Tras trabajar juntos en ‘Hierve’, drama de restaurante filmado en un plano secuencia de 90 minutos, y su posterior adaptación a serie, el director Philip Barantini y el actor Stephen Graham han vuelto a unir fuerzas en ‘Adolescencia’ (Netflix, jueves, día 13), miniserie cocreada por el segundo con el imparable guionista Jack Thorne. Son cuatro capítulos y otros tantos únicos planos, un (mesurado) prodigio técnico-artístico desdoblado en reflexión honda sobre el impacto de las redes sociales y la manosfera en nuestros jóvenes. El joven Jamie (Owen Cooper), de 13 años, es acusado de haber acuchillado y matado a una compañera de clase. La pregunta no es solo «¿quién lo hizo?», sino también, o sobre todo, «¿cómo puede llegar a hacer esto un chaval?».
¿Por qué creyó que esta serie debía contarse en planos secuencia?
No es algo que sea apropiado para cualquier historia, o cualquier género, pero sí para algo como ‘Adolescencia’, así de visceral. Además, nos parecía interesante colocar al espectador en cuatro puntos aislados de una historia más grande. Sin explicarlo todo, sin darlo todo comido, sin dar muchas respuestas. Que el espectador estuviese metido ahí una hora y después lo sacáramos, y que él mismo rellenara huecos mentalmente.
¿Cómo se prepara uno para cuatro desafíos así? Guíenos.
Una vez escritos los dos primeros episodios, empezamos con la preproducción, que duró unos seis meses en total. En ese momento solo trabajaba el equipo técnico, esto es, gente como [el director de fotografía] Matt Lewis y [la ayudante de dirección] Sarah Lucas, o los diseñadores de producción. Lo que teníamos que hacer, básicamente, era coreografiar cada episodio. Antes de que llegaran los actores, debíamos saber dónde estaría la cámara en cada momento y cómo los seguiría. Teníamos dos operadores y era cuestión de decidir también en qué instantes en concreto tomaría uno el relevo del otro. Era pura coreografía.
¿Cuánto tiempo trabajaron con los actores antes de rodar?
Producir cada episodio nos llevó tres semanas; dos de ellas, las primeras, se dedicaban solamente a ensayar con los actores. Durante la primera semana, ellos y yo y mi equipo esencial desgranamos el guion en secciones. Ensayábamos una hasta que estaba perfectamente aprendida, hasta que se convertía en memoria muscular para los actores. Después pasábamos a la otra. Y después, a la otra. Por el camino íbamos retocando cosas, depurando algunas cuestiones. Al final de esa semana ensayábamos el episodio completo un par de veces. Finalmente, en la tercera, lo que hacíamos era ensayar ya con todo el equipo, incluyendo los extras y todos los técnicos, para que todo el mundo supiera dónde debía estar en cada momento, o dónde estar para no molestar, o que la gente de sonido supiera dónde colocarse, etcétera. La mecánica era igual: tratábamos de dominar una sección del guion y, una vez conseguido, pasábamos a la siguiente.
¿Toda la tercera semana se dedicaba a intentar filmar con éxito?
Así es, la tercera era solo para rodar. Eran cinco días de trabajo y cada día filmábamos el episodio dos veces. Llegábamos por la mañana, yo gritaba «¡acción!», luchábamos durante una hora, y yo gritaba «¡corten!». Nos tomábamos un descanso de tres, cuatro horas para charlar sobre la toma recién hecha y comer algo y ya por la tarde hacíamos la toma una vez más. Es decir, en total rodamos cada episodio diez veces.
Solo por curiosidad, ¿cómo se rodó el salto por la ventana del segundo episodio?
Tuvimos que sacar la ventana y después volverla a poner con efectos visuales. Uno de los operadores de cámara recorría la clase y, cuando Ryan [Kaine Davis] saltaba, el otro operador, que estaba agazapado al otro lado, cogía la cámara y continuaba el plano. Pero había un agujero enorme en aquella clase y los chavales pasaron bastante frío [ríe].
Estoy francamente asombrado con la interpretación de Owen Cooper [en el papel del chaval acusado de asesinato]. Sobre todo porque, si no me equivoco, es su primera aparición en una pantalla.
