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Nach, rapero: «El algoritmo y yo no estamos hechos el uno para el otro. Si la gente se desconcentra, lo siento»

Escrito por Albert
02/10/2025
in Cultura
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Nach, rapero: «El algoritmo y yo no estamos hechos el uno para el otro. Si la gente se desconcentra, lo siento»

Siete años ha tardado Nach en editar un nuevo álbum. Un tiempo para tomar aire y reflexionar en el que no ha estado del todo parado: ha publicado canciones sueltas y también ha hecho alguna gira. Pero el músico alicantino no tenía todas consigo para sacar adelante un trabajo de larga duración. Fue un época complicada. «Estuve sin rumbo / sin fuerzas, sin fe ni energía», dice con su inconfundible flow en los primeros versos de Destino, que abre el disco homónimo recién estrenado. «Llegó el COVID y perdí la perspectiva de qué artista era y dónde estaba ubicado con todo lo que estaba pasando a nivel global y a nivel artístico y de industria», responde cuando este periódico le pregunta las razones de ese silencio relativo. Han sido, pues, siete años en los que buscarse y cuidarse a sí mismo, afinar un discurso que transmitir y encontrar a los compañeros idóneos para este viaje que él tenía claro que quería producir en la ciudad donde se crio y en la que ha vivido toda la vida, Alicante.

El chaval que se dio de bruces con el break dance estando de vacaciones en Denia cuando tenía 10 años, el que hizo del rap su vida cuando escuchó en unas pistas de baloncesto de su ciudad un ‘loro’ que escupía los beats y el fraseo brutales de Public Enemy, Beastie Boys o Run–D.M.C., es desde hace más de dos décadas una de las figuras imprescindibles del hip hop patrio y más allá: la revista Rolling Stone le colocó el año pasado en el tercer puesto entre los 50 artistas más destacados del género en español de todos los tiempos. Respetado por sus coetáneos, admirado y a veces cuestionado por unos jóvenes siempre más dispuestos al beef, Ignacio Fornés (Albacete, 1974) se presenta ahora con una imagen más estilizada, relajado y sonriente, disfrutando de una madurez que alivia muchas tensiones y razonablemente seguro del trabajo que publica. Un álbum en el que, como siempre, brillan sus letras, pero donde también refulgen los hombres de los que se ha rodeado: están Trueno, Manuel Carrasco, SFDK o Alice Wonder, entre otros. El 11 de octubre arranca en el Rocanrola alicantino, el festival de rap más potente de España, una gira que le llevará por todo el país y por Latinoamérica a lo largo de los próximos meses. Viéndole, no se diría que el artista viene de atravesar algunas turbulencias.

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P. En todo ese proceso de pérdida y búsqueda de uno mismo, ¿hubo dolor? ¿Momentos realmente malos?

R. Sí. Muchas veces mi identidad como persona estaba conectada con mi identidad como artista, con la repercusión y el amor que recibía por eso. Cuando eso empezó a desaparecer me sentí perdido y solo. Suples esa soledad con amistades y familia, pero también tenía una decepción con el mundo que absorbí a lo bestia. Veía cómo estamos hipnotizados por la pantallita del móvil, cómo todo es un negocio y cómo somos meras máquinas de sacar pasta. Hubo momentos en que no quería salir de casa ni socializar, no sentía chispa ni alegría, y eso afectó a mi manera de crear. Me encerré en mí mismo y fue un error.

P. ¿Se llegó a sentir pasado de moda?

R. Un poco. Todo se movía en redes y, si no interactuabas continuamente, estabas muerto. A mí no me apetecía, no soy así. Además, había perdido peso y mucha gente no me reconocía. Me dije: «¿qué pasa aquí?» Necesité salir un tiempo de la música, relacionarme con gente ajena a este mundo y ver las cosas en perspectiva. Entonces me pregunté: «Si hago un disco, ¿cómo quiero que sea? ¿Qué me motiva de verdad?». Y empezó el proceso.

P. Decía en una canción antigua: «Vengo de un lugar donde decían que triunfar es imposible». ¿De dónde viene Nach?

R. Vengo de una familia numerosa de ocho hermanos, soy un boomer 100% [risas]. Mis padres nacieron justo antes de la Guerra Civil; vivieron la dictadura, la transición… Ninguna generación ha vivido tantos cambios. Por eso los admiro. Mi padre tenía un sentido muy práctico de la vida y en casa nadie fue artista. Pero yo descubrí algo muy potente y nuevo: el hip hop. Gente auténtica que molaba. Y así surgió la necesidad de hacer arte. Mi entorno decía: “Esto no te llevará a ningún lado. Estudia una carrera y sigue el camino de todos”. De ahí lo de «triunfar es imposible»: en una ciudad de provincias, con ese núcleo familiar, tu vida “debía” ir por otro lado. Y yo me rebelé de forma natural. Seguí estudiando, pero la música fue ocupando más tiempo. Sin plan: quedábamos, grabábamos… Un día nos llama un estudio, un sello pequeño quiere una canción, luego un disco, luego un sello mayor… Y acabas en la industria cuando sabes que, al cantar, desafinas. Pero tiene sentido que estés ahí. Luego llegó el momento de decidir: trabajo estándar o música. Y acojonado perdido, dije: música.

