Estudiantes, sentados frente a la fachada del CAC Málaga / Diego Vera
Que el 8 de septiembre el Centro de Arte Contemporáneo (CAC) de Málaga eche el cierre temporalmente para reconvertirse en un proyecto cultural enteramente gestionado desde la municipalidad será algo más que positivo. Se pondrá fin a una de las historias más nefandas y bochornosas del boom cultural de nuestra ciudad y un ejemplo palmario de por qué las colaboraciones público-privadas deben siempre venir acompañadas por la ceja de la sospecha. No sé qué hara finalmente el Ayuntamiento con el Antiguo Mercado de Mayoristas, capaces son de levantar un Clúster del Espeto, pero, como cantaban Los Planetas, me da que no será peor de lo que era (aunque sea un Clúster del Espeto).
Por lo pronto, el cierre temporal del Centro será un punto y aparte para el espacio, un hiato simbólico y necesario, pero, muy especialmente, supondrá un adiós definitivo a un personaje singular y controvertido como Fernando Francés, uno de esos empresarios liberales pero que sólo suelen jugar con el dinero de los demás y que tuitean lindezas como ésta (a propósito de la huelga general de noviembre de 2012): «Todos/as los/as HP que andan sueltos harán huelga y al menos por un día dejarán de joder a los demás».
Chulesca fotoHoy, Francés ya no cuenta con la defensa de los prebostes que se hicieron con él aquella chulesca foto de grupo posando frente a la flamenca de Invader clavada en una fachada del Palacio Episcopal. Su etapa de candilejas terminó con la acusación de agresión física por parte de la artista Marina Vargas (quedó absuelto por falta de pruebas, la demanda de Francés por denuncia falsa fue desestimada) y, sobre todo, por esos cuatro (4) meses como secretario general de Innovación Cultural y Museos que llevaron a la consejera Patricia del Pozo a mostrarle el camino de salida.
Pero aquí no olvidamos sus greatest hits. Vamos con algunos: supuestamente, Francés pedía dos obras a muchos de los artistas a los que contactaban para que expusieran en el CAC: una para la colección del Centro, otra para la suya personal; supuestamente, Francés se desligó de la empresa con la que ganaba los concursos municipales para la gestión del CAC y así poder acceder al organigrama de la Junta de Andalucía (luego se supo que la compañía quedó al cargo de un amigo íntimo suyo, empresario sin experiencia en lo artístico); supuestamente, acompañó al citado Invader a profanar BICs (quedó absuelto: la sentencia se basó en la escasa entidad de los daños en los edificios protegidos en los que se instalaron las obras del artista); supuestamente, los artistas representados por la galería de su hijo, Fer Francés, tenían preferencia para exponer en el Centro malagueño y así aumentar su cotización cara al coleccionista privado (negocio 360); supuestamente, se enriqueció personalmente con su actividad de tal manera que pudo adquirir un inmueble, reformarlo como apartahotel cool y, pocos años después, revenderlo por 15 millones de euros… Demasiados supuestamente en un currículum de alguien cercano al dinero público pero al que nadie quiso apartar. Porque, sí, aquí han venido Gilbert & George, Julian Opie, Gerhard Richter, Tracy Emin o William Kentridge, hasta se montó una especie de procesión de la Virgen de los Modernos con Marina Abramovic… Pero, ¿a qué precio? Me temo que uno mucho más caro que los 3,3 millones anuales de presupuesto anual: el de permitir que se identificara el CAC Málaga con un empresario alérgico a la crítica y enamorado de la omnipotencia.
PreocupaciónEstos días le asaltan a uno en las redes sociales muchos comentarios de personas preocupadas por «el cierre del CAC Málaga» y por que «todo huele a privatización del espacio». Habrá que esperar a lo que haga el Ayuntamiento (su tardanza en hacer público su proyecto post-CAC sólo alimenta especulaciones) pero a todos los que manifiestan sus nervios por esa hipotética privatización habria que preguntarles: si un centro artístico municipal sólo cuenta con un comisario de exposiciones (ya se imaginan quién), si el propietario de la empresa adjudicataria se la vende a un amigo para driblar la ley de incompatibilidades de la Junta pero poder regresar si la cosa sale mal, si al parecer ha emitido dos facturas de compra por la misma obra, si todo pasa por las mismas manos y las de nadie más… ¿Por qué llamarlo centro de arte municipal cuando lo que era, en realidad, es una galería que opera con fondos públicos?
En 2018, perdón por la autocita, escribí esto: «Quince años después [de la inauguración del CAC de Málaga], convertida Málaga en la ciudad de los museos por la decidida apuesta de su Ayuntamiento, resulta contradictorio, incoherente que la gestión de uno de sus centros artísticos siga encargándose a un empresario. ¿Por qué no incluir el CAC en el paraguas de la agencia que rige la Casa Natal, el Museo Ruso y el Picasso? ¿Es que de arte contemporáneo sólo sabe Fernando Francés? ¿Sólo él tiene acceso a los artistas de esos tops que tanto cita para justificar sus personalísimas programaciones? ¿Por qué sí se puede desarrollar una gestión enteramente pública del Centre Pompidou Málaga y del Museo Ruso, y no del CAC Málaga? ¿Cuál es exactamente la peculiaridad de este centro que lo aboca a perpetuidad a lo público-privado? La cultura es, sobre todo, el proceso por el cual el ser humano se dota de armas para vivir mejor. Demostremos que en estos quince años los malagueños nos hemos dotado a nosotros mismos de esas armas». Fin de la autocita. Con su reformulación desde la municipalidad absoluta (esperemos), sin subcontratas (recemos), sin licitaciones (40 céntimos para encender velas de pega en su parroquia de confianza), nos damos una oportunidad, autonomía y confianza en nuestro criterio. Porque tenemos criterio, ¿verdad?
Fachada del CAC Málaga / La Opinión
AsignaturaLa primera gran asignatura del NeoCAC (espero que no lo llamen así) será su transparencia. Me lo dijo hace unos años el artista Rogelio López Cuenca: «Me atrae imaginarme el CAC en un futuro próximo, gobernado por una dirección elegida mediante el código de buenas prácticas, y que estas sean aplicadas a su gestión. Me gustaría que a la entrada de sus exposiciones luciera el cartel que mi amigo José Luis Pérez Pont ha hecho colocar en las del Consorcio de Museos de la Comunidad Valenciana, donde se informa, desglosado hasta el último céntimo, de los gastos de cada una de ellas, desde el transporte hasta el comisariado y ¡milagro! los honorarios de los artistas». Bueno, querido Rogelio, no caerá esa breva, pero al menos podemos aspirar a un imposible hasta ahora: conocer exactamente cuáles son las obras que componen la colección del CAC Málaga, las que se han ido adquiriendo con nuestro dinero a lo largo y ancho de estos años de andadura y que forman parte de nuestro patrimonio. En este periódico estuvimos años preguntando por la lista en diferentes instancias y la verdad es que, está feo decirlo, terminamos dándonos por vencidos. Sería el primero de los muchos pasos que deberían darse tras este higiénico y necesario punto y aparte en el Antiguo Mercado de Mayoristas.