Esta novela, Los viajeros del continente, de Eva Díaz Pérez (Sevilla, 1971), publicada por Galaxia Gutenberg, abarca un siglo, más o menos, del viaje de una pareja de ingleses (él es un narrador de viajes) que busca, en su largo caminar, la esencia del desplazamiento. No se trata de mirar o de admirar, sino de saber de quiénes han pasado por esos parajes europeos por los que los anglosajones, como los protagonistas, se han muerto de placer o de curiosidad.
La pluma, es decir, la escritura de Eva Díaz se ha curtido en otros libros de igual trazo viajero (Rutas del exilio español en Londres, El polvo del camino: el libro maldito del Rocío…) y con otros, El sonámbulo de Verdún, El club de la memoria, Hijos del mediodía y Memoria de cenizas, se ganó el respeto que se debe a una periodista que ejerce con enorme solvencia tanto la ficción como la descripción del paisaje real o inventado que, por ejemplo, ampara la enorme velocidad que tiene esta novela.
Hablamos con ella en el mismo sitio en que presentó su libro, Tipos Infames, librería de Madrid.
P. Es especialmente veloz la escritura de esta novela.
R. Cada historia te pide un ritmo, y yo obedezco. Depende de lo que se haya de contar, sea susurrado o veloz aquello que se describa. Aquí hay un ritmo sostenido, pero también se reivindican los libros de viajes que precisan de tiempos morosos, contrarios a los que parece necesitar la urgencia actual de los viajes, cuyo recuerdo se fía a los selfies y no a la experiencia que se va viviendo.
P. Hay un libro de Julio Llamazares, La lentitud de los bueyes… Esa lentitud es también un desafío. En su caso, la lentitud del viaje se acompasa con la rapidez de la escritura…
R. Yo defiendo mucho el periodismo literario que se ha practicado y que aún se practica. Da mucho pulso en la narrativa, yo lo reivindico y a veces se cuela en mis propios libros. En el caso de esta novela, quería contar la historia de un hombre que viaja, pero que sobre todo piensa y recuerda. Por eso era necesario ese tempo, ese ritmo, que tiene la novela. Me aburren mucho los libros que se entretienen, por ejemplo, contando una batalla, y con los viajes me pasa lo mismo: el periodismo me ha enseñado a ir a la esencia de las cosas, de los viajes también, y aquí aplico esas enseñanzas para darle ritmo a la novela.
P. Usted cita mucho el periodismo, pero este lector tiene la impresión de que este es, de los suyos, el libro que más literatura contiene, como si el periodismo que usted busca esté aquí vencido por la literatura…
R. Es cierto, aquí hay mucha literatura, incluso literatura poética. No pretendidamente poética, pero sí literatura que busca la belleza, no sólo la que se cuenta sino la que subyace en la escritura, y por tanto en el estilo. Hay partes muy amargas, también, pero hay partes especialmente felices que sirven, entre otros elementos, para rendir homenaje a la belleza, esa belleza europea que van buscando los protagonistas. Esa es la literatura, pero la velocidad del periodismo me sirve para darle equilibro a la ambición de mostrar la felicidad que describo.
Este es de esos libros que buscan quedarse en la memoria del lector, que siga creciendo en quien la ha leído, como si siguiera el viaje» P. Es una novela breve y compleja, llena de hechos, tantos hechos como rutas…
R. Yo quería que tuviera mucha densidad. Que se leyera de manera fácil, pero que dejara un poso… Es de esos libros que buscan quedarse en la memoria del lector, que siga creciendo en quien la ha leído, como si siguiera el viaje. En este caso, es el último viaje de una persona, Hugh de Girard, escritor de libros de viaje, que decide recorrer la Europa que ama y que retorna a buscar. Con él va su mujer, Violet Archer. A la vez que viajan, recuerdan su vida en Londres.
P. Y él muere al final del viaje, como si siguiera viajando, de modo que la muerte no tiene nombre propio. Usted consigue que ese hecho final se quede como en una nebulosa, propia de la vida que se abandona sin ruido…
R. Como si siguiera viajando, sí… Nos vamos despidiendo con él hasta el último pensamiento, ahí está su última lucidez que quise retratar literariamente, qué va a pasar con su biblioteca, que es como la biografía de su dueño. Es la autobiografía de este hombre que muere, ha ido contando los lugares a los que va, sabemos de las semillas que ha plantado en el jardín, de los libros que lee, así que cuando muere todo eso se queda, forma parte de su despedida, pero no se muere con él… Ese final es la evidencia de su muerte, pero es una celebración de la vida. Él ha celebrado el vivir, el beber y el comer, algo que forma parte de los placeres que se han descrito, así que el conjunto, la novela entera, quiere transmitir la felicidad de la vida, y la felicidad del instante.
Es un viaje por la memoria europea, al pasado, a todo lo que ha sido el viejo continente para la historia. A lo que es para nosotros y, sobre todo, lo que es para el personaje que le da sentido y viaje al libro mismo» P. ¿De dónde nace la decisión de poner en marcha este viaje total?
R. Es cierto, es un viaje total, que además se hace en coche, en trenes, en barcos… Ese es el viaje físico. Pero luego está el viaje temporal de alguien que también recuerda el viaje que ha sido su vida, y es alguien que se va despidiendo de todo, desde Inglaterra hasta Italia o Suiza, pasando por Francia, por tantos lugares, paseando por una Europa que yo quería pasear con los lectores. Dando la sensación de que juntos viajábamos por rincones que ya conocimos y en los que han sucedido cosas inolvidables para el viajero o para el mundo. Así que también es un viaje por la memoria europea, al pasado, a todo lo que ha sido el viejo continente para la historia. A lo que es para nosotros y, sobre todo, lo que es para el personaje que le da sentido y viaje al libro mismo.
Díaz Pérez, el día de la entrevista. José Luis Roca
P. Es un libro veloz, le decía antes. ¿De dónde le viene la urgencia de esta escritura que parece que usted no se ha levantado de la mesa mientras lo iba escribiendo?
R. Pues lo empecé a escribir hace diez años… Es decir, se han colado otros libros en medio. Así que es una novela muy depurada, le he quitado mucha hojarasca para dejarla en la quintaesencia, están aquí las cosas que suceden, sin vértigo, pero es una prosa que nace de la velocidad. Es un libro demorado porque está contado para que los personajes se vayan explicando y vayan contando el viaje mismo, con sus idas y venidas. Es, al fin, un ejercicio de depuración narrativa.
P. Es la novela de un inglés que viaja por Europa. Y está escrito como si le llevara la mano un anglosajón. ¿No le asustaba el reto de imitar a estos viajeros tan especiales que son los anglosajones?
R. Era meterse en la cabeza de un señor inglés y, en cierta manera, entrar en el alma de Londres… Es verdad que sale retratado Londres en distintas épocas… A mi me gustan mucho los desafíos… Un libro anterior me llevó a meterme en la cabeza de un gramático… Aquí no quería que hubiera una epopeya como esa, pero sin embargo la hay, es la mente viajando, y ahí narro esos viajes recorriendo paisajes que son la vida misma, la historia de los pueblos y de un viajero que la mira.
P. Es rápido, como un telegrama que atraviesa los siglos…
R. Tiene ese vértigo… Y está mirando constantemente hacia atrás. El vértigo no mira al futuro, sino al presente, y deja atrás una gran cola de siglos, de las cosas que han pasado… Es memoria del pasado, de esa fatiga de la historia, la que está proyectada en las fachadas de cualquier ciudad europea a la que vayamos por el gusto de viajar.