000 millones de dólares anuales en 2021, muy similar al volumen que mantienen con la Unión Europea. China también pugna con Europa por el liderazgo en inversión extranjera directa, que ha creado cientos de miles de puestos de trabajo, y es con mucha diferencia el mayor prestamista de los países africanos. Entre tanto, África ha pasado a ser –por encima de Asia– el mayor mercado continental para sus constructoras, un negocio propulsado en la última década por la Nueva Ruta de la Seda, una de las piedras angulares de la política exterior de Xi Jinping, que contempla grandes proyectos de infraestructuras en 150 países de todo el mundo.
Si bien es cierto que China ya tuvo cierta presencia en África en tiempos de la Guerra Fría, cuando apoyó a varios movimientos marxistas de liberación nacional, ha sido la imperiosa búsqueda de materias primas la que ha propulsado la presencia ubicua que mantiene actualmente en el continente, sazonada con acuerdos de comercio bilaterales con 40 de sus 54 países. En Angola y Sudán obtiene petróleo; en Eritrea, cobre y zinc, en la República Democrática del Congo, cobalto; en Zimbabue, tabaco; en Sierra Leona, hierro y titanio, por poner algunos ejemplos. A cambio sus empresas estatales y privadas construyen carreteras, puertos, embalses, líneas férreas, edificios o centrales eléctricas, una infraestructura muy necesitada para el despegue africano.
Internalización por motivos domésticos “La internacionalización china hay que leerla en clave doméstica, en el pacto tácito entre el Partido Comunista Chino y su población: la sociedad no cuestiona su monopolio del poder y, a cambio, recibe prosperidad”, explica Juan Pablo Cardenal, autor de varios libros sobre la expansión china en el mundo. Esa internacionalización comenzó en 1999 con la política de “Salir Afuera” y la entrada del gigante asiático en la Organización Mundial de Comercio poco después. “China entendió que para poder urbanizarse e industrializarse con rapidez necesitaba recursos estratégicos. Optó por no dejarlos a merced del mercado y eso explica por qué desembarcó con tanta fuerza en África”. Actualmente operan allí cerca de 10.000 empresas chinas, según la consultora McKinsey, y más de un millón de chinos han emigrado al continente desde el año 2000.
Donde otros habían mirado a África bajo el prisma de la ayuda humanitaria o del cordón de seguridad, China vio tanto una oportunidad de negocio e influencia geopolítica como un salvavidas para su modelo económico. “Más de tres cuartas partes de sus inversiones allí están vinculadas a proyectos extractivos de materias primas, pero a cambio deja financiación e infraestructuras. Es una apuesta ganadora”, dice Cardenal. Algunas de esas infraestructuras estarían replicando el modelo colonial, ya que se han concebido más para que las empresas chinas puedan sacar los recursos del país de turno que para servir a la población local, según algunos expertos. Pero a diferencia de sus competidores occidentales Pekín no da lecciones de moralidad. Hace negocios con toda clase de regímenes y no impone condiciones. Ni derechos humanos ni transparencia ni respeto medioambiental.
Modelo de desarrollo Eso también hace que algunos de sus proyectos dejen bastante que desear, por su impacto medioambiental o las condiciones laborales que las empresas chinas imponen. No en vano, en una encuesta reciente del Afrobarómetro la mayoría de africanos encuestados en 34 países daban la bienvenida a la inversión china, pero el 33% prefería el modelo de desarrollo estadounidense frente a un 22% que se decantaba por el chino. Lo que sugiere que, si bien las élites africanas se no tenido demasiados problemas en echarse en brazos de Pekín, la población tiene más dudas.
En cualquier caso, no hay duda de que China la potencia económica a batir en África, donde abrió también su primera base militar en 2017. Fue en Yibuti, a solo unos kilómetros de donde EEUU tiene la suya, y con el combate contra la piratería como pretexto. Pero los expertos consideran que es solo el principio. En 2021 la inteligencia estadounidense filtró a la prensa que China había llegado a un acuerdo secreto con Guinea Ecuatorial para establecer su primera base en las costas atlánticas del continente, un proyecto que ha progresado desde entonces.
Su implantación militar, en cualquier caso, sigue lejos de la de Washington y pocos creen que las élites africanas tengan mucho interés en convertirse de nuevo en el patio de recreo militar para el pulso entre superpotencias. “Impera una visión pragmática: vamos a tener una muy buena relación económica con China, pero sin que eso implique una relación turbulenta con EEUU”, opina Cardenal.