Es su primer trabajo como actor, sin más. No había actuado en su vida. Iba a clases de interpretación y alguien le comentó algo sobre nuestra prueba. Junto a su cinta llegaron otras quinientas, pero enseguida nos dimos cuenta de que él iba a estar entre los mejores. Hizo cinco o seis pruebas con nosotros. También le grabamos con Stephen Graham. Y, bueno, nos volaba la cabeza lo bueno que era. Owen no se da cuenta de una cosa: hay muchos actores por ahí que se han formado toda la vida para hacer lo que él hace sin esfuerzo, de la forma más instintiva y natural. Simplemente escucha y responde. Cuando rodaba con Stephen Graham, no le veía como Stephen Graham. «Es mi padre», decía. «Es mi padre».
Uno de los mejores momentos de ‘Adolescencia’ es el final del segundo episodio, con un aire operístico y cósmico que me hizo pensar en los planos aéreos de ‘Mystic River’.
Lo que queríamos hacer era mostrar lo cerca que está la escuela del lugar del crimen. Lo pequeña que es esta localidad y lo fácil que será que quede tocada para siempre. Para grabar esa versión coral del tema de Sting (‘Fragile’) usamos al coro del mismo colegio donde rodamos la serie. Y voy a contarle algo que todavía no le he contado a nadie: la música que oímos a lo largo de ‘Adolescencia’ está cantada por Emilia Holliday, la actriz que hace de Katie, la chica asesinada. Y la última voz que oímos, como un hilo muy fino, en esa versión de ‘Fragile’ también pertenece a Emilia.
Hay muchos actores por ahí que se han formado toda la vida para hacer lo que nuestro joven protagonista hace sin esfuerzoEl tercer episodio es un tenso mano a mano entre solo dos personajes en un espacio limitado. El trabajo de cámara es brillante: dinámico, pero sin llegar a distraer, y siempre conectado al funcionamiento interno de la dramaturgia.
Para mí era importante que los planos de la serie no se vieran como un espectáculo o que distrajeran de la historia. Ha de ser algo que, al final, apenas notas. Solo sabes que estás siendo obligado a ver algo en su integridad y que te sientes incómodo. Ese tercer episodio, en concreto, fue muy complicado de planificar. Pero me parecía interesante que, a veces, en lugar de ver a Jamie hablar, pudieras fijarte en las reacciones de Briony [Erin Doherty] a lo que él está diciendo.
La serie es un lamento desesperado por la inocencia perdida. Parece un lloro sincero y agónico. ¿Cómo empezó todo?
Plan B Entertainment [la productora de Brad Pitt] me propuso la idea de hacer una serie rodada en planos secuencia. Esa era toda la idea. «Vete y busca una historia», me dijeron. Se lo comenté a Stephen [Graham] y le dije: «Pensemos algo juntos». Y en aquel momento se habían producido una serie de agresiones con arma blanca en el Reino Unido. Estas cosas son aquí el pan de cada día, tristemente, pero en estos casos particulares, eran casos de chicos adolescentes que acuchillaban y mataban a chicas de su edad. Los dos tenemos hijos y nos preguntábamos: «¿Cómo puede llegar a hacer esto un chaval?». Creíamos que había un mensaje por comunicar. Habremos hecho bien nuestro trabajo si la serie despierta alguna clase de conversación.
Eso sí, en ningún caso pretenden tener las respuestas.
No lo atamos todo con un lazo, no. Espero que consiga que padres, profesores y adultos en general se replanteen cómo acercarse a los jóvenes. Habla con tus hijos, habla con tus alumnos. Pregúntales si están bien. Puedes creer que tu hijo está bien solo en su habitación, pero en realidad es ahí donde suceden los daños. Es terrorífico.
¿Le asusta el auge de la manosfera?
Jack Thorne, que escribió el guion con Stephen Graham, se metió por lugares muy oscuros para este proyecto. Y se dio cuenta rápidamente de que esto es algo enorme, y que es fácil que un chico de 13 años encuentre lógica a lo que esas personas están diciendo. Les dan explicaciones fáciles para todas sus dudas, como por ejemplo, que al 80% de las mujeres solo les interesa el 20% de los hombres y que la única forma de poder conseguir a esas mujeres será engañándolas de algún modo o lo que sea. Tengo mucho miedo por mi hija. Tiene ocho años y tiene un iPad. Tengo controlado todo lo que hace con él, pero igualmente tengo miedo.
Ser un adolescente hoy en día no puede ser fácil. Nunca ha debido ser sencillo, pero en este momento en concreto… parece una pesadilla.
Yo crecí en los ochenta, cuando no había móviles y lo que hacíamos era jugar en la calle. Solo pensar en lo que significa llegar a la juventud hoy en día… Todas esas presiones. Todo ese contenido terrible que se pone ante los ojos de los chavales.