El ciclo en el que participa se llama «La dignidad de la palabra». ¿Posee dignidad la palabra? ¿Dignifica la misma al género humano?
Yo creo que las palabras pueden ser usadas para muchas cosas distintas. Se dignifica cuando se usan para hacer cosas dignas, para nombrar las cosas como son, para decir la verdad, para mostrar la compasión humana o cosas así. Y se envilecen cuando se corrompen, cuando se usan para mentir o para las cosas así. La palabra es para lo bueno, lo bello y lo terrible. Pueden ser usadas igualmente para todo. Exactamente igual que se puede mentir o buscar la verdad.
En su última obra publicada echa la vista atrás. ¿Es necesario el pasado para comprender el presente?
Hombre, claro, es que el presente se extiende hacia el pasado. Es decir, no hay una separación. Si queremos comprender nuestra posición ahora, si queremos valorar las cosas que tenemos, si queremos establecer juicios de valor sobre la realidad presente, tenemos que tener muy en cuenta el pasado, ¿no? Y más en países como el nuestro, en los que se han vivido cambios muy rápidos a lo largo de unas pocas décadas, y en un país en el que hemos tenido una historia bastante convulsa, ¿no? Entonces, para medir, por ejemplo, cuestiones como el progreso en el estado de bienestar o en la situación de la mujer o la justicia y todas estas cosas, tenemos que tener el referente de dónde venimos.
Refiriéndose a la educación pública dice, en un pasaje de «Volver a dónde», que es «la mejor esperanza, casi única, de progreso social». ¿Es hoy más que nunca una defensa a ultranza de la misma?
Yo creo que sí. Una de las lecciones que hemos aprendido en el último tiempo, en la pandemia, es el valor radical de lo público, es lo que hace que una sociedad sea justa o injusta. Son dos cosas bastante simples. Una es que haya una educación pública y otra que haya una sanidad pública, ¿no? Y, claro, por supuesto, que haya una buena administración pública. Yo he vivido mucho tiempo en Estados Unidos y he visto un país en el que la que la sanidad y la educación están gobernadas por el dinero. Vivimos en una comunidad, la Comunidad de Madrid, en la cual hay presiones fortísimas para privatizar la sanidad y para privatizar la educación. De hecho, en la Comunidad de Madrid, la educación pública ya es minoritaria, es menos del 50%. Es una cuestión que creo que es fundamental. Si no existe eso, no hay nada. Si no hay una buena educación pública, ¿quién va a poder progresar? ¿Quién va a poder descubrir su vocación? No para ser escritor o para ser médico, para ser lo que sea.
¿Cree que estamos viviendo un retroceso social o, por el contrario, progresamos a pesar de los obstáculos?
Bueno, ahí se progresa o se retrocede. Hablábamos antes del valor del presente y del pasado, y es ahí cuando te das cuenta del progreso gigantesco que hemos hecho. También hay muchas cosas en las que se ha retrocedido, porque, por ejemplo, ahora la gente joven tiene menos posibilidades que cuando yo era joven y tiene mucha más dificultad para encontrar una vivienda. Entonces, igual que se progresa, se puede retroceder.
Usted ha realizado una literatura de memoria personal. ¿Qué diferencia existe entre este concepto y la autoficción?
Es que ese concepto no lo entiendo. Yo creo que a mí me gusta escribir dos cosas que son muy distintas entre sí y me gustan por igual. Me gusta escribir ficción, en la cual soy libre para inventar, y me gusta escribir no ficción porque escribo en periódicos y porque he escrito libros como el que tú has mencionado, como «Ardor guerrero». Creo que uno elige una cosa o la otra; además, hay un pacto con el lector. Eso es muy importante para mí y creo que es importante a la hora de que el lector se acerque al libro. No sé lo que significa autoficción: cuando se mezcla la realidad con la ficción se está haciendo ficción.
Usted es académico de la lengua. Con los nuevos tiempos, la tecnología ha llevado a la lengua a una simplificación un tanto inquietante. ¿Qué opina del abuso de este lenguaje?