P. ¿Fue difícil encontrar su propio sonido y su sitio en la industria?

R. Apareció relativamente pronto. Me gustaban los discos que pasaban de lo hardcore a lo melódico, con storytelling: los escuchaba y se me erizaba la piel. También me tiraba el rollo Wu-Tang, más crudo. Recuerdo escuchar una canción de Lenny Kravitz con sample de un piano al inicio. Le dije a mi colega: «Este piano me flipa; metamos bajo y percusión». De ahí nació Basado en hechos reales, mi primera canción editada [cuando todavía se hacía llamar Nach Scratch]. Me di cuenta de que ese era el rap que quería: historias de vida, sensibilidad, contar cosas más rotas. Me llegaba más eso que solo mover el cuello. Y ocupé un espacio poco explorado aquí, con crítica al sistema pero hablando también de la propia vulnerabilidad.

P. ¿Echa de menos algo de la escena del rap en España en los 90/2000s? ¿Ha cambiado mucho la cosa?

R. Echo de menos pedir un disco que tardaba un mes en llegar y pasarte tres días escuchándolo. Echo de menos cuando todo era menos negocio. Viajabas, dormías en casas de gente del rap, te hermanabas porque éramos pocos y la sociedad no nos entendía. Recuerdo coger un autobús del Hércules [el equipo de fútbol de Alicante] porque iban a jugar a Sevilla y así nos salía el viaje por 100 pesetas para ver a los colegas de allí. Dormíamos en parques… Para mí eso era hip hop y camaradería. Hoy se habla de likes, repercusión, números.

Nach, el día de la entrevista. / Alba Vigaray

P. Se define como «artesano de la palabra» y es poeta con obra publicada. ¿Cómo trabaja las letras?

R. Cuando se me ocurre una idea, escribo mucho en el bloc de notas: reflexiones, materiales sin rima… Llego al estudio con esa materia prima y no tengo que pensarlo todo de golpe. Busco la instrumental adecuada, los tempos… En este disco he grabado de ocho barras en ocho barras. Rapeaba un poco con algunas terminaciones que se repetían en esa materia prima, aunque no tuviera mucho sentido, y luego adaptaba la letra. Para mí trabajar así, con muchas notas previas, es práctico para no perder tiempo.

P. Dice en la biografía de su web: “Más que fans, busco militantes; más que entretener, inspirar”. ¿Es importante decir algo con la música?

R. Yo creo en el arte útil. Me fascina más una canción que me remueve por dentro que una para bailar, aunque ambas sirvan. Mi música a lo mejor no llega a tantísima gente, pero a la que llega, nos genera una conexión muy bestia. No tengo fans que gritan, sino personas que se acercan con educación, me cuentan su vida y me abrazan. Por eso hablo de ‘militantes’ de una filosofía. Mucha música hoy está más pensada para la forma que para el fondo. Hay quien maqueta muchos estribillos y el que funciona en redes es el que desarrollan. No comparto hacer arte así, no tiene que ver conmigo.

P. Las plataformas mandan: hay quien escribe con el algoritmo en la cabeza.

R. No sé ni cómo funciona esa movida, pero el algoritmo y yo no estamos hechos el uno para el otro. En mis canciones intento hacer un principio, un desarrollo y un final. Quizá demasiada información para el algoritmo. Intentar adaptarme sería un error. Alguien me habló de hacer canciones de minuto y medio. Dije: en minuto y medio no puedo contar lo que quiero. Si la gente se desconcentra, lo siento, pero no puedo hacerlo.

P. ¿Qué ha querido contar en este disco?

R. Resume discusiones conmigo mismo, momentos en los que dejé de sentirme artista, en los que pensé que me hacía mayor. Canciones como Me Echo de Menos hablan de eso. También de cómo he intentado vivir el amor y el afecto con tanta intensidad que a veces se acababa rápido. De compartir con mi gente y valorar a quienes me dicen la verdad. De mi relación con Alicante, a la que adoro y a veces me satura, como nos pasa a todos con nuestras ciudades. También me he divertido mucho haciéndolo, y he investigado en lugares nuevos.

P. Es sociólogo de formación. Si aplica esa mirada, ¿le sorprende que una buena parte de la juventud que escucha ‘hip hop’ sea hoy más conservadora, racista, machista y homófoba, según dicen las encuestas, cuando se suponía que esta era una música de minorías y combativa?

R. Mucho de lo que sucede en el hip hop es reflejo de la sociedad. La gente joven es más moldeable, y si les das un discurso populista, tergiversado pero fácil, lo entienden y lo compran, aunque sea sesgado. Si se informan sobre todo en redes como TikTok, es normal que se dejen llevar más por ese populismo, y la extrema derecha sabe aprovecharlo. También hay jóvenes que, decepcionados con un orden que no cambió nada, buscan algo radical y rompedor para sentirse distintos. Pero quizá no se han planteado lo que después les pedirán a cambio, a ellos y a esas minorías que conocen de refilón, y que no saben realmente los esfuerzos que han hecho por conseguir sus derechos.

