Nicola Sturgeon era una figura desconocida para los británicos hasta que en las elecciones generales de 2015 participó en un debate en televisión junto al conservador David Cameron y el laborista Ed Miliband. La audiencia descubrió a una mujer sobria, concisa en las respuestas, con una gran capacidad para comunicar sus ideas y hacerse entender en un lenguaje claro y sencillo. Una actuación muy por encima de la del resto de los participantes. Esa noche, al acabar el debate, la pregunta «¿puedo votar por el SNP si vivo en Inglaterra?» se convirtió en el número uno de las búsquedas en Google. Hacía sólo cuatro meses que había sucedido al frente del Partido Nacionalista de Escocia (SNP, en sus siglas en inglés) a Alex Salmond.
Sturgeon, de 52 años, ha convertido la política y la independencia de Escocia en el hilo conductor de su vida. Un objetivo en el que ha fracasado. Se crio en el pueblo de Irvine, en la costa escocesa de North Ayrshire, junto a una hermana más pequeña. Su padre era electricista y su madre técnica de laboratorio, además de concejala del SNP. La adolescente se unió al partido a los 16 años horrorizada al ver el desastre social que supuso la llegada al poder de Margaret Thatcher. «Cuando era muy joven Thatcher representaba todo lo que consideraba malo en la política», ha explicado. «Ella fue de alguna forma una de las personas que me motivó para participar en las campañas contra lo que proponía».
Enemigos íntimos Desde el principio, la joven militante fue una estrella en ascenso, la primera en su familia que estudió una carrera. Se licenció en Derecho en la Universidad de Glasgow y trabajó como abogada hasta entrar en 1999 en el recién creado Parlamento autonómico de Escocia al ganar un escaño. El equipo que formó como número dos de Salmond, el entonces líder, consiguió en 2007 convertir al SNP en la fuerza más votada en Escocia. Ambos se complementaban a la perfección y ella «podía decirle cuándo pensaba que él se estaba equivocando», ha comentado alguien que trabajó con ambos. «Nunca he visto un político que controle a edad tan temprana, con tal seguridad, tal variedad de artes en la política», escribiría en 2015 Salmond, reconociendo el talento de la que ocupó supuesto, tras el descalabro del referéndum.
Con el paso del tiempo la relación de ambos se fue enfriando y terminó por romperse en 2018, cuando surgieron acusaciones de acoso sexual contra Salmond de antiguas empleadas. Sturgeon se negó a salir en su ayuda. Él la acusó de haber organizado un complot en su contra. Los antiguos colaboradores se transformaron en enemigos íntimos. Al término de un juicio, penosas comparecencias pidiendo excusas y dando explicaciones, los sondeos mostraron que Sturgeon había ganado la partida ante la opinión pública. Este miércoles, Salmond, que ahora lidera Alba, un partido sin escaño alguno, consideró la renuncia de su rival como «una oportunidad para reestructurar el movimiento independentista».
Críticas de los detractores La ministra principal ha sido acusada de estar volcada en los planes para lograr un segundo referéndum, desatendido otros asuntos de gobierno. El balance de su mandato, en transporte, listas de espera hospitalarias, educación, o en el alto nivel de muertes a causa de las drogas, deja mucho que desear, según sus detractores.
Casada con Peter Murrell, director ejecutivo del SNP, el matrimonio no tiene descendencia. En 2016, Sturgeon sufrió un aborto y lo hizo público por este motivo: «Si eres una mujer, particularmente en una posición de responsabilidad y no tienes hijos, se asume que eres una bruja con el corazón helado, que ha decido dar prioridad a su carrera en lugar de tener hijos».