Creo que, más que con la tecnología, tiene que ver con la ignorancia. Utilizar la tecnología no quiere decir que se tenga que escribir de una manera o tengas que expresarte de una forma más vulgar o más simple. Solo tiene que ver con el nivel de educación y con la complejidad de los sentimientos o de las cosas que uno quiera expresar. No creo que sea responsabilidad de la tecnología.
¿Cómo ve la literatura actual o cómo percibe la evolución que ha tenido el mundo literario desde que publicó «El Robinson urbano»?
Bueno, yo puedo evaluar la revolución social que yo he visto, es decir, desde que yo empecé a publicar hasta ahora, hubo un progreso muy grande. A partir de mediados finales de los años 80, que empezó a haber un público lector muy amplio; luego, con la crisis de 2008 y con la que coincidió con la piratería y todo eso, fue un retroceso, que, en términos cuantitativos, está muy claro. Afortunadamente, parece ser que, a partir de la pandemia, se ha recuperado bastante. Creo que el cambio que ha habido fundamental es que, cuando yo empecé a publicar, ibas a un encuentro literario, lo que fuera, y los invitados sólo eran hombres. Ahora eso se ha corregido mucho, hay muchas más mujeres. Creo que es el gran cambio. El cambio fundamental que ha ocurrido en términos sociales ha sido que, cuando yo empecé, en un panel o en una mesa redonda no hubiera ninguna mujer. Eso ahora te parece inaudito. Ese cambio creo que ha sido muy importante. Luego, ya, la calidad de lo que escribimos, lo que es la falta de calidad, eso ya es cosa de cada uno. Pero no por género, sino por calidad, por persona.
Dijo en una entrevista que usted no ha tenido nunca pose de escritor, que es más de oficio en silencio. ¿Cuál es su concepto del acto literario?
Es que es un trabajo. Es un trabajo, un oficio que uno hace porque le gusta y, en parte, también porque se dedica a eso, porque se gana la vida con eso. Luego tiene una parte complementaria que cada cual tiene que medir hasta dónde la lleva: es la presencia pública para favorecer el conocimiento de tu trabajo. Yo creo que eso hay que administrarlo con mucho cuidado, porque no puedes convertirte en un personaje de ti mismo o en un vendedor a domicilio de lo que escribes. Tienes que mantener, creo yo, un equilibrio, entre otras cosas, porque para escribir y para trabajar, para experimentar el mundo con atención y con profundidad, se necesita una vida privada muy tranquila. Cuando yo publico un libro, me comprometo a hacer una cierta promoción más allá de un cierto límite. Tengo muy claro que la vida literaria, para mí, es estar en mi casa trabajando o estar con mi familia o con mis amigos. De otra forma se corre el peligro de poder convertirte en una atracción.
Dirigió el instituto Cervantes de Nueva York, por lo tanto, conoce los entresijos de la gestión cultural. ¿Cómo ve el futuro de la cultura en general y del libro en particular?
No, la gestión pública cultural es una cosa muy específica. Además, en el caso del Instituto Cervantes, yo estuve un par de años solo. Antes había trabajado en eso, fui funcionario en Granada. Creo que el futuro del libro está conectado al futuro de la educación y al futuro de la justicia. Si hoy sí hay una buena educación y en esa educación se insiste en los valores humanístico y creativo, pues habrá lectores para la literatura. Evidentemente, debe haber un cierto grado de justicia social para que la gente tenga el sosiego suficiente y los medios suficientes como para dedicar un tiempo y una parte de su dinero a la cultura. En la medida en que la educación abandona esos valores humanistas y todo eso, pues entonces habrá una decadencia. No depende ni de los escritores ni tampoco de la tecnología, depende del nivel de la educación.
¿Qué libro recomendaría a los lectores de esta entrevista?
Recomendaría un libro que está a punto de salir, que se titula «En la boca del lobo», la última novela de Elvira Lindo. Sale en una semana.