P. Dice: «más que ganar, busco compartir». Sin embargo, en el rap siempre ha habido mucha competencia, no hay género musical con tantos beefs.

R. La competición siempre ha estado ahi, y a mí me ha ayudado a superarme. Las batallas de gallos son colegas compitiendo, entre ellos mejoran y se apoyan. Pero el beef no va conmigo: solo busca llamar la atención porque el cerebro se va a lo morboso. El que saca los trapos sucios de los demás en una canción no tiene mucha clase. Es parte del juego, pero no lo comparto. Me quedo con esa parte del rap donde la competición te ayuda a superarte.

P. Algun ‘beef’ le ha tocado. En ‘Orgulloso’ canta: «No busco pelea, pero al que sabotea o rumorea se le bloquea». ¿Cómo lidia con chaparrones y ataques en redes?

R. No les hago mucho caso: muchas veces es frustración ajena. Lo difícil es esa gente alrededor que te da la palmadita en la espalda y luego hablan y meten cizaña por detrás. Simplemente por envidia. Yo no creo en eso de la envidia sana. Tener envidia nunca es sano.

P. Hablando de malos rollos e internet, de usted llegó a publicarse que le habían asesinado en Valladolid.

R. ¡Sí! [risas]. Yo estaba comiendo en un bar cuando me enseñaron la «noticia», que me habían matado de no sé cuántos disparos. Me quedé en shock. Fue hace mucho, al principio de las fake news. Publiqué una nota: «Estoy de puta madre». No fue a más, son cosas que pasan.

El artista inicia el 11 de octubre una gira de presentación del álbum que le llevará por toda España y Latinoamérica. / Alba Vigaray

P. Siempre le ha ido muy bien en Latinoamérica. ¿Se ha sentido más querido allí?

R. No sé si más querido, pero sí que ha sido más intenso. En España se me veía más en la calle, me tenían más a mano. Allí, llegas de otro continente y te acogen con muchísimo cariño. Me ha llegado a suceder que alguien, en un pueblo de México, me ha invitado a su casa: «te quedas a dormir y mi madre te cocina». Eso me ha llegado mucho.

P. En el disco hay mucho piano y cuerda, mucha orquestación casi de banda sonora. ¿Participa en esos arreglos?

R. Ojalá pudiera componer todo ese musicón. Pero no, no es mía. La música orquestal siempre ha estado en el universo Nach, en canciones como Manifiesto, El idioma de los dioses… incluso en los primeros discos. Aquí me dejé llevar por dos productores de Alicante: Dani Catalá, pianista de jazz y un genio, que hizo la mayor parte de la música, y Tron Dosh, mi corista, con percusiones, bajos, efectos de voz y parte de la música. Hicimos buena simbiosis, con nuestras neuras, pero aterrizamos todo. Yo siempre he querido que mi música sea cinematográfica. Pero en este disco me fui a otros tempos: normalmente el rap va a 88–92 BPM; aquí me fui a 100, 120, 130, 140. Salí de la zona de confort y me moví en otras aguas.

P. En el capítulo de colaboraciones, en este disco hay raperos jóvenes latinoamericanos como Trueno, Eladio Carrión o Akapellah, otros españoles y cercanos por estilo o generación como SFDK o AMBKOR, y también gente del pop como Alice Wonder y Manuel Carrasco. ¿Cómo elige y trabaja esas ‘colabos’?

R. Me los fui encontrando por el camino, de formas distintas. A Trueno lo conocía menos, pero a raíz de escucharlo mucho y por su padre [el rapero uruguayo MC Peligro], surgió la idea. Quería unir generaciones, estilos y artistas con los que nunca había colaborado y ver qué pasaba. Con Manuel Carrasco coincidía en el estudio de Pablo Cebrián en Madrid. Salíamos a comer, jugábamos al ping-pong y nos hicimos colegas. Unir nuestros mundos fue un reto y estoy orgulloso del resultado. Respecto al método que me preguntabas: a veces mando una guía a los artistas. A Manuel le pasé un estribillo, lo probó y luego hizo otra versión que es la que se quedó. Con Eladio le mandé una idea de letra, me dijo que quizá cogía un trocito para arrancar el estribillo y así fue. Nanpa Básico lo hizo todo él. Con Alice Wonder, se puso a improvisar en el estudio y salió esa melodía tan bonita. Yo siempre tengo una guía por si no están inspirados; si no, tiran por su lado.

P. ¿Qué va a encontrarse la gente que vaya a los conciertos de su gira?

R. Energía y emotividad, bien equilibradas. En estos tiempos de shows con muchos fuegos artificiales y pantallones, yo estoy ahí para comunicarme con la gente. Quiero que me sientan y sentirles. Habrá parte visual y estará bien montado, pero me apetece mantener el contacto natural entre personas que se cuentan algo. Y luego, que la gente esté segura de que me voy a dejar la piel. No sé hacerlo de otra manera, yo no puedo dar el 30%. Subirme a un escenario implica darlo todo. Y lo disfruto, aunque acabe agotado.

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